Nueva York
«Los extremistas de Oriente bloquean el puente con Occidente»
Salman Rushdie, veinte años después, no es solamente conocido por ser el amenazado autor de «Versos satánicos». Su nueva obra, «La encantadora de Florencia» (editado en castellano por Mondadori y en catalán por Bromera), demuestra la fuerza de su narrativa.–Muchos críticos definen su novela como un regreso a sus orígenes. ¿Está de acuerdo con esa valoración?– Creo que es cierto en ese sentido. Es un libro distinto, nada que ver con la política contemporánea. Lo que sucedió con mis libros de ficción y de no ficción es que durante cierto tiempo de mi vida me interesaron los acontecimientos contemporáneos. Supongo que llegó el momento de volver a los aspectos básicos de la narración de historias. A veces sucede que, como escritor, te parece que has encontrado un buen tema. Cuando tienes esa impresión lo que hay que hacer es narrar ese tema, no fastidiarlo. Así que «La encantadora de Florencia» supone, efectivamente, un retorno a la narración en su estado puro. Pero lo que me ha preocupado siempre, a lo largo de estos años, es la conexión de los seres humanos con su tiempo, y eso aparece en el libro. Déjeme añadir que me lo he pasado muy bien con la novela y eso es lo importante.–Permítame ir más lejos. Su editor estadounidense, Will Murphy, ha dicho que esta novela marca un punto de inflexión en su trayectoria. – ¡Oh! ¡No sabía que había dicho eso! Hay que contradecir siempre lo que dice tu editor. No sé. A veces es más fácil que la gente de fuera vea las cosas, no uno mismo. Cuando estás sentado escribiendo, no piensas todo eso.–El libro demuestra, pese a ser una novela, que es una investigación histórica, con la abundante bibliografía que incluye al final de la obra. Pese a ser una historia de ficción, ¿Se siente encorsetado por los hechos históricos? ¿Acota todo eso la imaginación del escritor?–Me parece que es exactamente igual que una novela sobre la era contemporánea. Te ves limitado por la realidad del mundo. En este caso la investigación me reveló muchas cosas extrañas que habían sucedido, lo que fue una liberación para mi investigación. Nada de lo que me inventé resulta tan extraño como lo que de verdad sucedió. Por ejemplo, hay un pasaje en la novela que se refiere a la guerra contra Drácula. Pues todo es cierto, aunque parezca realismo mágico. Lo que pasó es que uno de los soldados mercenarios en aquella guerra era de origen serbio. Escribió un relato de esa lucha; ese documento ha sobrevivido y yo me he basado en él para escribir dos o tres pasajes de mi libro, aunque al leerlos parezcan pura fantasía. –Vive y trabaja en Nueva York. ¿No le parece la Florencia descrita por usted como el Nueva York de la época?–Es cierto. Las dos ciudades de mi libro eran enormes en su época. Hay un Renacimiento en Florencia, pero también lo hay en Fatehpur Sikri. En este sentido, son versiones en el siglo XVI de las grandes metrópolis actuales. Pero yo quería darles las características que les correspondían según su tiempo.–En su libro plantea un puente cultural entre Oriente y Occidente, algo que parece estar roto en los últimos años.–El puente ha existido siempre, pero quedó obstaculizado por esa política extremista de Oriente, aunque hay muchos en esa zona que no comparten dichos puntos de vista. Tampoco ha ayudado mucho en todo esto la antigua administración Bush. Pasamos por una situación de crisis, turbulenta, que podría dar lugar a un momento nuevo. De reconstrucción. –Este año se cumplen veinte desde la amenaza islámica contra usted por la publicación de «Versos satánicos».–Honradamente, han pasado diez años sin ningún tipo de impacto. Solamente hablo de esto cuando hay periodistas a mi alrededor. Tengo la impresión de que esto ya es una historia pasada. Fue importante, pero está superada. Es pasado. Pasemos a otro tema.