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Qué tropa

La Razón
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Lo del pasado jueves en el Congreso de los Diputados tiene su miga. Quizá, por primera vez en la breve historia del parlamentarismo español del posfranquismo, se unieron los representantes y los representados. Es decir, los diputados del PSOE y sus representados favoritos, que no son otros que los titiriteros y los del canon. Se calcula en 150 millones de euros la cantidad que va a administrar y repartir la SGAE con eso del canon digital que tanta ilusión ha despertado entre el joven electorado. Y se aprobó, con el apoyo de los partidos minoritarios que pasan la factura por sus ayudas, la llamada Ley del Cine, que consiste en devolver los favores de las pancartas. Una industria quebrada que sostenemos entre todos los españoles para que vivan bien los privilegiados que han quebrado la industria con su falta de talento, su sectarismo ideológico, su necedad estructural y sus intérpretes enchufados. No todos los actores se beneficiarán del gran regalo del Gobierno que sale del dinero común, pero sí los más activos. Ahí estaban la Bardem y Luppi, el mamarraché nacionalizado que sueña con el establecimiento de un cordón sanitario que aísle a los españoles, unos diez millones, que votan al Partido Popular. El montonero afectado se llevó hasta el Congreso de la nación que le ha adoptado una camiseta carmesí en pos de una foto, y la consiguió, que esta gente no sabe vivir sin la foto impacto.

Desde la distancia y la tranquilidad, hay que reconocer que se lo han ganado. Se movilizaron contra el Gobierno de Aznar y apenas una semana después de que el PSOE venciera minoritariamente en aquellas extrañas elecciones de marzo del 2004, ya se estaban reuniendo con la ministra Calvo para garantizar el cobro por los servicios prestados. En los cuatro años de ayudas y canonjías a esos pocos que mandan en la mafia titiritera, se han producido en España decenas de auténticas chorradas que hemos pagado entre todos. Dice Juan Luis Galiardo, gran actor y buen amigo mío, que los actores no se meten en el bolsillo el dinero de nadie. Verdad a medias. El dinero de todos se dedica a la producción, y de ahí cobran los directores, los realizadores, los ayudantes, los iluminadores, los cámaras, los propietarios de las flotas de coches… las actrices y los actores. Es cierto que no lo hacen directamente del bolsillo del contribuyente al bolsillo del actor, pero el origen es el mismo. Mi dinero, el de los lectores de este periódico, el de los camareros que no han visto en su vida un euro de propina, el del empresario modesto ahogado por los impuestos... Ese es el dinero que termina en el bolsillo de los que han llevado al Cine español –no entra en ellos Galiardo, que insisto, es un gran actor–, al estercolero de la inteligencia y al vertedero del arte. Pero el Gobierno, al menos con ellos, ha cumplido su palabra, sacando adelante tan escandalosa Ley.

Y lo del canon, pues ya se verá. Los autores tienen derecho a cobrar y el Gobierno a establecer el equilibrio de ese derecho. Para los centenares de miles de jóvenes que van a verse obligados a pagarlo, la noticia no es buena y puede reflejarse en el voto cabreado. Creo que el Gobierno no ha calculado bien las consecuencias. Teddy Bautista y el tal Farré tienen derecho a un voto cada uno. El voto de Luppi es como el mío y el de usted. La gente está cansada de pagar, además de las hipotecas, los chalés de los cineastas.