Nueva York

Bajarse la alta cultura

La Razón
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Las bellas artes, según el canon clásico, son: danza, escultura, literatura, música, pintura y teatro. Sin duda, se ha quedado anticuado y, por eso es clásico: duerme en su equilibrio silencioso. Y lo es, además, porque, excepto la música («el arte de las musas», según los griegos, la más sublime de las habilidades humanas), el resto de las bellas artes no interesan para ser pirateadas. Piratear es una medida de consumo clandestino y cultural, y dado que se consumen muchos bienes audiovisuales (cine y música) en plan «dutty free», habrá que aceptar también que hay apetito cultural, por el que tanto se ha trabajado desde que la democracia salió de Grecia y se reinventó en Nueva York. Según el esquema que traza José Luis Pardo en «Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas» (Galaxia Gutenberg), no hay jerarquía que ponga en la cúspide un arte por encima de otro, a un artista por encima de otro, como si en toda «alta cultura» –o que valga la pena llamarse así– hubiese algo de «baja cultura». Así, en el disco «Sargent Peppers» de Beatles, que orla este libro, comparten carátula Marx y Marilyn, Poe y Fred Aster, Dylan y Chaplin, Wilde y Einstein. Para que el pirata gane prestigio, quizá ha llegado la hora de «bajarse» también la alta cultura. A por ellos.