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Su peso en oro

La Razón
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Manuel Chaves, Presidente de la Junta de Andalucía, demostró sus dotes de estratega cuando Zapatero, días después de las elecciones del 14 de marzo de 2004, le llamó para consultarle nombres para su futuro Gobierno. «Aquí tengo dos joyas, José Luis, que además son mujeres. Pero no me las quites, por favor. Se trata de Maleni Álvarez y Carmen Calvo. No me hagas la faena de llamarlas, José Luis, que lo están haciendo de cine y me harías una faena de las gordas si te las llevas a Madrid. Sí, te lo repito: Maleni Álvarez y Carmen Calvo. ¿Has apuntado bien? Pero no te las lleves, porfa, José Luis, que son lo mejor que tengo. No, Maleni Calvo y Carmen Álvarez, no. Son Maleni Álvarez y Carmen Calvo, mis mejores consejeras en el Gobierno de Andalucía. Confío en ti, José Luis. No te las lleves. Un abrazo».

A los pocos días, Zapatero hacía pública la composición de su Gobierno. Fomento, Magdalena Álvarez; Cultura, Carmen Calvo. En Sevilla, en el monumental palacio del duque de Montpensier, se organizó una fiesta para celebrar el acontecimiento. Iba Chaves de salón en salón abrazando a los invitados. «¡Se las ha llevado! ¡Se la he metido doblada! ¡Arenal de Sevilla y olé, Torre del Oro!»

No transcurrió mucho tiempo para que se comprobara el timo de Chaves a Zapatero. La ministra de Cultura fue de las primeras en caer, y lo asumió con elegancia. Su mayor acierto, designar a Rosa Regás para dirigir la Biblioteca Nacional, que a punto ha estado de desaparecer. Protagonizó situaciones cumbreras. Así, cuando mirando al mar de Huelva, elogió «La belleza del Mediterráneo». El Mediterráneo se lo agradeció desde la lejanía, y el Atlántico se enfadó bastante con la ministra, y en mi opinión, con sobrada razón. Maleni, dentro de lo que cabe, ha sido infinitamente peor que Carmen Calvo, que no disfrutó de la protección presidencial como lo hace la malagueña. Zapatero llegó a decir que su ministra de Fomento valía su peso en oro. Y motivos tenía para proclamarlo.

Ignoro el valor actual del oro. Los precios fluctúan, y a mí, personalmente, nada de lo que fluctúa se me da medianamente bien. Y también ignoro, –y de saberlo no lo haría público ni bajo amenaza de tortura–, el peso de Magdalena Álvarez, que también fluctúa, chanquetito de más, chanquetito de menos. Lo único que sé es que para mantenerla en el Gobierno y no sufrir la humillante reprobación del Congreso de los Diputados, el Gobierno ha comprado los votos del PNV, el BNG, y el tránsfuga Calomarde por 118 millones de euros. Zapatero no ha mentido en esta ocasión. Magdalena Álvarez vale su peso, sea el que sea, en oro, con fluctuaciones o sin ellas.

Una hora antes de la votación, el Gobierno acordó regalar al autonómico gallego 51 millones de euros, y 67 al vasco. Gracias a ello, por dos votos, se consiguió el decente milagro. No consta lo que recibió el escaño del tránsfuga valenciano Calomarde, pero que alguna propina cayó en su búcaro no es cosa que parezca pertenecer al mundo de la figuración. El Gobierno ha hecho el ridículo y la política nacionalista ha demostrado su indefensión ante los chanchullos. Pero que Magdalena Álvarez vale su peso en oro, es algo que nadie pone ya en duda.