El análisis
Alexéi Navalni: el mártir de Putin
La política del Kremlin contra el líder opositor ruso ha sido un catálogo de errores desde su intento de asesinato con Novichok hace seis meses
La condena de Alexéi Navalni a tres años y medio de cárcel por violar los términos de la libertad condicional cuando estaba convaleciente en Alemania eleva el regreso a Rusia del destacado opositor a una gesta que engrandece su figura dentro y fuera del país. La detención estaba cantada, por eso, la vuelta de Navalni después de su intento de asesinato con Novichok el pasado 20 de agosto adquiere tintes épicos. La astucia con la que Navalni se ha movido estos meses le ha permitido dar a conocer su agenda anticorrupción en lugares remotos. Hasta ahora, su ámbito de influencia se reducía a las grandes ciudades. Desde Vladivostok (Siberia) a Moscú, las protestas a favor de su liberación se han convertido en un catalizador de la frustración acumulada por un sector de la población rusa contra las dos décadas de poder absoluto de Vladimir Putin. La reciente condena de la Justicia rusa amenaza con alimentar el descontento en las calles. Y los esfuerzos de las autoridades por silenciarlo sugieren que el opositor ruso cuenta la verdad cuando denuncia, por ejemplo, el monstruoso palacio presidencial –39 veces más grande que el Principado de Mónaco– oculto en el mar Negro. Una propiedad como poco aberrante financiada con fondos ilícitos amasados por el círculo íntimo del presidente ruso, entre los que se encuentran los principales capos del petróleo y los oligarcas.
Política miope
La brillantez del destacado opositor contrasta con la torpeza del Kremlin. Para el investigador del «think thank» Eurasia Group Jason Bush, «la decisión de encarcelar a Navalni resulta políticamente miope. El enfoque del Kremlin hacia él ha sido un catálogo de errores. Ahora es una figura de mayor perfil de lo que era hace seis meses, antes del caótico intento de asesinarlo. Irónicamente, encarcelar a Navalni solo aumentará su posición entre la oposición, convirtiéndolo en un mártir político». Jason Bush ve detrás de estas decisiones desafortunadas y controvertidas a los responsables del aparato de seguridad del Kremlín, que piensan únicamente en términos de amenazas internas o externas y cuya respuesta se basa en el uso de la fuerza y de la intimidación. «Los asesores políticos civiles de Putin, que probablemente presionan para dar una respuesta más discreta y mesurada, han sido esencialmente marginados» en este caso.
Navalni se pasará por lo menos los próximos dos años y ocho meses en la cárcel. Queda fuera de juego de las elecciones legislativas previstas para el mes de septiembre y quién sabe si de las presidenciales de 2024. Pese al gran eco de sus denuncias, el destacado opositor no representa todavía una amenaza real al liderazgo del Kremlin. Pero su osadía contra el poder le ha hecho ganar popularidad. Una vez entre rejas, la pregunta es si sus seguidores serán capaces de mantener viva la llama de las movilizaciones o si terminarán por disolverse como ocurrió con las protestas de 2012 y 2019. El investigador Jason Bush ve muy difícil que «el encarcelamiento de Navalni logre reprimir las manifestaciones a largo plazo o poner fin al tipo de acusaciones de corrupción que el opositor y su equipo han emitido. Putin y sus servicios de seguridad están lidiando con un mundo muy diferente al que se han acostumbrado. Los jóvenes rusos no se dejan intimidar tan fácilmente como sus padres y es prácticamente imposible para el Kremlin controlar el flujo de información a través de internet».
Por eso, es importante que la Unión Europea mantenga la presión para pedir la liberación de Navalni. Poner sobre la mesa el caso es el mejor seguro de vida para el destacado opositor ruso. El viaje del Alto Representante de la UE, Josep Borrell, fue un fracaso. La visita del jefe de la diplomacia europea, la primera desde 2017, estuvo envuelta de polémica desde el principio por producirse en medio de una ola de represión. Moscú dinamitó la visita al tratar de equiparar la situación de Navalni con la de los políticos presos del «procés» y al expulsar a tres diplomáticos europeos en presencia del Alto Representante. Europa debe ser consciente de que si Putin estuviese interesado por la democracia, ya nos habríamos enterado en estos veinte años.
La palanca del NordStream2
Desde 2014, la UE ha ido renovando las sanciones adoptadas tras la anexión de Crimea y aumentó el castigo después del envenenamiento a Navalni, pero esta política no ha dado grandes resultados. El Kremlin no ha dejado de reprimir a sus adversarios, ni ha abandonado sus operaciones en el exterior (véase Ucrania del este, Siria o Libia). Por eso es necesario subir la puesta. Hay que sacar la palanca del NordStream2 y Alemania debe dar un paso atrás. Durante meses la canciller, Angela Merkel, ha resistido la presión de Bruselas y Washington. A la Comisión nunca le ha entusiasmado este megaproyecto por la dependencia excesiva del gas ruso. El amigo Joe Biden ha advertido de que es «un mal negocio» y el Senado ha adoptado nuevas sanciones contra el gaseoducto este enero. El proyecto se paralizó en diciembre por las represalias norteamericanas, pero se ha reactivado hace unas semanas. El nuevo líder de la CDU, Armin Laschet, también se ha negado a reconsiderar el gaseoducto. Laschet es un viejo defensor del presidente ruso. Durante la anexión de Crimea, criticó el «populismo anti Putin». No parece, por tanto, muy proclive a suspender el proyecto de 10.000 millones de euros a punto de finalizar, pero, como recuerda «Le Figaro», en 2015 Hollande tampoco quería cancelar la venta dos buques de guerra Mistral a Rusia, pero no le quedó más remedio. Alemania también se bajará del caballo.
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