Historia
Una organización española rescata de la prostitución a 900 adolescentes
Sólo en la ciudad de Bangkok hay cincuenta mil prostitutas menores de quince años, pero el drama llega a todo el país.
Hace siete años Rasami Krisanamis, budista, profesora de español en la Universidad de Chulalonghorn, en Bangkok, me solicitó permiso para traducir uno de mis libros juveniles al tailandés, advirtiéndome que no me podía pagar derechos, ya que se dedicaba a actividades sin ánimo de lucro. Se los cedí no por generosidad, sino por pereza. Si a veces me cuesta cobrar mis derechos en Francia, que está a la vuelta de la esquina ¿cómo pretender cobrarlos en las antípodas? Rasami ha resultado ser una fuerza desatada de la naturaleza: vendió miles de ejemplares de aquel libro, más de otros que le fui cediendo –gracias a ella soy el autor español más traducido al tailandés– con cuyo importe construye modestas escuelas, y hasta un pantano como los que inauguraba Franco, aunque en pequeño, para regar el huerto de una de esas escuelas. Y esa fuerza desatada de la naturaleza consiguió que fuera a dar una conferencia a los hispanistas tailandeses de Bangkok, y ahí es cuando me asomé al drama de la prostitución infantil. Cincuenta mil prostitutas menores de quince años sólo en Bangkok. Y la vergüenza del turismo sexual que se ensaña en aquellos remotos lugares, pero que ensucia a la humanidad entera. ¿Qué se podía hacer frente a semejante ignominia? En Tailandia me encontré con gente que no se cruzaba de brazos. El padre Alfonso de Juan, misionero jesuita, y socio de Rasami en su lucha por salvar a niñas en grave riesgo de ser vendidas en los prostíbulos, mediante un sistema de becas de cien euros, que les permite escolarizarlas durante un año. Uno de los días padre Alfonso –con el que ya me une una amistad fraterna– me comentó que estaba muy contento porque una azafata de Iberia le acababa de dar una beca. Con el pesimismo propio de las gentes con pocas luces, le comenté: «¿Y tú crees que sirve de mucho una beca ante semejante drama?». Su respuesta fue contundente: «Sirve para ayudar a una, por lo menos. ¿Te parece poco?». Esto se me quedó grabado y cuando regresé a España lo hice con la idea de conseguir una beca por lo menos. ¿Cómo? Haciendo lo único que está a mi alcance: escribiendo. Y en uno de los primeros lugares en los que lo hice fue en este diario. Cuando entró la primera beca, sentí una gran emoción: por lo menos ya había entrado una. Y puede que no fuera la única. La realidad ha superado a mis sueños. Efectivamente siguieron entrando uno tras otro, miles de euros, hasta que no me ha quedado más remedio que constituir una ONG, Somos Uno, de la que soy el presidente, mi mujer la vicepresidenta, y mis hijos –que son los que soportan los gastos– los consejeros. Es decir, una ONG familiar y artesanal, con la que hemos conseguido escolarizar novecientas niñas, de las cuales treinta están camino de la Universidad. Y cuando una de esas niñas entra en la Universidad, en su pueblo toman conciencia de que no trae cuenta venderlas por cuatro perras. ¿Pero es que son las mismas familias las que venden a las niñas? podemos preguntarnos. No se debe generalizar, pero en muchas ocasiones, por desgracia es así, sin que nosotros debamos juzgarlo porque desde nuestra sociedad del bienestar, no alcanzamos a comprender a donde puede conducir la pobreza extrema. Sobre todo en familias desestructuradas, o en el límite de la postración por la pandemia del sida. En una ocasión le preguntaron a padre Alfonso si algún caso le había dolido especialmente, y contó que en Pattaya –la playa más turística de Tailandia– se encontró con una madre en un chamizo, con una niña preciosa: ella era misma era la que buscaba clientes extranjeros para que tuvieran relaciones con la niña. Es en la única ocasión en la que me ha llegado una noticia tan triste de padre Alfonso. Me comunicó con él todos los días por el correo electrónico y acostumbra a darme buenas noticias. Me cuenta historias de las niñas escolarizadas, que se mueven en el filo de la navaja entre el horror y la esperanza, aunque por fortuna la esperanza acaba convirtiéndose en realidad gozosa: el 98% acaban el bachillerato, y el otro 2% llegan al cuarto curso y lo dejan para casarse. No para prostituirse. Ustedes son como el hada madrina de este cuento de hadas, y si quieren seguir siendolo, ya saben que pueden ayudar a una por lo menos, ingresando una beca de cien euros –o la cantidad que puedan– en la cuenta de Somos Uno, 2038 2495 31 6000192025, de Boadilla del Monte. Y para más información www.ongsomosuno.com.
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