Barcelona
Halcones
No sólo los campos, sino también las ciudades están a reventar de pájaros. Están saliendo los volantones de los nidos y revolotean por doquier. Sus píos no cesan ni un momento, porque siguen reclamando alimento a sus progenitores que están deseando librarse de ellos, pero a los que no dejan descansar ni un minuto. Las familias de pequeños gurriatos y otras especies, con sus picos aún tiernos y los rebordes amarillos, son posados en las ramas. Los padres completan la crianza sólo para comenzar la siguiente. Es un ajetreo. Y sobre todo el piar, las escuadrillas de vencejos volando en cerradas formaciones. Y si se presta atención, hasta puede oírse tal vez el inconfundible y hermoso y melancólico canto de la oropéndola y ver el intenso amarillo de los machos por alguna arboleda. Ha sido la última en llegar de África, junto con el milano negro, y el más retrasado, el alcaudón común. Su retraso tiene un porqué. Anida en los rosales silvestres y ha de esperar a que estos estén tupidos de hojas. El halcón peregrino tiene pollos crecidos en el Faro de la Moncloa de Madrid y en una de las torres de la Sagrada Familia de Barcelona. Sus cacerías de palomas se intensifican. A veces caza hasta muy tarde, hasta que ya casi no le queda luz, y aprovecha los últimos instantes para capturar alguna paloma que quiere ponerse a resguardo en las cornisas del edificio de Correos madrileño o de la obra maestra de Gaudí. Los gatos se siguen poniendo las botas con las inocentonas crías.
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