Cádiz
La intimidad ha muerto: vigilados 24 horas al día
Los primeros estudios que enjuiciaron las derivas del uso de las tarjetas de pago como herramientas de registro y conocimiento de los comportamientos de los compradores se remontan a la década de 1960. Como por ejemplo la que realizó un psicosociólogo de la Universidad del Quebec en Montreal en un momento en que el volumen de estas tarjetas en América del Norte no podía compararse con el de los países europeos, toda vez que su auge data de comienzos de la década de 1960 con el lanzamiento de Visa y Mastercard. «Las tarjetas de pago -alertaba este investigador- constituyen hoy en día una de las amenazas más serias para los derechos y libertades fundamentales. En la medida en que, mediante éstas, las empresas de servicios recogen, tratan y difunden siempre más informaciones sobre las personas, sus comportamientos, sus gustos¿, disponen de medios muy sofisticados para incrementar el control de los particulares y aumentar así su cuota de mercado. Esta lógica se instala desenfrenadamente en EEUU y Canadá, donde no existe ninguna ley de protección de datos personales en el sector privado. Lo que equivale a decir que poco a poco se reúnen las condiciones para un control generalizado de los comportamientos, para un totalitarismo a medida» Información inédita El interés que han demostrado las empresas por las informaciones llamadas «transaccionales» contenidas en las tarjetas de pago no era más que un indicio, entre otros, de los cambios que tuvieron lugar en esa década respecto de las herramientas de aproximación al consumidor por los especialistas en mercadotecnia y publicidad. «En el transcurso de los cinco últimos años -admitía el director de investigación de Procter & Gamble en 1987-, han surgido nuevas formas para interpretar el comportamiento del consumidor. La mayoría son electrónicas. Y seguirá siendo así. Las nuevas tecnologías proporcionan a la gente que estudia el comportamiento del consumidor una base de datos, inmensa, rica, inédita.» [...] Este sentimiento era compartido en su época por otros investigadores atentos a la evolución de las industrias y las redes de comunicación. Sin embargo, no era más que el principio. La explotación sistemática de los datos personales de los internautas para el establecimiento de perfiles por los motores de búsqueda contribuye a ello en gran medida. «Dar sus datos» a un motor de búsqueda «biográfica» o una red social: el interés lúdico prima sobre el reflejo de precaución. Según lo explica el sociólogo Henri-Pierre Jeudy, en una tribuna del diario «Libération», del 30 de julio de 2007, a propósito de la avalancha sobre los sitios comunitarios, como Facebook. «La creencia en semejante comunidad de intimidades hace que se olvide la sensación misma de exhibicionismo [¿]. El pudor ya no es motivo para imponerse límites, los secretos voluntariamente desvelados lo son para todos por igual.» Más allá de la ficción La multiplicación de las técnicas de intrusión materializa escenarios que ni el mismo Fritz Lang se habría atrevido a imaginar cuando rodó «Los mil ojos del Doctor Mabuse». El desarrollo exponencial de la memoria y de la capacidad de cálculo de los instrumentos de localización hace difícil la regulación jurídica. Las herramientas de seguimiento de los recorridos de usuarios y consumidores se infiltran desde ahora en los objetos de lo cotidiano. Otros tantos riesgos potenciales de atentado contra la vida privada. Otros tantos indicios virtuales para seguimientos electrónicos de carácter policial, habida cuenta de las «evoluciones de la seguridad de la sociedad», según los términos al uso en el discurso promocional de las industrias de la seguridad. El «pase sin contacto Navigo», esta tarjeta que incorpora un microprocesador y un pequeño emisor RFID, implantado en la región parisina por el servicio público de transportes viene al pelo para ilustrar estos desafíos. Tiene su origen en un proyecto europeo de «telebillética» que agrupaba a operadores de transporte italianos, portugueses, belgas y franceses. Un proyecto bautizado Calipso, del nombre de la ninfa griega que, según cuenta Homero en La Odisea, consiguió ¡retener a Ulises durante diez años en su isla! Tras una fase de experimentación de unos cuatro años, especialmente mediante la tarjeta reservada a los jóvenes, el sistema, desde 2005, está al alcance de los parisienses y habitantes del extrarradio próximo. En dos años, cerca de dos millones de pasajeros han optado por este título de transporte. [En España, esta modalidad está implantada en las líneas universitarias de Málaga. En esta ciudad, lo mismo que en Cádiz, Granada, Gijón, y Alicante, entre otras, los respectivos consorcios de transportes han dotado a sus líneas municipales de lectores sin