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John Elliot hispanista: «Todos los países viven atrapados en su pasado»

Forma parte de una generación de hispanistas que han dedicado su vida al estudio de la historia de España. Su desapasionamiento racial le ha permitido aportar estudios fundamentales sobre el mundo hispánico en los siglos XVI y XVII. Una perspectiva privilegiada para hablar también del presente.

John Elliot, hispanista: «Todos los países viven atrapados en su pasado»
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En la década de los 50 llegó por primera vez a España, un país por el que quedó atrapado, por una historia que enseñaba lecciones sobre la ascensión y caída de los imperios. John Elliott (Reading, Inglaterra, 1930) es Profesor Emérito en la Universidad de Oxford y «Honorary Fellow» del Trinity College de Cambridge. Y autor de «La España imperial» (1963), «El Viejo Mundo y el Nuevo Mundo» (1970), «El Conde Duque de Olivares» (1986) o «Imperios del mundo atlántico» (2006). En 1996 recibió el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. El viernes abrió el curso de la Fundación Duques de Soria sobre el contraste de la presencia española y británica en América, donde los británicos, a su juicio, se aprovecharon de la experiencia de la colonización de los españoles.

-¿Cómo ve el mundo actual un historiador que se ha dedicado al estudio de los antiguos imperios caídos?-Es un momento de gran fluidez porque tal vez estamos asistiendo el principio del final de la hegemonía norteamericana en un mundo multipolar, como se suele decir. Vemos lo que está pasando con el auge de China y tal vez con la Unión Europea. Hay más poderes que hace diez o veinte años y todavía no sabemos lo que va a pasar. Pero sigue siendo la potencia más importante y también continúa siendo su influencia poderosa, aunque depende sobre todo de sus propios valores y que ahora están expresados en el presidente Obama. En cuanto al ideal de los padres fundadores a finales del siglo XVIII, el imperio de libertad del que hablaba entonces Jefferson, ahora hay más esperanza que hace unos años. Si los Estados Unidos saben regresar a esos principios será alentador para el mundo actual.-Usted ha mencionado en algún momento la «inocencia» de Estados Unidos. -Obama es un hombre pragmático, quizá como otro inocente, Jimmy Carter, que también tuvo sus éxitos. Fue subvalorado, pero, por ejemplo, la solución para el control del canal de Panamá fue importante. Veo a Obama como a un hombre pragmático con capacidad para articular lo mejor de los Estados Unidos. -¿Existe en España una obsesión por su pasado y por su esencia? -Todos los países quieren buscar su esencia y viven atrapados en su pasado. Pero siempren están buscando su identidad y adaptándose al momento actual para no quedar anclados en el pasado con resultados bastante peligrosos, para ellos y para sus vecinos.-Se trata del riesgo de un nacionalismo aislado en su propios valores. -Es que la crisis económica lo está cambiando todo, incluso el papel de las naciones en el mapa mundial. Ahora bien, cuando miramos hacia atrás, vemos en la historia que el peligro es la aparición de políticos demagógicos capaces de manipular a la gente en momentos de recesión económica. -¿Ha tenido que deshacer muchos malos entendidos históricos?-La tarea del historiador es desmitificar. Cada país tiene sus propios mitos y es cuestión de averiguar lo que se acerca más a la realidad. Tan sencillo como comprobar si la interpretación coincide con los documentos. He intentado desmitificar algunos aspectos de la historia de Cataluña del siglo XVIII que trabajé al principio de mi carrera de historiador; el sentido de excepcionalidad española en Europa y demostrar que había muchos parecidos entre lo que pasaba en España durante los siglos XVI y XVII y lo que pasaba en otros países europeos; desmitificar lo que fue la explotación de las Indias por parte de los españoles con una crueldad muy típica en el trato de la población indígena, pero mostrando también el que los ingleses daban a los indígenes de América del Norte. -Incluso ha dedicado varios estudios a lo que llama la «aristocracia provincial» refiriéndose a la clase dirigente catalana.