Análisis

Muerte de Donald Rumsfeld: el príncipe de todos los secretos de Estados Unidos

Se fue aunque siempre creyó que sería eterno, pero su historial de la guerra contra el terror acumuló demasiados dossieres y denuncias

Rumsfeld fue uno de los padres de la estrategia de las guerras relámpago y ataques quirúrgicos para neutralizar al enemigo sin asumir el coste de las botas en el terreno y los caídos en combate. AP
Rumsfeld fue uno de los padres de la estrategia de las guerras relámpago y ataques quirúrgicos para neutralizar al enemigo sin asumir el coste de las botas en el terreno y los caídos en combate. APOrlin WagnerAgencia AP

Murió Donald Rumsfeld. Fue el dueño de una carrera meteórica y el mefistofélico príncipe de todos los secretos de Estado. Fue jefe todopoderoso del Pentágono, donde sirvió con George W. Bush. Fue antes piloto de la marina, y el único hombre que hasta el momento ha servido dos veces como Secretario de Estado: antes de liderar la invasión de Irak y Afganistán a las órdenes del joven Bush había ejercido con Gerald Ford. También trabajó estrechamente con Nixon.

Su alianza con Dick Cheney fue legendaria. Que ahora Cheney o el propio Rumsfeld pasen por tibios demuestra hasta qué punto la presidencia de Donald Trump ha tensionado al partido republicano, de que aquellos estrategas eran representantes de la sección mainstream. Sobrevivió al Watergate, dirigió compañías, ganó decenas de millones de dólares y acabó liquidado cuando la tensión entre sus políticas y el sentir nacional resultaron directamente incompatibles. Alardeaba de no descansar nunca. Su inteligencia era directamente proporcional al desprecio que sentía por muchos de sus semejantes. «Yo estoy de pie entre ocho y diez horas al día.

¿Por qué se limita el tiempo (que pueden estar de pie los prisioneros) a cuatro horas?». Esto lo escribió en 2002, en un memorándum sobre la situación en las cárceles como Abu Ghraib. Quienes seguíamos sus andanzas escribimos que la BBC incluso le dedicó un apartado semanal, donde repasaba sus nuevos exabruptos. Por supuesto no sobrevivió políticamente a la noticia de las prisiones clandestinas, los interrogatorios brutales, las torturas justificadas en nombre de la democracia y contra el terrorismo.

Se fue aunque siempre creyó que sería eterno, pero incluso para los suyos llegó un momento en que el historial de la guerra contra el terror acumuló demasiados dossieres, demasiadas denuncias por violaciones de los derechos humanos, demasiado peso muerto en el currículum de quien alardeaba de que no había más poder que el de los halcones.

Fue también uno de los padres de la estrategia de las guerras relámpago, ataques quirúrgicos, con abrumador despliegue aéreo, para neutralizar al enemigo sin asumir el casi siempre insoportable coste de las botas en el terreno y los caídos en combate.

Nació en Evanston, Illinois, en 1932. Se licenció en Princeton. Llegó al Congreso con 30 años y ha fallecido con 88, después de una carrera tan distinguida como abrasiva y polémica.