Rabat
«Alquilo sofá con derecho a cocina por 150 euros al mes»
Sacar un dinero extra a cambio de tener un inquilino en el salón se ha convertido en una práctica habitual.
Quien ha emigrado y se ha encontrado a miles de kilómetros de su país sin un sitio donde caerse muerto sabe que un sofá prestado por un compatriota o algún alma caritativa le puede salvar la vida, darle el cuartel necesario para arrancar de nuevo y reconstruir una vida desde cero. Pero la economía aprieta –ya se verá si ahoga– y los poseedores del preciado elemento, el sofá en cuestión, ya no lo donan con tanta largueza como antes. Con la crisis arreciando, un pequeño apartamento de un dormitorio puede ser exprimido todavía un poco más, alquilando un vulgar tresillo casi como si se tratase de una habitación completa. Un paseo por internet o por determinados barrios de Madrid, Barcelona u otras ciudades populosas da fe de ello. Se ofrecen por 150 o 200 euros, una cifra que, según en qué situaciones, puede ayudar a redondear la economía familiar y mantener la cabeza por encima del nivel del agua que sigue subiendo. La gran odiseaEn Madrid, entre la estación de Atocha y El Retiro, en una zona modesta pero digna, nos encontramos, por ejemplo, a Patricia, una ecuatoriana de mediana edad que lleva ya varios años en España. Su vida y la de su marido son el ejemplo perfecto de la odisea de muchos emigrantes sudamericanos en nuestro país. Llegaron en un momento de crecimiento y, trabajando de pleno, levantaron aquí una nueva vida más que digna, realizando trabajos que, en muchos casos, iban siendo abandonados por la población autóctona. Esas labores les permitían sobrevivir y enviar el dinero necesario a sus respectivas familias. Hace unos dos años su situación había mejorado y, a caballo de la bonanza económica y de la boyante construcción, se había estabilizado, aunque sin lujos. Él ganaba unos 1.600 euros en la obra; ella, 1.200 trabajando en un bar. Él enviaba unos 700 a Ecuador, con los que sus dos hijos, ya crecidos, de un matrimonio anterior, se costeaban sin problemas los estudios universitarios en el país de origen. Ella colaboraba con su familia con otros 200. Entre ambos aportaban una pequeña fortuna para el poder adquisitivo medio en un país como el suyo. Las cuentas son sencillas. En casa entraban 2.800 euros, que sin las «remesas» se quedaban en 1.900. La letra del piso que decidieron comprar ascendía a 500. Sobraban 1.400 para llevar una vida modesta pero digna en la ciudad más cara de España y una de las más caras de Europa: Madrid. Sin embargo, ahora todo ha cambiado. Lo que parecía una situación sólida se ha desmoronado, y la única solución que ven es alquilar parte de su piso a un tercero. El problema es que su piso sólo tiene un dormitorio. La solución, casi de perogrullo: alquilar el sofá. «Mi marido se fue al paro en octubre, porque en la construcción la cosa está muy mal, y desde entonces sólo ha encontrado trabajillos temporales», cuenta Patricia, todo amabilidad, «ahora está en la Rioja, en una obra que acaba ya». Luego piensa y dice: «sí no conseguimos a alguien, está claro que tendremos que irnos a vivir nosotros al sofá y alquilar la habitación, que quizá sea más fácil. O marcharnos». Lo que proponen es que el inquilino comparta la casa como cualquiera pero sin habitación propia. «Hay un armario, claro». Puede parecer peregrino, pero no lo es tanto. No mucho más lejos, en el barrio de Delicias, dos personas que viven en un piso nuevo intentan hacer la misma jugada. Se pide a alguien formal y limpio para no arruinar la monada de piso en el que ocupará el exiguo espacio usado para ver la televisión. En otros barrios, las farolas alojan anuncios similares. En algunos minipisos se hacinan el doble de las personas para las que fueron pensados. Pero no se trata de «pisos patera». Aquí no hay estafa ni explotación, ni siquiera negocio, sino simple necesidad y en algunos casos se acaba creando una improvisada red de ayuda. Es lo que hay cuando se cobran, como Rania, empleada del hogar, 500 euros, de los cuales 100 van a su familia en Rabat.En la misma línea pero por motivos casi opuestos, está la moda del «coachsurfing». Miles de jóvenes «aventureros» del primer mundo se «asocian», por llamarlo así. Cada miembro cede su sofá a cualquier otro que pase por su ciudad y puede disfrutar, a cambio, de uno similar en casi cualquier parte del mundo. Libremente. Ya lo dijo Edgar Morín sobre los hippies en su preclaro Diario de California, «El privilegio de estos hijos de ricos es que pueden ser felices siendo pobres». A Patricia y su marido y a otros muchos, aquí, les urge más solucionar una situación que es ya muy preocupante.
Ofertas en la redEn internet se encuentran anuncios de alquiler de sofá sin dificultad, y en publicaciones especializadas, como «Segunda mano», también se puede hallar algún ofrecimiento similar, sobre todo para mujeres que trabajan como internas y que los usan sólo un par de días por semana.
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