Crimen organizado
Los tentáculos de la mafia llegan al paraíso italiano
La Società de Apulia se ha convertido en la organización criminal más violenta gracias al monopolio del tráfico de drogas y la usura
El 2 de abril de 2020, mientras la mayoría de los italianos permanecían confinados por la pandemia de coronavirus, una carta bomba explotó en la puerta de «La sonrisa de Stefano», un centro de día para ancianos en Foggia, en la sureña región de Apulia. El atentado tenía la firma de La Società, la cuarta y más violenta mafia de Italia, que mata más que la Camorra.
El artefacto contra el centro social, cuyos responsables son testigos en un proceso contra los principales cabecillas de la organización mafiosa, era el décimo atentado en la zona en lo que iba de año, pero ni mucho menos fue el último. Ni siquiera la pandemia ha conseguido frenar la escalada de violencia que sufre la región de Apulia, conocida más allá de las fronteras transalpinas por ser un destino idílico para las vacaciones. Detrás de sus espectaculares playas se esconde una organización considerada responsable de unos 300 asesinatos, la mayoría de los cuales continúan en estos momentos sin esclarecerse.
«La mafia foggiana se ha convertido en el primer enemigo del Estado», advirtió recientemente el fiscal nacional antimafia de Italia, Federico Cafiero De Raho. Y eso a pesar de que hasta hace unos años se creía que la zona estaba controlada por la Sacra Corona Unita. El último informe de la Dirección Investigativa Antimafia (DIA), sin embargo, certifica la existencia de varias organizaciones criminales que se han repartido el territorio italiano y destronado a la anterior. Una es la de la zona de Cirignola, especializada en atracos a furgones blindados. Otra es la mafia del Gargano, que se financia con la extorsión a los comerciantes de la zona. Y, por último, está La Società, que opera entre Foggia y San Severo.
Gracias a su asociación con la mafia albanesa y al monopolio en el tráfico de drogas y la usura, La Società foggiana se ha convertido en la más violenta de las mafias italianas, llegando a disparar a la cara de sus víctimas para desfigurar su rostro y colocando bombas a los comerciantes que no devuelven un préstamo o se niegan a pagar el «pizzo», una suerte de impuesto revolucionario con el que también se financian, y que pagan religiosamente cerca del 80% de los extorsionados.
La DIA calcula que al menos 20 clanes distintos operan en Apulia, un territorio tradicionalmente agrícola que está experimentado un repunte económico gracias al auge del turismo en la región, que atrae a famosos y multimillonarios de todo el mundo como Madonna o la familia Obama. Su expansión se ha visto favorecida por el miedo, la «omertà» y la ausencia de esa fascinación casi mística de la que gozan las otras mafias italianas, que la ha permitido permanecer alejada del foco mediático, explica Piernicola Silvis, ex jefe de la Policía de Foggia y especialista en la organización. «La cuarta mafia de Italia no tiene el mismo folclore ni glamour. No ha dado origen a mitos cinematográficos como Vito Corleone ni a nadie que haya escrito ‘Gomorra’. Aquí solo hay asesinos. Pero si no hablamos de ella, es como si no existiera. Y no se puede luchar contra algo que no existe».
A pesar de que solo hace un año que la DIA abrió una sección operativa especializada en la organización, sus orígenes se remontan a más de 40 años atrás, cuando un jefe de la Camorra, Raffaele Cutolo, se reunió con criminales pulleses para iniciar una colaboración que permitiera a la mafia napolitana expandirse. El acuerdo no llegó a buen fin, pero les dio la idea de crear su propia red criminal, que se inspira en la violencia perpetrada por la siciliana Cosa Nostra en los años noventa y aspira a poder competir un día con la N’drangheta calabresa, que actualmente controla el tráfico de cocaína en Europa.
A diferencia de las anteriores, en la mafia pullesa no hay rituales de iniciación, ni juramentos, ni bautismo. La familia biológica y la mafiosa es la misma. Y esto explica, según los expertos, la prácticamente inexistencia de arrepentidos entre sus filas. Pero eso está cambiando.
En 2008, gracias a la colaboración de Rosa Lidia di Fiore, esposa de Pietro Tarantino, «capo» de San Nicandro Garganico, fue posible desarticular uno de los clanes más sanguinarios de la zona, inmerso durante más de dos décadas en una sangrienta guerra contra otra familia, que se cobró decenas de víctimas, incluidos niños. «No quería que mis hijos fueran como su padre», aseguró la mujer, que desde entonces vive bajo protección. Su ayuda fue, según el fiscal de Bari, Giuseppe Volpe, «fundamental para comprender un fenómeno mafioso que tiene mil caras y ha sido ignorado durante cuarenta años, a pesar de contar con una larga lista de muertos».
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