Barcelona
La caja de Rubik
Para qué vamos a engañarnos, al personal lo que más le envicia es figurar y dejarse ver, y por eso la Feria de San Isidro está transcurriendo en un bostezo ajeno sin pena ni gloria, como una triste balada con música de carrozas convertidas en pipas de calabaza, perfume de claveles mustios y morlacos como convidados de piedra. Con repercusión bajo mínimos en la vida social desde que no torea José Tomás. Lo que da pisto es tener en el bolsillo una entrada para su corrida en Barcelona y presumir de ello en otros saraos. Ya ni el Juli, que antes ponía a la afición de alto copete, parece otra cosa que un sustitutivo de bajos grados que deja huérfana a la reventa.Para figurar figurar, pues vaya, sin salir de cornamentas y pases del desprecio, no sé si el escenario hubiera podido ser tampoco la comunión de Andreita, a la que le ha faltado un pelo para ser retransmitida en directo como una ceremonia Real, con o sin pollo incluido, lo que la habría convertido en un curioso experimento de «Reality-show» capaz de ganar en audiencia a «Supervivientes», con la Esteban repartiendo obleas. Pero no, estos días para presumir de ser, estar y parecer, en el corazón del peloteo de las vanidades, lo que primaba era tener un tarjetón de VIP en la Caja Mágica, que es como un cubo de Rubik de colorines sociales tratando de acoplarse para presumir de lujos en el suburbio. Hasta los jugadores del Real Madrid mientras los vapuleaba el Villarreal parecían querer volver a refugiarse en el tenis. La sempiterna final entre Nadal y Federer era lo de menos. La otra magia la ponía la grúa municipal haciendo desaparecer los cochazos con la porra como varita.
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