-Es que la unión de las Coronas de Castilla y Aragón como resultado del matrimonio de Fernando e Isabel no cambió el sistema de gobierno de Cataluña y la monarquía catalana fue conservada, de manera que las leyes solamente podían ser dictadas o cambiadas, además de los impuestos, por las «Corts» catalanas, a las que debía asistir el rey. El verdadero cambio que se produjo en Cataluña, que además fue decisivo, fue la salida del Principado del rey de su corte. A partir de ahí se produjo una transformación administrativa que afectó a su clase dirigente. Hubo una merma económica, pero la clase dirigente catalana, pese a sentirse marginada, estaba decidida a continuar unida a la monarquía, ya que su aristocracia prefería seguir manteniendo los privilegios de la realeza. Después de todo, pese a que desde Madrid se dictasen todas las órdenes, éstas no se podían desarrollar sin el consentimiento de la aristocracia y la clase dirigente catalana. -¿Un historiador también se deja llevar por esa fascinación casi sublime de la caída de un imperio poderoso?-Cuando hay toda una historia de dominación de una superpotencia, adaptarse a un mundo en transición no resulta fácil. Eso fue lo que pasó con la élite española del siglo XVII, que no supo adaptarse con eficacia a los grandes retos presentados por Holanda y más tarde por Inglaterra. Pasó siglos después con la élite británica tras la Segunda Guerra Mundial, que todavía estaba pensando en términos imperiales y ya vimos lo que pasó con la gran crisis del canal de Suez. -¿Hay algún modelo aplicable a todos los imperios, el español, el británico, el norteamericano...?-No hay nunca un modelo perfecto, pero sí que cada imperio busca lecciones en los imperios anteriores. Por ejemplo, los españoles de principios del XVII estaban pensando en el Imperio Romano, porque la España del XVI hasta cierto punto ya tenía aspectos del Imperio Romano en su dominación de las Indias, incluso en la arquitectura influida por los romanos y por los logros de los conquistadores. Depués, en el siglo XVII, hubo una preocupación creciente con lo sucedido con la decadencia romana y su dedicación al lujo. Así se pensaba en la España de Felipe III y por eso siempre insistía en los valores de la España medieval antes de su corrupción por la riqueza que vino de las Indias. -¿Se trata del final de los hispanistas de los que usted forma parte?-Ahora hay menos necesidad que en los años cincuenta y sesenta, cuando yo empecé. Aunque en este país había historiadores magníficos, faltaban los recursos para poder viajar fuera de España y faltaba asimismo el conocimiento de la historiografía francesa y anglosajona, aunque todo eso ha cambiado y hay una generación preparada para dichos estudios. Sin embargo, siempre es útil tener una visión desde fuera del país.-¿Y qué opina de la fragmentación de estudios históricos sobre las autonomías?-Ha sido importante que todas las regiones de España estudien su propia historia. El gran peligro es pensar únicamente en su región sin tener en cuenta que España existe, porque lo único que se conseguiría es falsear esa historia de los territorios regionales. Pienso que el gran reto que tiene la nueva generación de historiadores es relacionar la historia de las autonomías con el conjunto de España. -¿Y qué piensa sobre la celebración de los Bicentenarios de la Independencia de las naciones latinoamericanas?-Lo interesante es ver lo que pasó en la América española y en la norteamericana, que son casos distintos. La crisis española se produjo por el colapso de la monarquía borbónica tras la invasión napoleónica. La independencia de los países de la América española empezó con un gran vacío y cada virreinato instauró su autoridad a su manera. Las Cortes de Cádiz vieron la posibilidad de reconstruir una monarquía transatlántica, pero por la falta de visión de sectores de la burguesía y de las propias Cortes se perdió esa oportunidad, porque había un auténtico deseo por parte de las regiones americanas. Todo se perdió por la desastrosa política de Fernando VII al regresar al poder. No sé si hubiera sido posible conservar esos deseos por el auge del nacionalismo, pero lo cierto es que fue algo deseado incluso por los indígenas.

El triunfo del Museo del PradoDesde los años 50, Elliott no se ha separado de España, intelectual y afectivamente. «Es un país abierto y con una libertad total. Claro que todavía quedan viejos rencores. Sigo siendo muy optimista en el futuro de este país, a pesar de las dificultades económicas y de las tensiones entre autonomías y gobierno central», dice. Junto a Jonathan Brown, otros de los grandes hispanistas, defiende que el Salón de Reino, en el todavía Museo del Ejército, se reconstruya con las pinturas de Velázquez. «Hace unos días estuve en el Casón y vi la sala de lecturas con las pinturas de Giordano y quedé impresionado. Si se puede hacer algo parecido en el Salón de Reino sería el triunfo del Museo del Prado».