Política

Alemania

Las lecciones de la Alemania comunista

Director de Investigación en la Fundación para la Gobernanza Económica en Liechtenstein

¿Dónde estuvieron la noche del 9 de noviembre de 1989, cuando cayó el muro de Berlín? La mayor parte de los alemanes (y otros) mayores de 40 años, aún hoy en día pueden responder a esa pregunta. Fue con certeza el más importante y más celebrado evento en la historia alemana durante la postguerra. Fue una noche en la que dominó completamente la celebración de la libertad. Mirar a la cara de los berlineses de la parte oriental pasando los puntos de control entre lágrimas y gritando «¡Libertad!» es algo que todavía me afecta profundamente.

¿Y dónde estaba yo? Aquella noche estaba en mi apartamento de estudiante en Friburgo (Alemania occidental), leyendo a Hayek, un clásico de la economía liberal. No fueron sus primeras predicciones sobre el colapso del socialismo, que sería lo más adecuado para la ocasión, las que me hicieron escribir mi tesis del máster, sino su complejo trabajo acerca del ciclo de negocio. Pero me puse a llorar viendo las noticias de última hora – como muchos de los alemanes en Friburgo, Berlín, Dresde o donde fuera.

Me sigo preguntando cómo recibió el propio Hayek las noticias llegadas desde Berlín, mientras estaba en Friburgo, donde vivía a los 90 años de edad y en su pobre estado de salud. Él vivió cómo la publicación de su obra «The fatal conceit-The errors of socialism» –un libro que junto con otros artículos en la década de los 30 predijeron el declive económico, político y socialista–, no sólo fue ignorada sino atacada también por los principales científicos sociales e intelectuales, especialmente en Alemania y en Austria, su país natal.

El declive del socialismo llegó por sorpresa para la mayoría de los principales economistas, políticos y expertos en medios de comunicación. A mediados de los 80 las estadísticas de la RDA afirmaban que eran la décima potencia industrial en el mundo; y muchos de los expertos en Alemania occidental así lo creían. Si mides la producción en toneladas de acero, número de coches (producidos con «Duroplast», un tipo de plástico que contiene resina reforzada con lana o algodón reciclado), o en kilómetros cuadrados de feo papel de pared, la RDA producía mucho. Pero sin la vara de medir de los precios del mercado global no se sabe cuál es el valor real de la producción toda vez que los consumidores son libres de elegir, y los productores se ven forzados a competir más allá de las fronteras y los muros.

Los expertos alemanes solo aprendieron esto tras la caída del muro. Efectivamente la RDA se encontraba en bancarrota muchos años antes de 1989. Ya no podía pagar su creciente deuda externa: incluso vendiendo sus obras de arte, visas (tanto para entrar como para salir de la RDA) y, sí, vendiendo la libertad de algunos de sus presos políticos al Gobierno de la RFA.

Su industria monopolizada decayó rápidamente debido a la falta de inversión, innovación y emprendimiento. El socialismo producía más daño medioambiental y miseria humana que el valor añadido y la dignidad humana. No es una casualidad que con el advenimiento del «conocimiento económico» de Hayek, el sistema descentralizado de libre mercado cogiese una clara ventaja, y la economía planificada central –con su frustración innata de la libertad individual y la iniciativa privada– resultase ser un error.

Me entristeció abandonar la acogedora Friburgo y unirme como investigador a los pioneros que fundaron el «Max-Planck-Institute para la Investigación en Sistemas Económicos» en la antigua RDA en Jena en 1992.

Aun así pronto me sentí como en casa en esta «nueva» parte de la Alemania unificada. Aunque mucha gente perdió su trabajo o se mantuvieron en toda clase de programas de capacitación, financiados por el Estado, podía sentir su genuino orgullo por la historia precomunista y una verdadera disposición a restaurarla. Quizás no por casualidad elegieron a un alcalde del FDP (lo más parecido a un partido liberal clásico).

En 1994, la Asociación de Economistas Germanohablantes tuvo su congreso anual en Jena. Muchos de mis compañeros se encontraron con un ponente polémico. Se llamaba Lothar Späth, antiguo gobernador conservador de Baden y actual CEO de Jenoptik, antiguamente Zeiss, que incluso durante la época comunista se consideraba como la mejor muestra de liderazgo tecnológico duradero.

Recuerdo a Späth diciendo a muchos compañeros asombrados algo así como: «Por supuesto no podemos sobrevir solo con grandes subsidios del Estado. Los usamos completamente para reinventar Jenoptik. Tuvimos que despedir a miles de trabajadores. Y tenemos que mantener a otros. Pero también tenemos que mantenerlos alejados de las puertas de nuestra fábrica. Porque una vez que empiecen a producir los antiguos productos que no podemos vender, ¡aumentaríamos nuestras pérdidas añadiendo costes materiales y energéticos a los costes laborales!».

Al mismo tiempo, Turingia se ha convertido en un estado políticamente inestable incluso para los estándares españoles. En los últimos cuatro años, ha sido gobernado por una coalición liderada por el antiguo partido monopolista, el radicalista de izquierda Linke, que exige por ejemplo la expropiación a propietarios e industrias. Se ha mantenido en el poder gracias a una coalición con los socialdemócratas del SPD y el Partido de los Verdes. Como resultado de las recientes elecciones de octubre estos tres partidos en coalición han perdido su mayoría –pero solo debido a que un partido radical de derecha (AfD) quedó en segundo lugar.

Juntos, la izquierda (el sucesor legal del partido comunista que gobernó la RDA y construyó el muro) y la derecha (cuyo líder puede ser tildado legalmente de «fascista») tienen la mayoría en esta parte de Alemania. ¡Los dos partidos de la Gran Coalición federal alemana – CDU y SPD – solo cosecharon el 22% y el 8% de los votos, respectivamente, lo que representa menos del 31% de lo que obtuvo por su parte Linke.

Todo esto no significa de ninguna manera que la unificación alemana fuese un fracaso. Yo, al igual que casi todos los alemanes, celebramos el aniversario de la caída del muro. Parece que 30 años después, merecen hacerse dos observaciones: Alemania, tanto el Este como el Oeste, deberían de haber prosperado económicamente más de lo que lo han hecho durante estas décadas; pero la división política dentro de Alemania, y especialmente entre la parte occidental y la oriental, parece haber aumentado y favorecido la aparición de los extremos en el espectro político.

Y la gran pregunta ahora es: ¿Será Alemania capaz de regresar al estadismo político defendiendo su modelo de economía social de mercado si el país sufre pronto una leve recesión tras varios años de estabilidad?