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El científico de Hitler que se vendió a la NASA

Fue el autor de las bombas V-2 con las que Hitler atemorizó a los londinenses. Al terminar la guerra, se pasó al enemigo. Un libro recuerda ahora la historia de Wernher von Braun.

El científico de Hitler que se vendió a la NASA
El científico de Hitler que se vendió a la NASAlarazon

No era la primera vez que Dornberger y von Braun acudían ante el líder nazi tras su visita a Kummersdorf en 1939. El verano anterior, poco antes del primer vuelo con éxito del A-4, ambos se habían presentado ante Hitler con la esperanza de vencer sus reticencias, ahora que el cohete ya era una realidad próxima a consumarse. Pero no hubo suerte: el día siguiente a su visita fueron informados, en palabras de von Braun, de que «el Führer había soñado durante la noche que nuestros cohetes no funcionarían».
Evidentemente, no consiguieron más fondos para su trabajo. Pero apenas un año después, la situación en el frente había cambiado radicalmente. Los otrora aparentemente invencibles ejércitos nazis habían sido detenidos en su avance en el frente del este, e incluso en algunas zonas estaban siendo obligados a retroceder.
La en su día formidable Luftwaffe empezaba a ser sólo una sombra de la temible fuerza ofensiva que representara en su día, y la supremacía aérea ahora estaba en manos de los aliados; en el Atlántico, los submarinos alemanes que apenas meses atrás causaran estragos en las flotas americana y británica empezaban a ser perseguidos sin piedad; en el norte de África, lejos quedaban ya los rápidos avances de Rommel, y apenas un mes atrás los últimos efectivos del anteriormente temido Afrikakorps habían sido evacuados por Túnez hacia Europa; y el mismo territorio patrio empezaba a recibir por primera vez de forma periódica los ataques de los bombarderos aliados que despegaban desde Gran Bretaña. Aparentemente esta situación había llegado a afectar incluso el aspecto exterior de Hitler, a quien von Braun encontró en esta ocasión «mucho más avejentado, y por primera vez usaba gafas».
La clave de la victoria
Tras las presentaciones, los hombres tomaron sus asientos en la sala de reuniones, mientras von Braun tomaba la palabra para realizar la exposición técnica, con ayuda de un proyector. La película grabada para la ocasión mostraba el primer lanzamiento con éxito del A-4, continuando con detalles sobre las operaciones de manejo y preparación del cohete, su llenado de combustible, imágenes de las instalaciones de lanzamiento, de los nuevos vehículos de lanzamiento móviles diseñados para desplegar el arma rápidamente donde fuera menester, las plantas de montaje... Se daba un repaso general a todo el proceso de fabricación y operación del nuevo misil, finalizando de nuevo con la grabación del lanzamiento, con el objeto de dejar impresas en la retina de los espectadores las espectaculares imágenes de la nueva arma elevándose en todo su esplendor.
Frente a su fría reacción durante la visita de 1939, en esta ocasión Hitler sí se sintió impresionado. El joven que tenía delante le estaba ofreciendo por fin el instrumento clave para encarrilar de nuevo la guerra hacia un final glorioso para Alemania. En palabras de von Braun, «cuando le describimos nuestros logros, su cara se iluminó de entusiasmo». Albert Speer, por su parte, describiría años después la escena de forma explícita: «Sin la más mínima timidez y con el profundo entusiasmo de un chiquillo, von Braun explicó sus teorías. No cabía la menor duda: a partir de ese momento, Hitler había sido finalmente vencido». (...) El proyecto contaba con su apoyo: el A-4 sería aprobado para su fabricación en serie, asignándosele la máxima prioridad.
Un ejercicio de márketing
Sin duda, la exposición de von Braun tuvo un papel importante en el éxito de la reunión con Hitler; pero, sin querer quitarle mérito a su entusiasta oratoria y a su capacidad de convicción, algo de lo que daría muestras en incontables ocasiones a lo largo de su vida, lo cierto es que la película que se proyectó también jugó un papel primordial en la tarea de impresionar a los máximos responsables nazis. Y es que la cinta era todo un ejercicio de márketing que no tenía nada que envidiar a la propaganda de Goebbels.
Para la grabación de los lanzamientos se habían utilizado decenas de cámaras repartidas por diversos puntos, filmando los despegues desde diferentes posiciones y con diversos puntos de vista. Aunque en el momento de la realización de la película sólo se habían conseguido lanzar con éxito dos o tres A-4 más después del primero, las grabaciones de las distintas cámaras fueron cortadas, intercaladas y montadas, apareciendo el resultado final como si toda una inmensa batería de cohetes estuviera siendo disparada hacia el cielo, en un magnífico espectáculo de poderío bélico que no podía dejar a nadie indiferente.
Dornberger y von Braun salieron de la reunión exultantes. Tras años de esfuerzos y de trabajos casi en la sombra, finalmente tendrían a su disposición todos los medios que necesitasen para perfeccionar su producto. Las eternas objeciones de Hitler habían sido finalmente superadas, y Dornberger quiso agradecer a von Braun su participación en este logro: a instancias suyas, Albert Speer le propuso al Führer la concesión al ingeniero de una cátedra honorífica, en reconocimiento a su labor técnica y científica.
