Crítica de libros

Un brindis para el recuerdo

Un brindis para el recuerdo
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Cuando María Marsans nos citó en las bodegas Rosell, ni de lejos imaginábamos que se trataría de una de las tabernas más auténticas jamás vistas en Madrid. Menos aún que aquí compartiríamos una botella de vino y un tropel de croquetas con una de las mujeres más geniales jamás entrevistas en estas páginas.
Emprendendora, estupenda conversadora y con una simpatía de esas que arrollan hasta el punto de no saber qué preguntar (ni falta que hizo), María nos sirve casi sin tiempo para enchufar el boli una copa de Arrayán. La misma bodega que capitanea desde que, hace ya casi un año, falleciera su marido, el empresario José Manuel Entrecanales Azcárate. Él fue quien, después de sumergirse en el mundo del vino con la compra de unas bodegas en la Ribera del Duero, decidió volcarse de una manera más personal. Así, tras un viaje iniciático a Burdeos junto a María, cultivó 26 hectáreas de viñedo en su finca toledana, germen del que en la actualidad es uno de los vinos más aplaudidos por la crítica especializada. Y por la que no, ya que no nos queda más remedio que aplaudir al probar un rosado del que, una hora más tarde y con la entrevista ya en la libreta, no quedará una sola gota.
Al fallecer su marido, María explica que decidió tomar las riendas de la bodega en parte como un homenaje a él, a lo mucho que disfrutó sus últimos años rodeado de viñedos. De ahí que pronto veamos en el mercado una producción limitada de 3.000 botellas dedicadas a su memoria. El que aquí nos ocupa, o, mejor dicho, el que aquí nos bebemos, es el primer rosado que sale de Arrayán con la confianza de María (y del periodista) de que corren buenos tiempos para esta variedad después de tantos años de supremacía de los tintos. Hablamos largo y tendido de lo difícil que es hacerse un hueco entre tantas bodegas, pero también de lo divino y de lo humano, lo mismo de lo poco que nos gusta la política que de lo mucho que nos gustaría tener otros políticos. Y de si votaremos hoy o no, que esa es otra.
Entre medias, María descubre que ella (también) es periodista y que trabajó como tal hasta que se dio cuenta de que su amor por el papel iba más allá. Tanto, que montó con una socia Papelmanía, empresa dedicada al mundo de eso mismo, del papel. Tal cual. De las hojas a las páginas, acabamos la charla enredados entre literatura, educación y esos valores de hoy en los que impera más el culto al botox que la pasión por un buen libro. A punto de reventar entre el tropel de croquetas, nos despedimos de María con la seguridad de que su desembarco en la bodega dará mucho que hablar y que brindar. Al menos, como dice ella con resignación, cuando pase la crisis y todo vuelva a su sitio. Ya falta menos.