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África

Enemigos y vecinos

Las vidas rotas por la guerra diplomática entre Argelia y Marruecos en la frontera

Miles de familias mixtas viven separadas solo por unos metros sin poder cruzar la frontera debido al conflicto diplomáticos entre los dos gobiernos

Familiares y personas curiosas saludan a los argelinos en la zona de Bin Lajraf. Una madre rompe a llorar al ver a su hija que le saluda moviendo la mano desde lejos, bajo la mirada de Hasan, vendedor ambulante de café y testigo de historias que se repiten cada día. María TraspaderneEFE

Una madre rompe a llorar al ver a su hija que le saluda moviendo la mano desde lejos, bajo la mirada de Hasan, vendedor ambulante de café y testigo de historias que se repiten cada día . Son las familias que acuden a verse, aunque sea a distancia, a la frontera norteña entre Marruecos y Argelia, separadas solo por un centenar de metros pero sin poder cruzar desde hace casi treinta años.

Laactual tensión diplomática entre Marruecos y Argelia -exacerbada hace un año tras la operación militar en la localidad saharaui de Guerguerat- ha agravado más el sufrimiento de miles de familias mixtas que viven a lo largo de una frontera de 1.500 kilómetros cerrada desde 1994 y cada vez más complicada.

A un lado viven los padres y al otro, los hijos. Otros tienen hermanos, primos o sobrinos a los que no han visto en años, obligados a comprar caros billetes de avión para un trayecto que, en línea recta, supone un puñado de kilómetros. O a recurrir a mafias para pasar clandestinamente. Latifa, una marroco-argelina de 58 años, conoce bien el calvario de la separación. Reside desde hace treinta años con su marido y sus tres hijos en la pequeña localidad fronteriza marroquí de Tendrara, al noreste del país, pero toda su familia es argelina y vive en Bechar, a solo 290 kilómetros.

Allí murió su madre hace tres años y no pudo asistir al entierro. “Nada puede curar esa herida de no haber visto a mi madre. Es injusto, estoy cerca de mis hermanos y mis tíos pero vivo separada, no puedo ir ni a bodas ni a funerales, solo me queda el whatsapp”, cuenta emocionada a Efe. La última vez que Latifa vio a su familia fue hace cuatro años, cuando tuvo que pedir dinero para financiar un largo y costoso viaje en avión, desde Casablanca hasta Argel, y de allí a Orán para luego bajar hasta Bechar. Otros no han tenido esa suerte. Como Lajdar, de 66 años, que lleva décadas sin ver a sus hermanas.

Mis padres eran de los marroquíes que Argelia expulsó masivamente en 1975, pero mis hermanas se quedaron allí porque estaban casadas con argelinos. Al principio cruzaban para visitarnos, pero desde que se cerró la frontera terrestre en 1994 nunca las he vuelto a ver”.

FAMILIAS A MERCED DE LA TENSIÓN BILATERAL

La frontera ha sufrido los altibajos de las hostilidades entre los vecinos magrebíes, que tienen como telón de fondo el conflicto del Sáhara Occidental. Así, hubo cierres provisionales en 1963 durante la guerra entre ambas naciones o en 1975 tras la Marcha Verde, hasta la clausura definitiva hace 27 años.

“Había siempre una gran movilidad de las poblaciones y tribus instaladas a lo largo de la frontera, pese a los intentos del Protectorado francés para limitarla”, explica a Efe el historiador marroquí Abdelhadi Berrabeh, especialista en movimientos migratorios.

La tensión entre los dos vecinos adquirió un nuevo episodio con el anuncio de Argel el pasado agosto de romper sus relaciones diplomáticas con Rabat y el cierre de su espacio aéreo a las aeronaves marroquíes.

Viajar en avión era la única opción de las familias para intercambiar visitas, aunque excesivamente costosa para muchos habitantes de una zona conocida como “el Marruecos inútil”, empobrecida y desértica. Otros lo consideran un periplo demasiado penoso y absurdo.

Mohamed, un marroquí 66 años, explica a Efe que para ver a sus sobrinos argelinos que están en Beni Ounif, a unos 180 kilómetros de donde vive en Bouarfa, debía “recorrer todo Marruecos y Argelia”, viajando hasta Casablanca para coger un avión a Argel, luego un autobús hasta Orán y de allí por tierra otros 500 kilómetros. Ahora, con el cierre de los cielos, debe hacer además escala en Francia o España.

Ante esta situación, muchas familias solían optar por métodos irregulares. Latifa lo hizo una vez, hace varios años, recurriendo a contrabandistas marroquíes y argelinos. “Salimos de madrugada. Iba en un coche con mis tres hijos y otra mujer. El marroquí nos llevó al otro lado de la frontera en Maghnia, donde nos esperaba otro coche de su colega argelino que nos llevó hasta Tremecén. Allí me esperaba mi hermano . Pasé mucho miedo y juré nunca repetirlo “.

Pero desde la operación militar de Guerguerat hace casi un año, estos pasos clandestinos se han vuelto más difíciles, comentan a Efe varios familiares. Muchos tienen miedo a cruzar y que les arresten en Argelia por otros motivos.

BIN LAJRAF, ÚNICA VENTANA DE REENCUENTRO

A la espera de tiempos mejores, las familias separadas se contentan con darse cita en el paso fronterizo de Bin Lajraf, en el extremo noreste de Marruecos. Se trata de una montaña cortada en dos con una carretera en cada ladera. Una de las vías es marroquí y la otra, argelina. Abajo, en el fondo de la garganta, la valla de alambre que separa ambos países.

Hasan pasa allí sus días vendiendo café en una pequeña área de descanso, donde coches de familiares o curiosos paran para encontrarse a distancia con sus vecinos argelinos, separados por unos cien metros. Se hacen selfies y saludan a los suyos, bajo las miradas de los militares que guardan el territorio a cada lado de la valla.

“¡Sois bienvenidos aquí!”, Grita un marroquí a un argelino, que le contesta con un gracias. “¡Qué moto tan bonita!”, Lanza otro a un argelino que acaba de parar. Allí está también Fouad, que tiene a su hermana en Argelia casada con un argelino. Dice que su hermano pasó a verla clandestinamente, pero ahora cruzar se ha vuelto mucho más caro: de 1.000 dirhams (unos 100 euros) a 10.000. Incapaz de pagar billetes prohibitivos y reticente a arriesgarse a cruzar ahora que tiene un bebé, solo le queda el contacto virtual o, con suerte, intercambiar unos gritos a cien metros de distancia.

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