Londres, el objetivo
Hitler inmediatamente estuvo de acuerdo: sin duda, este joven era un magnífico representante de lo que la raza aria y la doctrina nacional-socialista podían ofrecerle al mundo. A partir de entonces, Wernher von Braun podría utilizar el título de profesor (...). Cuando el Führer aprobó el proyecto en julio de 1943, ya planeó que la nueva arma se utilizaría para atacar Londres. Deberían construirse treinta mil de estos misiles, a un ritmo de unos mil al mes, y el primer ataque debería tener lugar en octubre. Dornberger y von Braun habían escuchado al líder nazi en silencio: ambos sabían que aquello era imposible.
En realidad, la entrada en servicio del arma se demoraría hasta un año más tarde de lo que Hitler había solicitado. Para cuando el primer A-4 era disparado hacia París el día 8 de septiembre de 1944, las tropas aliadas ya se batían en el continente contra los nazis, tras completar su desembarco en Normandía tres meses atrás. Demasiado tarde para dar la vuelta a una guerra que ya aparecía irremisiblemente perdida para Alemania.
El primer lanzamiento de un A-4 durante la guerra, sin embargo, había tenido lugar dos días atrás: el 6 de septiembre, una batería móvil ubicada cerca de la frontera oeste alemana había intentado lanzar dos cohetes contra París, que no consiguieron más que destruir las plataformas desde las que tenían lugar los lanzamientos. Dos días después, el intento se repetía con éxito con el misil lanzado contra la capital francesa. Ese mismo día, otra unidad lanzaba dos cohetes más desde una ubicación cercana a La Haya, en Holanda, en esta ocasión dirigidos contra Londres.
El «arma de la venganza»
El día siguiente a los primeros lanzamientos con éxito, los periódicos alemanes abrían con los titulares «El "arma de la venganza-2"en acción contra Londres». La Vergeltungswaffe-2 era la nueva arma de la venganza que sucedía a la V-1. La propaganda de Goebbels convertiría así para la posteridad el cohete A-4 en la tristemente famosa V-2.
¿Qué sintió von Braun cuando el cohete cuyo desarrollo había liderado, nacido de sus sueños sobre los viajes espaciales, terminaba siendo utilizado como arma para bombardear civiles? Es difícil saberlo, y sus propias declaraciones al respecto son en ocasiones contradictorias. Probablemente también sus propios sentimientos eran contradictorios. Lo que escribiría en sus memorias sería durante años la versión más extendida, llegando casi a convertirse en leyenda; según esa versión, los comentarios que todos hacían a los técnicos eran: «Podéis estar orgullosos de vuestra V-2. Es el único arma que los aliados no pueden parar. Es un éxito. Está golpeando Londres cada día». «Sí –pensaría von Braun, de acuerdo a sus palabras–, es un éxito; pero estamos golpeando el planeta equivocado».
Palabras prácticamente idénticas escribiría su colega Stühlinger: «Queríamos que nuestros cohetes volasen hasta la Luna y Marte, no que cayesen sobre nuestro propio planeta». Sin embargo, el mismo von Braun confesaría en un par de ocasiones que no siempre sus sentimientos al respecto fueron tan inocentes. En una extensa carta privada a uno de sus críticos, escrita en 1971, expresaba: «Me han preguntado muchas veces cómo pude producir armas de guerra... sólo puedo decir esto: cuando tu país está en guerra, cuando tus amigos mueren, cuando tu familia está en constante peligro, cuando las bombas caen a tu alrededor y pierdes tu propia casa, el concepto de guerra justa se convierte en algo muy vago y remoto, y luchas por infligir al enemigo tanto o más [sufrimiento] como el que tú y tus familiares y amigos habéis sufrido».
Sin remordimientos
Algo similar quedaría reflejado en comentarios al periódico británico «Manchester Guardian», publicados en 1977 con ocasión de su muerte. Según parece, von Braun había confesado no sentir demasiados remordimientos cuando comenzaron los ataques contra la capital británica: «Sentí satisfacción. Yo había visitado Londres un par de veces, y me encantaba el sitio. Pero amaba Berlín, y los británicos lo estaban bombardeando hasta los cimientos».
Similares sentimientos confesaría un antiguo colega suyo en una entrevista años después de la guerra: «No se engañen: aunque von Braun puede que tuviera polvo espacial en sus ojos desde su niñez, la mayoría de nosotros estábamos bastante resentidos por el duro bombardeo aliado sobre Alemania, por la pérdida de civiles alemanes, madres, padres, parientes... Cuando la primera V-2 cayó sobre Londres, brindamos con champán. ¿Por qué no? Seamos honestos: estábamos en guerra, y aunque no éramos nazis, teníamos una patria por la que luchar».

Ficha
-Título: «Wernher von Braun. Entre el águila y la esvástica».
- Autor: Javier Casado.
- Edita: Melusina.
- Sinopsis: El libro relata la vida de Wernher von Braun, el científico alemán que inventó la mortífera bomba V-2, que durante la Segunda Guerra Mundial atemorizó a la población de Londres, y que después trabajó para la NASA, donde se convirtió en el pionero de la carrera espacial estadounidense. Entre otras cosas, el libro sostiene que von Braun no llegó a arrepentirse del todo de haber fabricado los cohetes que castigaron Inglaterra.