contacto]. El chip contiene todas las informaciones relativas al abono, las que se refieren al portador (nombre, dirección, fotografía, desplazamientos) y una antena que comunica con el aparato de validación. Un terminal situado a la entrada de todos los medios de transporte en común (metro, red de cercanías, tren, autobús, tranvía) lee el pase incluso si está dentro de un bolso o en el bolsillo de una chaqueta. El proyecto tiene previsto que el pase Navigo se instale en los móviles, convirtiéndose éstos en el título de transporte. Está previsto que el sistema funcione cualquiera que sea la actividad del móvil, apagado o bajo de batería. Esta modalidad ya está en vigor en Italia y en Japón. El pase Navigo, con el tiempo, debería suponer el fin de los cupones y peajes magnéticos. La desaparición, por tanto, de otra opción [...] Terror en el supermercado En otro tiempo, las «etiquetas inteligentes» podían considerarse un guión de ciencia ficción, pero hoy en día están al alcance de la mano en un plano tecnológico. Las implicaciones políticas y sociales que subyacen en las aplicaciones del chip y el microprocesador han saltado a la luz del día. Por el mismo motivo que el de otras innovaciones sensibles, como los organismos genéticamente modificados o las nanotecnologías. Integrado en los productos manufacturados, esta tecnología obedece, ciertamente, a las exigencias de seguimiento de la vida de los objetos, desde la cadena de producción al consumidor (lugar de fabricación, transporte, controles efectuados, etc.). Es, pues, un preciado auxiliar en la lucha contra la falsificación y la gestión de los riesgos sanitarios y alimentarios, pero también está lleno de riesgos potenciales para la vida privada, en cuanto instrumento de descodificación de los comportamientos del comprador, a veces a sus espaldas, y de los flujos de la clientela con fines de detección personalizada. Con esta utilización es con la que fantasean tanto proveedores y referencias de la gran distribución como profesionales de la mercadotecnia y de la publicidad [...] La problemática de la inserción del chip oculto en los productos manufacturados no representa sino la punta visible de las investigaciones emprendidas para sondear los comportamientos, toda vez que el entramado electrónico del consumidor está en el centro de las preocupaciones de las grandes marcas, los publicitarios y los operadores. La aparición, en 2005, de los primeros carteles publicitarios que interactúan con los teléfonos móviles es otro indicio. Ya se pierde la cuenta de los experimentos a tamaño natural que conectan a los internautas con publicidades diseñadas en función del lugar en que se encuentran y que aceptan someterse a un seguimiento en tiempo real. Otros experimentos trufan las secciones de los hipermercados con chips o software de reconocimiento mediante cámaras situadas en lugares estratégicos con el fin de detectar miradas, hechos y gestos de los clientes o clientas ante tal o cual producto para extraer ideas sobre el reacondicionamiento del envasado o de la tienda [...] Viaje al centro del cerebro La proliferación de este tipo de uso de las tecnologías digitales corre pareja con la creciente aceptación de que disfrutan los nuevos enfoques del consumidor propuestos por el «neuromarketing». En la década de 1980, el enfoque antropológico y microsociológico, conocido en Francia con el nombre de «etno-marketing» había abierto nuevos caminos, a contracorriente de las teorías explicativas del comportamiento del consumidor y del usuario, al poner en entredicho la unidad básica, el individuo, de las disciplinas dominantes como la psicología de las motivaciones, opiniones, actitudes, así como el postulado de la economía neoclásica de la elección racional, más o menos condicionada, de acceso a la información, y el del individualismo metodológico tan del gusto de la microsociología. Hoy en día la publicidad y la mercadotecnia se orientan hacia las neurociencias con la esperanza de localizar las zonas del cerebro que hay que estimular en función de los objetivos de la marca. Con la esperanza también de intentar descubrir el secreto de ese sujeto huidizo que pese a todo sigue siendo el consumidor. En el umbral de la sociedad industrial, los pioneros de la craneoscopia y otras disecciones del cerebro tendentes a la localización de las propensiones abrieron el camino al tomar como objeto de sus experiencias a los desheredados de las prisiones, los hospitales y los orfelinatos. La ingeniería del asentimiento de la llamada sociedad hipermoderna, por su parte, ha optado por convertir la venta del «tiempo de cerebro humano disponible» en la fábrica de audiencias, en la condición sine qua non del modo de control de masas.
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