Internacional
Francia, la víctima preferida de los yihadistas en Europa
Los yihadistas son incapaces de convivir con los demás. Llegan a un territorio que no es el suyo, se les acoge y no se conforman. Todo debe ser modificado para que estén a gusto
Muchas veces para poder analizar las intenciones del enemigo en una guerra (así la ha definido el presidente Macron) subversiva, que es en definitiva la que sufre Francia, hay que ir a los textos con los que ese enemigo justifica su actuación criminal y provocadora.
Resulta inaudito, pero es así en la mente de los yihadistas, que se quejen de que ningún estado occidental ha modificado sus leyes y su política para ajustarlas a lo que quieren los musulmanes. Son incapaces de convivir con los demás salvo que acepten ser juzgados. Es el mundo al revés. Llegan a un territorio que no es el suyo, se les acoge y no se conforman. Todo debe ser modificado para que estén a gusto y no continúen con sus actividades criminales.
“Nunca lo harán (Europa)-dicen en sus documentos ideológicos- a menos que sufran una amenaza real para sus vidas y sus intereses mundanos”. Por ello, como si matar y destruir fuera una obligación, anuncian que “para responder a sus burlas y desafíos, hay que luchar contra ellos y atacarles hasta que terminen con sus fechorías, como Dios ha ordenado”.
Los yihadistas están convencidos de que su campaña de atentados obligará a los gobiernos a pedir a sus ciudadanos que no “provoquen” (sic) a los musulmanes ya que, en caso contrario, sus vidas y economías estarán en peligro. Pero, ¿quién provoca a quién? ¿los que defienden la libertad frente la dictadura?
Hasta aquí lo que piensan y las intenciones de los yihadistas. Frente a ello, no cabe otra estrategia que la de la firmeza ante el chantaje y la amenaza. Con todas las consecuencias. Es necesaria una campaña de sensibilización de la opinión pública en el sentido de que cualquier combate, si se quiere ganar, requiere de una fortaleza del Estado asentada en un apoyo popular sin fisuras.
Los terroristas buscan, además del miedo, provocar una situación de desestimiento, de impotencia ante la brutalidad, para que los ciudadanos interioricen que, como el menor de los males, sería conveniente ceder en algo a las pretensiones del Islam radicalizado. Algo eso ha ocurrido hasta ahora en el país de la libertad como esencia y ahí están los resultados. Cualquier cesión la interpretan como una derrota y un paso más hacia la victoria final.
Combatir al yihadismo, una de las peores expresiones de fanatismo y criminalidad que ha conocido la historia, no es sencillo. Exige medidas enérgicas aplicadas con resolución, sin dudas. Quienes no pueden o no quieren vivir en un país que les ofrece la libertad, la igualdad y la fraternidad, no tienen sitio.
Para un yihadista, una persona prudente es un cobarde; un político dialogante, un ser preso del miedo que quiere salvar los muebles; unos ciudadanos silenciosos ante el crimen, la mejor prueba de que caminan por la buena senda. Si se quiere vencer a este mal, hay que demostrar firmeza con todas sus consecuencias, pero con todas. En Francia se está librando una batalla por la libertad del mundo occidental.
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