Testimonio
«Todos temían por sus vidas y sobre todo por sus hijas»
Salem Wahdat, consejero de seguridad del Gobierno afgano, consiguió embarcar en el último vuelo comercial con destino a Estambul, horas después de que los talibanes tomaran Kabul
El pasado sábado 14 de agosto ya la noticia corría por el mundo entero: los talibanes se acercaban a Kabul para hacerse con el poder absoluto de Afganistán. Salem Wahdat, consejero de seguridad del Gobierno afgano, se trasladaba en coche hacia su lugar de trabajo, el palacio presidencial.
«Un kilómetro antes de llegar, me pararon y me dijeron: ‘Tienes que ir a pie desde aquí’», relata Wahdat. «Y en esa caminata hacia mi oficina, sabía que algo grave estaba pasando, pero no entendía exactamente qué, porque los talibanes no habían capturado la capital aún».
Lo que sucedía en ese momento era que el presidente afgano, Ashraf Ghani, había escapado, abandonando el país de Asia Central a su suerte. El Ejército afgano tenía la orden de destruir todo en el palacio presidencial antes de la llegada de los talibanes, quienes se instalaron allí en cuestión de horas, mostrando imágenes de una veloz ocupación de las instituciones que darían la vuelta al mundo.
En opinión de Salem Wahdat, era el fin. Habiendo trabajado como intérprete para las fuerzas armadas de la OTAN y como traductor y guía para los Gobierno de España y de Estados Unidos, comprendió perfectamente que quedarse en Kabul significaba la muerte.
«Fui directamente al banco, luego a la agencia de viajes y logré conseguir un billete comercial a Estambul. De allí, fui directo al aeropuerto, donde ya estaban unas 2.000 personas queriendo escapar. Todos tenía un miedo tremendo. Estaban muy preocupados por sus vidas, por sus hijos y, sobre todo, por sus hijas», relata aún con voz angustiada.
«Me fui sin nada. No pude sacar dinero del banco porque había 3.000 personas. Un amigo me prestó un poco de dinero antes de salir. Solo me traje una bolsa pequeña, que podía llevar conmigo dentro del avión. No podía llevarme una maleta grande porque eso significaba ir a casa. Mi madre me lo había dicho ya un mes atrás y me lo repetía todos los días: ‘Tienes que salir del país porque si vienen a por ti, nos van a matar a nosotros’», cuenta.
En su primera conferencia de prensa tras tomar el poder, el principal portavoz del régimen talibán, Zabihullah Mujahid, aseguraba que todos aquellos que habían colaborado con gobiernos extranjeros «ya habían sido perdonados». Cuando le preguntamos a Salem, su opinión sobre estas declaraciones, responde sin pestañear: «Es mentira».
El término «taqiyaa» se usa en la tradición islámica cuando se quiere «mentir en condiciones especiales», usualmente para disimular las creencias religiosas en función de dos objetivos: salvar su propia vida o preservar el islam. El Corán lo contempla, asegurando que «Alá solo tiene en cuenta las intenciones del corazón por encima de los vanos juramentos», así que una mentira en condiciones tan extremas como las de Kabul es incluso acariciada por la ley islámica.
«Todo lo que dicen es mentira», asegura Salem. «Son un grupo islamista terrorista. No creo en la palabra de unos terroristas. Porque justamente, si son terroristas no tienen palabra. Yo he vivido bajo el mando de los talibanes, desde 1996 hasta 2001. Yo tenía 15 años y recuerdo muy bien todo», rememora.
«Los talibanes mataban gente en el estadio de fútbol, también amputaban las manos de quienes eran considerados ladrones, sin justicia, sin tribunal, sin nada», rememora el traductor afgano.
El trato recibido por las mujeres afganas aún era peor. «Las mataban porque las acusaban de hablar con algún hombre. Ellos han sido formados para matar personas. Son máquinas de matar. En Pakistán, les han dado clases para eso: para matar». Yo sé que ellos no van a cambiar, porque les han prometido que, si matan, van al paraíso. Todo lo que vivimos entre 1996 y 2001 se va a repetir al cien por cien», advierte el ex consejero afgano.
Wahdat embargó en el último avión comercial que salió de Kabul. No había mucha opción para elegir a dónde ir ni manera de planificar la etapa migratoria que vendría después de abandonar la cárcel en la que se había convertido Afganistán.
Primer obstáculo: una «retención» en el aeropuerto de Estambul: «No me dejaban entrar al país. Me dejaron retenido en el aeropuerto durante día y medio», lamenta Salem.
«Me pedían que demostrara que tenía 2.600 dólares para cubrir los gastos de hotel. Yo les dije que me había escapado de Afganistán y que por eso no tenía dinero. Al final, con el wifi de la terminal, contacté a un amigo que hizo la reserva y pagó 2.600 dólares por diez días de hotel».
Salem Wahdat no ha pedido asilo en Turquía. No le interesa. Tampoco tiene intención de entrar en la Unión Europea. Su objetivo es poder reunirse con su esposa y sus hijos en Vancouver (Canadá). Ellos tuvieron la suerte de poder salir de Afganistán un mes antes de la llegada de los talibanes al poder.
Para ello, Salem pide ayuda al Gobierno español: «Estoy intentando hablar con el consulado de España en Estambul para que me ayude a conseguir un visado canadiense», explica el intérprete sin mucha esperanza de conseguirlo. «Eso es lo que quiero: reunirme con mi familia. He enviado algunos correos, pero tampoco he obtenido respuesta. Tengo menos de un mes para salir de Turquía. Si no salgo, las cosas se van a poner difíciles. No sé qué hacer si pasa más de un mes, no sabría a donde ir», dice preocupado.
El ex funcionario afgano ha contactado igualmente con los periodistas españoles con quienes ha trabajado, pero hasta ahora no ha habido respuesta.
Wahdat señala a los Gobiernos extranjeros –con quienes trabajó durante varios años– de guardar silencio: «Las embajadas han cerrado los ojos. Han apagado los móviles para que los traductores, colaboradores y empleados locales no les llamen. Tampoco responden los emails».
Y si la esperanza de reunirse con su esposa en Canadá es escasa, las probabilidades de poder sacar a su madre y a sus hermanos de Kabul son prácticamente nulas. Es una triste paradoja: para el Gobierno de España o de Estados Unidos, los familiares de los traductores son solo su esposa y sus hijos. No están incluidos los padres ni los hermanos en una eventual evacuación. «Pero para los talibanes, mi madre y mis hermanos sí que son mi familia y los están buscando casa por casa. No podemos hacer nada para sacarlos de allí», lamenta el afgano.
Cuando se le pregunta a Salem Wahdat si siente miedo al hacer esta entrevista a LA RAZÓN a rostro descubierto y dando su verdadero nombre, la respuesta es rotunda: «Yo ahora estoy preparado para irme a la resistencia armada. Y no puedo tener miedo en las redes sociales». «Si vamos a tener miedo, no podremos hacer nada. ¿Qué vamos a hacer? ¿Callar y ver cómo matan a nuestros hermanos y hermanas? ¿Ver cómo callan a mi madre y cómo le impiden a mi hermana estudiar? No, es mejor morir», zanja con decisión Salem la entrevista con LA RAZÓN.
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