Análisis

A Putin se le pone cara de Erdogan

La escalada migratoria orquestada por Bielorrusia contra Europa cuenta con el consentimiento del maestro del Kremlin

La estrategia desplegada por Bielorrusia está sacada del manual de Turquía, y los autócratas han identificado la inmigración como una debilidad europea.
La estrategia desplegada por Bielorrusia está sacada del manual de Turquía, y los autócratas han identificado la inmigración como una debilidad europea.PlatónLa Razón

Europa sufre un nuevo episodio de tensiones geopolíticas de carácter migratorio. Un escalofrío recorre las capitales europeas ante el temor de que se repitan los errores de 2015. Esta vez la presión migratoria es de distinta naturaleza. Las concentraciones de migrantes se pueden producir por la voluntad pecuniaria de las redes de tráfico de personas (véase lo que ocurrió hace seis años) o por el interés geoestratégico de los Estados. La actual crisis está fabricada por Bielorrusia.

Desde agosto, Polonia, Lituania y Letonia ven con estupor cómo grupos de inmigrantes se agolpan en sus fronteras con un visado facilitado por el Estado bielorruso. Tienen la esperanza de cruzar a Europa, en concreto a Alemania. La mayoría de ellos proceden de Oriente Medio. Igual que en 2015. Pero esta vez no cruzan el Mediterráneo ni cogen la ruta de los Balcanes. Viajan en avión. Hace unas semanas se abrió una nueva línea aérea entre Erbil, capital del Kurdistán iraquí, y Minsk para agilizar el traslado de inmigrantes. Los vuelos están operados por Belavia Airlines propiedad del Estado bielorruso pero también han participado Aeroflot (con un 51% del Estado ruso) y Turkish Airlines (con 49%). La UE está tratando de frenar estos vuelos. Veremos. Es la venganza orquestada por Lukashenko contra Europa tras la batería de sanciones aprobadas por el secuestro de un avión de Ryanair en junio para detener a un bloguero opositor y la brutal represión desatada contra los manifestantes que salieron a las calles de Minsk para protestar por el fraude electoral de 2020.

A Putin se le está poniendo cara de Erdogan. La estrategia desplegada por Bielorrusia está sacada del manual turco. Los autócratas han identificado la inmigración como una debilidad europea. La presión migratoria aflora las tensiones entre los Estados miembros, Este-Oeste; Norte-Sur, pero también pone contra las cuerdas a los propios Estados. Ningún país es capaz de absorber a un número descontrolado de inmigrantes. Tras hacerse en primavera con el dominio de la ruta de Libia, Turquía alentó la concentración de 130.000 inmigrantes en la frontera griega. Marruecos envío en mayo a 1.000 menores a saltar la valla de Ceuta como protesta por la acogida del jefe del Frente Polisario en un hospital de La Rioja. «Las potencias hostiles y disruptivas utilizan la inmigración como un arma de desestabilización e intimidación contra los europeos», advierte en una entrevista reciente a «Le Figaro», Jean-Thomas Lesueur, director del Instituto Thomas More, un «think-tank» liberal-conservador.

La presión migratoria no es la única arma utilizada por el apodado como el último dictador de Europa. El presidente bielorruso también ha amenazado con cortar el gas en plena escalada de precios en el continente y con el invierno a la vuelta de la esquina. Rusia negó que Lukashenko hubiera consensuado con ellos su amenaza y se comprometió a garantizar el suministro, pero el Gobierno ruso no va sobrado de credibilidad. Las tácticas utilizadas por Lukashenko recuerdan a las utilizadas por Rusia en las crisis de Georgia o Ucrania. Los soldados sin distintivo nacional patrullan la frontera con Polonia como los soldados anónimos lo hicieron en la península de Crimea en 2014. En este contexto de tensión, Moscú ha desplegado un batallón de paracaidistas y dos bombarderos con capacidad nuclear para realizar ejercicios conjuntos con Minsk.

En paralelo, el pasado 4 de noviembre Rusia promovió un acuerdo de integración económica con Bielorrusia en una clara señal de que no piensa abandonar a su vecino. Los Veintisiete preparan una respuesta conjunta al chantaje de Bielorrusia. Lukashenko no puede obtener ninguna concesión, si la Unión Europea no quiere que esta crisis se convierta en un conflicto recurrente. El uso de seres humanos, entre ellos mujeres y niños inocentes, como un arma geoestratégica es inaceptable. Lukashenko será el último responsable de esta crisis humanitaria que se ha cocinado en su casa.