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Sí, señor, llega el verano. Esa época del año en la que todos andamos por la calle con menos ropa y hasta los más pacatos practican su cuota de nudismo en alguna que otra parte proporcional de su cuerpo. Para la general alegría visual y correcta jerarquía de las cosas, lo primero que debemos dejar establecido es que no es lo mismo, a efectos paisajísticos, la pantorrilla peluda que el escote generoso. Y llegados a ese lugar anatómico canalizable, dónde reposa de una manera gloriosa en nuestras coetáneas el sudor fresco del sofoco y la ternura estival, fíjense en un detalle. ¿No es cierto que, en los últimos años, la talla de sujetador de ellas ha aumentado llamativamente? ¿Es a causa del mestizaje inmigratorio o de la cirugía? El arte arquitectónico de la medicina no parece suficiente para explicar una progresión como ésta. En general, tendemos a pensar que la cirugía estética es una cosa reciente, propia de nuestro tiempo de avance científico generalizado, pero eso es una creencia falsa. En sus tiempos, se comentaba que Marilyn Monroe se había retocado la nariz y ella nunca lo negó. En el libro «Beauty's Question and Answer Dictionary» de 1931 ya se ofrecía todo un abanico de ofertas quirúrgicas para remodelar figuras y semblantes. Se intentaba convencer, además, de que no eran peligrosas aunque no se hablara de ello en público con la misma franqueza que ahora. Hoy en día, en cambio, me temo que la cirugía estética es tan sólo ya una forma más (asaz radical, hay que reconocerlo) de maquillaje. No sé cuál será el porvenir del busto femenino; si seguirá creciendo o menguando por causas naturales o artificiales. Lo que está claro es que seguirá siendo (no sólo para los lactantes) un motivo más para celebrar la gloria y alegría de que exista un género femenino. Y para que luego, por supuesto, ese mismo género nos llame machistas.