Terrorismo

El Estado Islámico quería someter a un juicio público y ejecución a Shekau, el jefe de Boko Haram

Los actuales cabecillas de Daesh pretendían una acción para reforzar su cuestionada autoridad

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Siempre es lo mismo en las bandas terroristas. Al disidente, se le elimina y punto. En el caso de Estado Islámico (Isis, Daesh), la muerte del líder de Boko Haram, Abubakar Shekau, se quería, según todos los indicios, escenificar, como tanto gusta a los yihadistas, con un “juicio,-sentencia-ejecución” en el mismo acto. A punto estuvieron de lograr su propósito, pero Shekau, como hizo Baghdadi cuando iba a ser apresado por los norteamericanos, prefirió suicidarse con el chaleco explosivo que portaba.

En cualquier caso, la muerte de Shekau, en una acción “militar” de Isis, refuerza de alguna manera la cuestionada autoridad de sus dos máximos cabecillas, Ibrahim Hashimi y Abu Hamza, a los que nadie ha visto la cara. Supone, además, un claro mensaje para los que quieran desobedecer las órdenes en el futuro.

En Daesh nunca confiaron del todo en Shekau y su juramento de fidelidad se tomó más como un formalismo obligado que como una adhesión inquebrantable. Pronto se observaron en él desviaciones de la doctrina oficial y lo que terminó de colmar el vaso fueron los salvajes ataques a los musulmanes que no le seguían y a los que declaraba herejes por que sí. Les asesinaba, robaba las propiedades, secuestraba a las mujeres, etcétera.

Al final, Hashimi y los suyos tomaron la decisión formal de eliminarle y hacerlo de una forma ejemplarizante. Se movilizaron a mediados de mayo varias “katibas” (grupos de combate) de la “wilaya” (franquicia) de África Occidental y se le persiguió por el bosque de Sambisa, en Nigeria, tradicional guarida de Shekau.

Antes, había sido expulsado de la “wilaya” y el resultado fue un enfrentamiento total con la línea oficialista de Isis. Y se dedicó, según el relato de Daesh, a “crímenes bárbaros contra los musulmanes; derramó la sangre sacrosanta; se apoderó de la propiedad privada; atacó mezquitas y mercados; destruyó las aldeas y las instalaciones, todo ello en manos de los musulmanes mientras se olvidaba de la guerra contra los militares nigerianos”.

Ante esta situación, los cabecillas decidieron poner fin al problema. Se desplegaron varias “katibas” y atacaron los principales enclaves de la gente de Shekau. Tras derrotarlos y poner en fuga a los que quedaron vivos, muchos optaron por rendirse.

Los yihadistas proseguían con el que era su auténtico objetivo: la captura de Shekau. Y lo encontraron, con varios de sus guardaespaldas a bordo de cuatro vehículos, lo que generó un feroz combate. Algunos huyeron en uno de los coches y Shekau lo hizo a pie junto con siete de sus guardaespaldas. La persecución duró dos días. Acorralados, seis de ellos se rindieron, pero el otro y Shekau se negaron. El acompañante fue abatido de un tiro en la cabeza y el jefe de Boko Haram hizo estallar su cinturón explosivo pese a las continuas peticiones para que se entregara (debía saber la suerte que iba a correr).

Daesh asegura que “los muyahidines (combatientes), inmediatamente después del final de la batalla, decidieron regresar a la verdad al considerar que habían sido engañados por su anterior jefe. De hecho, se unieron a las filas del Estado Islámico y comenzaron a combatir en sus filas”.