Moscú

Obama inaugura una nueva era

La Razón
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Contundente, inapelable e histórica. La victoria electoral del candidato demócrata Barack Husseim Obama, que le convierte en el primer presidente de raza negra de Estados Unidos y en el 44 desde su independencia, abre una nueva era en la historia de la primera potencia mundial y se proyecta al resto del mundo. Excepcional ha sido el apoyo recibido (62 millones de votos, que equivale al 53% de los emitidos, y 349 delegados), que refuerza incluso la mayoría demócrata en el Congreso y el Senado; y excepcionales han sido las muestras de satisfacción en la mayoría de los países, desde los africanos, en los que se ha producido una explosión de orgullo racial, hasta los europeos e iberoamericanos, que ansiaban un cambio sustancial en la Casa Blanca. NUEVO LIDERAZGO. Nunca antes habían acudido tantos electores a votar (66%) y nunca antes las minorías decisivas, como negros e hispanos, habían inclinado tanto la balanza electoral. Estados Unidos ha cambiado de rostro en las últimas décadas y su nuevo modelo se llama Obama. Nadie como él ha sabido encarnar las aspiraciones del ciudadano medio y reverdecer su esperanza en el futuro. El sueño americano está más vivo que nunca. Envuelto en una profunda crisis financiera y atenazado por varios conflictos bélicos, el escenario mundial exigía desde hace tiempo un nuevo liderazgo. Después de ocho años de Presidencia, George W. Bush había agotado su crédito y su margen de maniobra. Tal vez la historia le reserve un juicio benigno, pero sus compases finales han sido perjudiciales para su propio país y poco alentadores para el resto de las naciones. Deja en herencia un puñado de frentes abiertos que para resolverlos Obama necesitará toda su capacidad de seducción, su gran talento personal y el enorme caudal de simpatía que ha suscitado en todo el mundo. DAÑOS FINANCIEROS. Para empezar, el nuevo presidente debe taponar con urgencia los daños producidos por la crisis y reformar a fondo el sistema financiero norteamericano con organismos de control y supervisión más rigurosos. Su presencia en la cumbre del G-20, el próximo día 15 en Washington, marcará el inicio de ese proceso del cual están pendientes todas las ecomomías mundiales. A Obama, en suma, se le va a exigir que arregle lo que se estropeó con Bush. El mapa diplomático que recibe en herencia también le exigirá que dé lo mejor de sí mismo, a empezar por su capacidad de diálogo. En un gesto de recibimiento poco amistoso, Moscú no dudó ayer en anunciar el despliegue de misiles en la frontera con Polonia, como respuesta al escudo desplegado por Bush. Medvedev y Putin se han adelantado a marcar la pauta y aventuran una etapa tensa con el conflicto de Georgia al fondo y la expansión de la OTAN a los aledaños de Rusia. En este terreno, Obama es aún una incógnita a despejar, aunque no faltan quienes recuerdan que los presidentes republicanos han sido más hábiles que los demócratas en sus tratos con Moscú. No obstante, la piedra de toque de la era que se abrió el martes será la batalla contra el radicalismo islámico, centrado en Afganistán, y el cierre del conflicto de Irak. En el caso afgano, Obama no tiene otra alternativa que desbloquear una situación militar de cierto marasmo que las fuerzas aliadas no parecen capaces de superar y que la diplomacia tampoco logra consolidar con Pakistán, la potencia regional. La escena islamista se completa con el conflictivo Irán, cuyo régimen radical hará valer las promesas electorales de Obama de sentarse a negociar. En ese mismo plano cabe situar también a los regímenes populistas de Iberoamérica, con los Castro, Chávez y Morales a la cabeza. Es probable que el talante del nuevo presidente sea una baza magnífica para rebajar tensiones, pero sería ilusorio creer que la política exterior de EE UU dará un vuelco para satisfacer a ese elenco de dirigentes radicales y visionarios. Los países de Iberoamérica pueden encontrar en Obama a un valioso aliado siempre y cuando antepongan la limpieza democrática a sus megalomanías populistas. PASAR PÁGINA. En cuanto a España, el triunfo del candidato demócrata permitirá, con más facilidad, pasar página a una de las etapas más estériles de sus relaciones con EE UU. Han sido cuatro años y medio desaprovechados en perjuicio de los intereses españoles. Es evidente que Zapatero se equivocó con descortesías impropias de él y que pecó de gobernante neófito al retirar precipitadamente las tropas españolas de Irak. No obstante, es agua pasada, y entre Madrid y Washington debe abrirse una nueva etapa de mayor colaboración y entendimiento. Ha sido positivo que el presidente español se apresurara a subrayar que España es «un amigo y un aliado fiel». Confiemos, en todo caso, que Obama no defraude la gigantesca ola de esperanza y simpatía que ha despertado en España y en todo el mundo.