Los Ángeles
Jeff Koons vuelve a ser la estrella
A pocos creadores se les ha arreado tanto y tan duro desde las filas del arte como a Jeff Koons. Sólo con la ristra de ataques que se han publicado sobre su figura se podría llenar un libro. Algunos le consideran el enemigo público número uno del arte contemporáneo. No soportan sus muñecos hinchables y la carga superficial y ultracomercial de una obra que exprime al máximo los iconos de la cultura pop. En el otro extremo de la trinchera están los que le consideran un epígono de Andy Warhol, primo de Damien Hirst, nieto de Dalí y pariente lejano de Duchamp.
¿Qué es Jeff Koons? ¿Una marca registrada, el paradigma del cinismo, un genio de la mercadotecnia, un artista clase-media venido a más por las circunstancias de un mercado loco? Algunas de estas cuestiones son las que se plantean cuando el creador presenta sus nuevas obras o cuando alcanza un récord en subasta. Su próxima gran cita con el mercado es el día 30 en la sala Christie's de Londres, donde saldrán a la venta varias obras de los últimos treinta años en una subasta colectiva en la que también están Andreas Gursky y Joana Vasconcelos. La más cara oscila entre 1,2 y dos millones de euros. Cuatro días más tarde, la Serpentine Gallery londinense abrirá una exposición dedicada a su serie «Popeye».
En España, Taschen ha editado recientemente una monografía con abundante información sobre su obra en la que se describe a Koons como un artista que ha sabido reelaborar la estrategia de los «ready-made» y subvertir la mirada del objeto artístico.
Sin embargo, la facción más numerosa es la de aquellos que interpretan su obra como una exaltación desmedida de lo «kitsch», una tesis defendida por historiadores de arte y profesores de estética. Algunos de ellos ni tan siquiera pierden el tiempo en valorar lo que este artista americano, nacido en 1955 en Pensilvania, significa en la historia reciente. Robert Hugues, el respetado escritor de arte, despacha con un escueto: «Me parece que está sobrevalorado, un artista aburrido que se cree moralmente superior». A Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, le genera reacciones ambivalentes: «No tiene nada que ver con los valores estéticos elevados que tradicionalmente ha defendido el arte; el personaje es abyecto, se recrea en su propia degradación de los valores y es tan deliberadamente vulgar que termina por irritar a una gran parte del público. Y eso es precisamente lo que él pretende. Su personaje no es del todo agradable y te lo dice con todo el descaro del mundo. Pero creo que es un artista que quedará, aunque sólo sea como una figura secundaria del arte pop».
Los museos le quieren
Tiene demasiado enemigos, pero también muchos museos que ansían exponer en sus salas una exposición de sus obras o comprar algunas de ellas, aunque sea a precio de oro. El Metropolitan de Nueva York le cedió el año pasado la azotea para exhibir sus esculturas. En Chicago se organizó una retrospectiva de su obra. En Bilbao, el Guggenheim instaló siete tulipanes en una de las terrazas que costaron 5 millones de dólares. Koons también expuso sus esculturas el año pasado en el Palacio de Versalles.
La última marca es la que ha conseguido gracias a Los Angeles County Museum of Arts (Lacma), donde le han pedido una escultura gigantesca (costará 18 millones de euros), el encargo más caro de un museo a un artista. A cambio, Koons construirá una réplica de una locomotora de 1943, una Baldwin 2900 de 225 toneladas que se pondrá en marcha todos los días a la misma hora.
Exclusivo y popular
«Por mucho que ahora se mueva entre marchantes y coleccionistas pudientes, Koons es uno de los artistas que más han sabido defender el gusto estético del hombre de la calle», escribe Ingrid Sischy en el libro, quien aporta datos ya sabidos para comprender el fenómeno Koons: sus pinitos en la tienda de muebles de su padre, su empleo eventual en el MOMA captando socios a pie de calle y su pasado como corredor de bolsa, un trabajo que le sirvió para financiar algunas de sus esculturas megalómanas. «Nunca ha tenido problemas para soñar a lo grande», añade Sischy. Al principio de su carrera contrató a una agencia de publicidad para que le echara una mano en la proyección de su trabajo. En los últimos años, el apoyo más sólido ha venido del mecenas François Pinault, quien expone una pieza de Koons en su nuevo museo veneciano, Punta della Dogana.
«La factura de sus obras es muy buena», asegura Agustín Pérez Rubio, director provisional del (Musac). «Es un artista con una carrera sólida y con algunas piezas geniales en sus inicios. Lamentablemente, se ha dejado llevar por la maquinaria del mercado y hoy no aporta nada». En los últimos años, Koons se ha reinventado como pintor de héroes, de Hulk a Popeye, a quien llevará dentro de unos días a Londres.
El Picasso mosquetero sale a subasta
Lo llaman ya «el duelo de los mosqueteros». Sotheby's y Christie's ofrecen a mediados de la próxima semana en Londres sendos cuadros en los que Picasso adopta uno de sus múltiples y tardíos avatares: el de espadachín, informa Efe. Son ambos del mismo año, 1969, e incluso el mismo mes, julio, y los dos figuraron en la famosa exposición del Palacio de los Papas de Avignon en 1970 junto a otros mosqueteros, amantes y caballeros, figuras todas de desbordante energía y humor contagioso. Sus precios, que los responsables de ambas casas de subastas consideran muy conservadores, oscilan entre los 5,6 y 9 millones de euros. Señalan que las últimas exposiciones dedicadas al genio malagueño en el Grand Palais, de París, y la National Gallery de Londres, han incrementando el interés del público por las obras de su última fase creativa. Las dos casas de subastas también sacan a la venta en la misma sesión otras obras de Picasso.
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