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Morriña

La Razón
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Comentábamos la semana pasada como, ya hace años, el escritor Julio Camba se quejaba de que a los gallegos como él se les suponía de antemano un carácter triste y taciturno. Un gallego alegre que tuviera algo de amor propio se veía obligado, pues, a pasarse la vida demostrando sus capacidades humorísticas mientras que un andaluz espabilado de la misma talla y peso, por el mero hecho de hablar aspirando las eses, obtenía el beneficio de ser considerado ya de entrada de un gracejo tronchante. Eso no lo veía justo y, ahora que estoy en esta región, a mí tampoco me lo parece. Pero entiendo que ese tópico no es más que otra de las excusas prefabricadas para perpetuar el eterno conflicto territorial de nuestra península. Esos estereotipos tienen varias caras. Según se les quiera tratar bien o mal, los gallegos serán tristes o reflexivos, los catalanes ahorradores o tacaños, los vascos nobles o brutos, los castellanos austeros o crueles, los andaluces alegres o vagos. ¿En serio queda alguien que todavía se crea estas memeces? Porque luego resulta que llorones, vagos, avaros, brutos y crueles encontramos en la misma exacta proporción por todas partes de la península. El conflicto territorial si sigue eternamente es porque las élites de la provincia necesitan colocar a los hijos en puestos bien pagados aunque no hagan gran cosa o su nivel sea discutible. La excusa será cualquiera: a veces la lengua, el agua, los incendios forestales, los tópicos de los que estamos hablando o lo que sea. Lo importante es que el conflicto territorial entre regiones siga, no vayan a derrumbarse un montón de puestos de trabajo financiados con dinero público: toda una industria retórica basada en convencer al crédulo de que los locales lo defenderán mejor. Y ese derrumbe sí que iba a provocar una gran morriña en muchas cuentas corrientes particulares.