Los Ángeles
«El sucesor de Domingo no existe»
Rinde homenaje a Haendel con un disco de grandes arias que ya se ha colado en las listas de discos más vendidos junto a AC/DC
Suena el teléfono en París. Lo descuelga el propio Rolando Villazón, que se hace pasar por su secretario impostando la voz (algo que le cuesta más bien poco). Hemos picado el anzuelo y el tenor ríe a carcajadas mientras confiesa: «Lo hago para impresionar». Resulta tan cercano como en persona. Le imaginamos moviendo los brazos, gesticulando, tan excesivo. Acaba de publicar su nuevo trabajo con Deutsche Gramophon, un disco de arias de Haendel dirigido por Paul MacCreesh, especialista en el género, que le ha costado más de una feroz crítica y que cantará en concierto el 10 de mayo en Valladolid. ¿Villazón se pasa al repertorio Barroco? Y lo resuelve rápido: «Yo respeto la música y la sirvo». La laringitis que le ha apeado de varias funciones de «L'elissir d'amore» en Nueva York ya es historia.-¿Cómo nace el proyecto?-Es mi aventura barroca. En 2000, cuando debuté en la Bastilla de París, me topé en una tienda con un disco bellísimo de Cecilia Bartoli cantando a Vivaldi. «Qué dicha poder cantar esto», pensé, pero no era mi repertorio. Tiempo después probé con madrigales de Monteverdi y la experiencia resultó increíble, casi mística, lo que me llevó a concluir que los límites los pone uno mismo.-Y llegó Haendel.-Así es. Trabajamos muy duro seis meses. Estuve en Madrid con Paul McCreesh cuando dirigía el «Tamerlano» haendeliano en el Teatro Real y decidí ponerme en manos de un «coach» especializado en el compositor para seguir aprendiendo. Lo que he hecho ha sido adaptar mi instrumento, no transformarlo porque estaría traicionándome. En el repertorio barroco, la voz está al servicio de la técnica. Aquí cada nota no ha de superar a la otra. Las arias son como olas. En la música del siglo XIX, por ejemplo, al cantante se le pide que sea el surfista sobre las aguas. Yo creo que hay que ser parte de esa ola, integrarse en ella. Es una música que hoy suena supermoderna.-Cuando menos sorprende este disco en su garganta. Dirán sus detractores que Villazón se atreve con cualquier repertorio.-Nunca escuché música clásica de niño y a la ópera llegué sin tabúes. Los libretos que tenía que cantar los aprendía casi en el momento. No me ví dentro de un molde tradicional ni siguiendo una línea determinada. Yo oigo una música, me emociona y deseo cantarla y en el mundo de la ópera nos limitamos mucho: tú canta Verdi; para ti Rossini. Se parece al fútbol en lo apasionado. Y también al atletismo: a ver quién canta más alto, quien puede hacer un piano más bello, quién tiene más flexible la voz. Qué alegría quien venga con una idea musical nueva.-¿Lee las críticas?.-El verano pasado tomé una decisión: no leer más lo que se escribiera sobre mis actuaciones. No tengo nada que aprender de la crítica, aunque la considero necesaria en toda forma artística. Ya tengo a gente que me conoce desde hace años y me dice lo que hago bien y mal. No necesito la adulación para sentirme seguro.-No hay quien le embride.-Los cantantes de hoy buscamos salirnos de ese encuadre, que no es irrespetuoso. Yo hago siempre mi trabajo con integridad y respeto. Un ejemplo puede ser Plácido Domingo.-Juntos van a ofrecer el 30 de julio en el Teatro Real un mano a mano histórico. ¿Le impone?-No es un reto, es un placer. Frente a quien vaya sólo a comparar tengo asumida la derrota, porque Domingo es el más grande. Es un modelo y un amigo junto al que me siento cómodo. Jamás he dicho que sea el nuevo Domingo, ante eso me lavo las manos. Soy el tenor que soy, a unos gustaré y a otros no. El siguiente Domingo, su sucesor, no existe. Cada artista es único y no hay nadie después de nadie.-Imagino que estará al tanto de la llegada de Gerard Mortier en 2010 al Teatro Real como director artístico. ¿Han trabajado juntos, verdad?-Sí. Es un hombre bastante correcto, un entusiasta de su trabajo. He recibido una carta muy atenta comunicándome la posibilidad de vernos en París. No hemos hablado de títulos concretos, pero estoy seguro de que los proyectos que tiene se van a concretar en una ópera porque él quiere que cante en el Teatro Real.-Sería, entonces, su debut operístico en el coliseo, aunque ya ofreció en el Real un concierto.-Así es, aunque no pienses que no he estado allí porque no me hayan invitado, sino por problemas de agenda. Hubo varios intentos de Antonio Moral, un ser adorable que conoce y mima a cada cantante, pero no ha podido ser.-¿Aceptaría un montaje transgresor para ese debut?-Me encantan las direcciones de escena complicadas y también las lecturas moderadas. El regista recrea un mundo y debe conocer las reglas de ese universo que reescribe. Así, sí juego. El problema es cuando el director de escena llega con una sola idea o cuando te dice que te pongas el traje y salgas a cantar. De eso huyo. ¿Dónde queda la psicología del personaje?.-Cuénteme algo de su club de «fans», «los villazonistas».-Son un grupo que me sigue por medio mundo y cuyo calor me alimenta. Yo no quiero que me admiren, sino conectar con el público. El «Guau!» no me sirve.
«Il Postino» sufre la crisisSabe Villazón que 2009 no es un año cualquiera. A este disco le sigue un rosario de conciertos por Europa hasta el verano, sin olvidar el Festival de Salzburgo, que tantas satisfacciones le ha dado. El 12 de septiembre la Ópera de Los Ángeles iba a abrir temporada con un estreno mundial, «Il postino», con libreto y música de Daniel Catán y las voces de Domingo, Villazón y Cristina Gallardo, sin embargo la crisis se lo ha llevado por delante y habrá que esperar a 2010 para que levante el telón en EE UU.
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