Opinión

Por qué defiendo mis ideas: ética, democracia y cambio climático

“En Occidente avanzan de forma preocupante argumentarios que pretenden poner en jaque constante a nuestras instituciones democráticas”

Un manifestante en Buenos Aires con un cartel del presidente Donald Trump
Un manifestante en Buenos Aires con un cartel del presidente Donald TrumpAGUSTIN MARCARIANREUTERS

A lo largo de los años de forma recurrente me han preguntado, bien como conferenciante, concediendo una entrevista o en un mero encuentro informal, de dónde surge mi motivación para promover de forma tan firme y apasionada la defensa de la democracia y de la lucha contra el cambio climático. Y siempre contesto lo mismo. Surge, además de por mi compromiso ético con la sociedad actual, por mi preocupación como padre acerca del mundo que le dejo a mis hijos. Y de la firme convicción de que el principal reto al cual se enfrenta la humanidad es la defensa del medioambiente y de la democracia: una relación indivisible, ya que no se puede conjugar la una sin la otra. Pero esta afirmación, que le puede resultar tan evidente a uno, a menudo necesita ser explicada. Por eso, en la última década uno de mis grandes esfuerzos se ha centrado en hacer pedagogía por todo el mundo, valiéndome de cualquier oportunidad que se me presentase, sobre esta relación.

Acaso antes de explicar esta idea sea necesario decir que a menudo se tiende a reducir a la democracia a un simple sistema político, cuya base son las elecciones y la delegación del poder de la ciudadanía en sus gobernantes electos en pos del interés general. La democracia es mucho más que eso, es nuestro marco, por otra parte imperfecto, de convivencia fundamental que permite que vivamos en sociedad. El espacio sobre el que se construyen las reglas básicas de aquellos países que respetan los derechos humanos, la dignidad del individuo y las libertades individuales. Porque la libertad bien entendida es la capacidad de elegir, acertada o equivocadamente, lo que queremos ser como sociedad.

Y precisamente esa libertad ha sido puesta en entredicho en los últimos años con el advenimiento de populismos y autoritarismos a este y otro lado del Atlántico que tratan de socavar nuestra forma de vida a través del cuestionamiento constante, sino acoso, de las instituciones democráticas.

Hacer frente a los populismos

Dicho esto a modo de aclaración, paradójicamente, lo que constituye hoy uno de los mayores problemas para la supervivencia de nuestra civilización, la lucha contra el cambio climático, es la oportunidad para Occidente y para todos los países que creen en la democracia liberal de hacer frente a estos populismos que tienen como fin socavar nuestra forma de vida, es decir, nuestra vida en democracia.

Porque la lucha contra el cambio climático implica, al poner en el centro del desarrollo el binomio ser humano-naturaleza, la preservación de la libertad y de la dignidad humana. Y esto encarna lo mejor de la tradición del pensamiento occidental. En este aspecto, como señala la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, todos los seres humanos dependemos del medioambiente en el que vivimos, esencial para el pleno disfrute de una gran variedad de derechos, entre otros, el derecho a la vida. Sin un medioambiente saludable, no se puede vivir a la altura de los estándares mínimos de dignidad humana. Y cabe recordar que no hay dignidad sin libertad.

Proteger la naturaleza, por lo tanto, significa respetar lo esencial de lo humano. Supone un freno a tendencias autoritarias que no tienen en cuenta la singularidad ni la dignidad del individuo ahora que en Occidente avanzan de forma preocupante argumentarios que pretenden poner en jaque constante a nuestras instituciones democráticas.

De ahí que pensadores como Henry Thoreau, autor que escribió «Walden» hace casi 200 años, cobren más vigencia hoy en día porque nos enseñan que lo importante es el individuo y su dignidad en armonía y diálogo constante con la naturaleza, y nos previenen de todo aquello que vaya en contra de lo esencial del ser humano y del verdadero sentido del buen vivir.

No obstante, para conseguir este logro requerimos de imaginación y de un compromiso ético que nos permita encontrar nuevas visiones y formas creativas de desarrollo que aseguren la pervivencia y bienestar para la generación actual y las venideras. Para ello, a mi modo de ver, hay dos premisas fundamentales: las democracias del mundo deben cooperar de forma conjunta en defensa de los valores y señas que las definen; y las sociedades que las conforman deben instaurar un diálogo social amplio e intergeneracional que permita a los ciudadanos participar en la toma de decisiones que afectan a lo público como medio para legitimar las instituciones democráticas.

Una nueva alianza entre EE UU y Europa

En este sentido, el cambio de Gobierno en Estados Unidos ofrece una oportunidad para una nueva alianza entre Europa, Estados Unidos y todas las democracias del mundo. Una alianza que vuelva a poner en el centro el respeto a la democracia liberal, la lucha contra el cambio climático y el respeto a las libertades; sin olvidar que tan importante como estas cuestiones que conforman nuestra identidad es ofrecer un marco de oportunidades que permita a todos los ciudadanos sentirse representados y vivir dignamente sin sentirse los olvidados del sistema.

Pero quizá, antes de todo, las personas que vivimos y creemos en la democracia debamos preguntarnos por qué hay un número importante de ciudadanos que han perdido la fe en ella y en sus instituciones y ven en este tipo de dirigentes, populistas y autoritarios, la solución a los problemas de la sociedad.