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Literatura

Estados Unidos

«El corazón de las tinieblas»

La Razón La Razón

Leí «El corazón de las tinieblas» en ese filo desdibujado de la vida que arranca en la adolescencia y desemboca en la primera juventud. Durante los años anteriores, había disfrutado de algunas novelas de Joseph Conrad, pero no lograba encontrar «El corazón…» y para hacerme con él tuve que recurrir a los buenos oficios de una chica americana, de ojos azules y cabellos extraordinariamente claros, con la que, a la sazón, estaba saliendo. La muchacha me consiguió una edición de bolsillo, negra y con letras chillonas. Me sumergí en la lectura de inmediato y no tardé en verme atrapado por una asfixiante angustia que tan sólo aumentaba a medida que avanzaba. Seguramente, alguien pensará que esa reacción se debió a que la rubia regresó a Estados Unidos por aquel entonces o a lo tétrico de la edición, pero, de hacerlo, se equivocaría.

Antes de que acabara el verano tenía otra novia y el libro, siguiendo una costumbre de infancia, lo había forrado para no mancharlo. Lo que sucedía era que el mejor Conrad había fijado en aquellas líneas la historia de Marlow que remontaba el río Congo en busca de Kurtz, el jefe de una explotación de marfil que, según los rumores, había traspasado la línea de lo tolerable incluso en un sistema colonial y que yo iba experimentando el horror creciente del que descubre que, puesto a dejarse arrastrar por la degeneración, el ser humano apenas conoce límites. Me impresionó hondamente aquella novela, tanto que cuando, algún tiempo después, supe que Coppola la había utilizado para «Apocalyse Now» me precipité a la sala de cine más cercana para verla. Brando podía ser Kurtz, pero Coppola no era Conrad y tampoco Sheen era Marlow. Y es que el horror de «El corazón…» es psicológico y profundo como un cáncer que camina inexorable hacia su metástasis y eso no se puede sustituir con efectos especiales aunque incluyan un bombardeo de napalm a las órdenes de Robert Duvall. Guste o no reconocerlo, una cosa es el genio y otra muy distinta, el buen artesano aunque tenga apellido italiano.

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