Literatura

Brooklyn

«Un escritor no se jubila se vuelve loco»

La Razón
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Dónde está la gran biblioteca de un escritor como Philip Roth, (Newark, 1933). En su apartamento del Upper West Side apenas tiene libros. Hay una pila con una decena de volúmenes sobre la poliomelitis y en una estantería del salón se ven algunos más. A la izquierda, en una mesa baja de cristal, hay varios ejemplares de historia y un catálogo del Metropolitan Museum de Nueva York. A la derecha, hay una puerta abierta que deja ver parte de una cama con un edredón blanco. Todo está limpio y hay mucha luz. Y, efectivamente, me acaba de sorprender cotilleando. Sonríe. Y explica que «vamos a hacer la entrevista aquí (por la mesa baja)». Nos sentamos frente a frente. Philip Roth está descalzo. Lleva calcetines oscuros con las puntas de colores. Y se pasa toda la entrevista jugando con los pies: los pone y quita en el filo del borde de la mesa mientras habla de por qué empezó a escribir, sus casi 30 novelas, sus premios, su último libro, «Indignation», la sociedad estadounidense, el presidente Barack Obama y su casa de Connecticut. Es ahí, por cierto, donde vive realmente y donde también están sus libros. Una de las cosas que le preocupan es cómo se van a traducir en español los títulos de sus dos próximos trabajos. Habla despacio. No tiene nada que demostrar y poco que ocultar. Eso sí, reconoce que cuando está en Nueva York se refugia en su apartamento de Manhattan. «Indignación» (Mondadori) narra la historia de un joven, a principios de los 50, en los años en los que estalla la guerra de Corea, que decide irse a estudiar lejos de sus padres. «Nunca voy más abajo de la calle 72». A esa altura, el ajetreo empieza a hacerse dueño de este barrio que tradicionalmente ha sido refugio de escritores, actores, músicos y artistas. Con el tiempo, la mayoría ha terminado en Brooklyn, huyendo de los altos precios y la sensación de que cada vez esta zona se parece más a un parque temático», confiesa. –Éste es el primer libro después de haber escrito el último sobre su alter ego en la ficción, Nathan Zuckerman –que en español se tradujo como «Sale el espectro»–. ¿Cómo ha sido? –Zuckerman ha rondado por aquí durante 30 años, pero no en cada uno de los libros que he escrito. Una de las cosas que me alegran de haber terminado con él es que ya no me puedo meter dentro de su biografía. Llegó a su final, a su correcto final. Y con «Indignación» tenemos a un joven. Ahora tengo dos libros nuevos con distintos personajes. –¿Podría adelantar algo de estos proyectos, «The Humbling» (previsto para este otoño en EE UU) y «Nemesis» (el próximo año)? –¿Cómo se va a traducir «humbling» en español? Porque no significa lo mismo que humillación. En inglés es cuando algo te derrota. Y creo que mi editor en español va a tener que trabajar en ello. Trata sobre un actor muy conocido que descubre que no puede interpretar más. «Nemesis» creo que en español es igual. El personaje es un profesor que está al cargo de las actividades de recreo de los niños de un colegio en 1944, cuando empezó la epidemia de la polio, enfermedad que tuve en ese año. Estos niños son víctimas de este mal. Es muy duro. –¿Fue complejo a sus 75 años meterse en la piel de un joven, como el protagonista de «Indignación»?–No. Lo difícil es conectar con el personaje. Eso es un regalo. –¿Y qué ocurre cuando esta conexión no se produce? –Bueno, uno se sienta a llorar (ríe). Entonces, se tiene un mal día, una semana o un mes, y se acaba escribiendo un mal libro. Los buenos escritores no escriben al mismo nivel siempre. No se hace todo en el primer borrador, luego llega el segundo, el tercero y el cuarto. Entonces, el personaje empieza a aclararse. Y comienzas a hacerlos más grandes y a saber quiénes son. –¿Se le ha rebelado algún personaje? ¿Sabía qué le iba a ocurrir a Marcus? –(Reflexiona). La verdad es que no lo sabía cuando empecé a redactar. En realidad, no sé mucho cuando comienzo. Escribo la primera página y si está bien, fantástico. No me preocupo de todo. Lo que ocurre es que un párrafo te lleva al siguiente. –Marcus es un joven como el Neil de «Goodbye Columbus» (1959), su primera novela. ¿Es un tributo?–No, y la verdad es que mi primer libro está tan lejano que ni siquiera lo recuerdo ya. –Para «Indignación», situado en la guerra de Corea, leyó diez libros sobre la contienda. ¿Cómo prepara las novelas? –Generalmente leemos libros para recibir información de lo que sucede en la sociedad, pero no hay nada para crear un personaje. Esa es la razón por la que escribes. Es entonces cuando se crea un personaje. Sabes qué tipo de personas son y les haces comportarse de una determinada manera. –Marcus es de origen judío, como usted, pero no practicante. ¿En la actualidad, qué función considera que debe tener la religión en nuestras vidas?–Bueno, no tiene ninguna en la mía. Estoy muy contento de vivir en una sociedad secular. No encuentro que la vida sea más difícil por no tener ninguna creencia. No entiendo a los creyentes. Para mí, no tiene sentido. –¿Por qué considera que las personas en esta nación son más religiosas que antes? –Probablemente, es una reacción social. ¿A qué? Podría ser a la modernidad. Nuestra historia se ha hecho a partir de continuos cambios. Lo hace cada cinco años. No sólo debido al presidente (su mandato es cada cuatro años), también industrialmente, tecnológicamente, culturalmente, políticamente. Y a la gente le dan miedo esos cambios.–Usted ha escrito más sobre Estados Unidos que muchos presidentes de este país en sus discursos. ¿Cuál es su previsión de futuro? –No lo sé. Si lo supiera trabajaría en el Gobierno (sonríe). Escribo sobre Estados Unidos porque es mi país y es de lo que sé más.