–Efectivamente es un tema pasado, pero se sigue amenazando a los escritores por lo que escriben. Ahí está, por ejemplo, el caso de Roberto Saviano.–Tiene razón. Conozco a Saviano y es cierto que corre un verdadero peligro. Me gusta muchísimo. Organizaron en Estocolmo, en la Academia Sueca, un encuentro con él y me parece un escritor increíble. Lamento que se encuentre en una situación como esa, lo que me hace pensar que la mafia es mucho más peligrosa que todos aquellos que podían atentar contra mi vida. Ellos tienen más práctica en esto de acabar con la gente.–Me gustaría saber, no qué es lo que está preparando sino lo que cree que le queda por escribir.–Resulta muy difícil para un escritor hablar de nuevos mundos o nuevos libros. Sí tengo la impresión de que, tras vivir muchos años en Londres, me falta un libro que hable sobre esa experiencia. En realidad, la única novela que he escrito y trató de verdad sobre la Inglaterra contemporánea fue «Versos satánicos». Por eso me frustró muchísimo que la gente la viera como una obra sobre el Islam, pero todo ese material en aquella obra es secundario. La novela se refería al Londres de los años ochenta y a todas las comunidades de inmigrantes que vivían en ese momento en la ciudad. Por eso veo que tengo algo que decir sobre la capital británica.–Creo que trabaja en un texto muy diferente a «La encantadora de Florencia».–Es como una secuela de «Harún y el mar de las historias». Lo escribí para un hijo de once años. Como ahora tengo otro crío de esa edad, me está pidiendo que le haga también un libro. Está casi acabado.–¿Se lo está leyendo a su hijo?–Sí, sí. Ya ha leído la mitad y le encanta. De momento, lo ha aprobado.
Redimir a Maquiavelo –Usted demuestra en su novela que le fascina esa época. Aparecen numerosos personajes reales. Lo que resalta especialmente es su tratamiento casi desmitificador de Nicolás Maquiavelo. –Fui a Florencia por primera vez cuando estaba en la universidad, con veinte años. Me pasé todo un verano allí. Desde entonces quedé fascinado por la ciudad, por su arquitectura... Pero como estudiaba aquella época, también me interesaron sus personajes, particularmente Maquiavelo. Me di cuenta de que no era maquiavélico. Resulta que su imagen, la que nos ha quedado, es la de un supercínico, pero esos no eran los rasgos que realmente le caracterizaban. Fue un hombre que detestaba profundamente a los príncipes. Era un republicano comprometido hasta la médula. Su librito [«El príncipe»], el origen de su mala fama, lo escribió basándose en la conducta de poderosos como los Medici o los Borgia. Si algún reproche se le puede hacer, es el de que dice la verdad en todos sus escritos. El suyo es un caso típico de matar al mensajero. Yo quería redimir de alguna manera a Maquiavelo con «La encantadora de Florencia» porque es muy atractivo, aunque se le ha demonizado.
La autobiografía como jubilación–En alguna ocasión se ha dicho que usted trabajaba en su autobiografía, un rumor que ha aparecido continuamente en la Prensa y durante la celebración de alguna edición de la Feria de Fráncfort. ¿Es verdad, o se trata de una de las leyendas que persiguen a su obra?–Nunca he escrito nada así, aunque es cierto que todos me lo piden, especialmente mi agente literario [el todopoderoso Andrew Wylie]. Creo que acabaré haciéndolo, pero no en este momento. Hace dos años entregué todos mis papeles a la Emory University, en Atlanta, y todavía siguen haciendo la catalogación de lo que dejé. Probablemente concluyan esa labor en algo menos de un año y puede que entonces me resulte más fácil enfrentarme a unas memorias. Pero, de verdad, le puedo asegurar que yo no me hice escritor para acabar hablando sobre mí mismo. Por eso no tengo ninguna prisa en mi autobiografía, aunque sé que acabará siendo mi jubilación.
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