Tragedia en Kentucky
“¡Quiero encontrar a mi mujer, quiero encontrarla!”
Como él, cientos de miles de estadounidenses han sufrido estos días las devastadoras consecuencias directas de uno de los mayores desastres naturales de la historia del país
“¡Quiero encontrar a mi mujer, quiero encontrar a mi mujer!”, lloraba desesperado y con la voz entrecortada frente a las cámaras, tras dos días de intensas búsquedas, el marido de una trabajadora de la fábrica de Mayfield, la zona más afectada por el paso de los catastróficos tornados de Kentucky. Treinta años casados, con hijos y nietos, pero sin noticias de su paradero después de haber recorrido todos los hospitales de la zona.
Como él, cientos de miles de estadounidenses sufrían las devastadoras consecuencias directas de uno de los mayores desastres naturales de la historia del país. En el interior de la fábrica de velas de Mayfield, en Kentucky, trabajando a contrarreloj en plena temporada navideña, un total de 110 empleados se encontraban cumpliendo con su turno de noche el viernes, mientras en el exterior la tormenta sin precedentes traía consigo una serie de mortíferos tornados que arrasaron con todo a su paso.
El director general de la empresa colaboraba in situ con los servicios de emergencia en la identificación de sus empleados.” No hemos parado desde el viernes. No es algo que hayamos hecho antes, pero tenemos un equipo maravilloso que está trabajando arduamente para cuidar a esos empleados y sus familias y, con suerte, recibir la ayuda que van a necesitar”, aseguró Troy Propes.
El proceso de identificación de víctimas durante el fin de semana resultaba, por la magnitud del impacto, lento y agónico. “Es muy difícil de describir. No podemos ir puerta por puerta preguntando si la gente está bien porque no hay puertas a las que llamar. No hay nada. Todo ha quedado totalmente destruido”, confirmaba desolado Andy Beshear, el gobernador de Kentucky.
Ante la adversidad de unas trágicas circunstancias sin precedentes, que ha causado al menos un centenar de víctimas mortales, la solidaridad de cientos de personas se entremezclaban con el dolor de otras miles. “Contamos con la ayuda de gente que está viniendo de otras ciudades y otros estados. Es un gran desafío porque hay kilómetros de devastación”, añadía el gobernador en una de las incontables entrevistas como portavoz de la tragedia y cara visible de los irreparables daños para miles de sus ciudadanos.
En Arkansas, un hombre de 94 años murió cuando un tornado azotó la residencia de ancianos donde vivía. Una de las empleadas del asilo, Mandi Sanders, estaba doblando ropa cuando escuchó la alerta de tornado. Al mirar por la ventana, tanto ella como sus compañeros vieron que se dirigía con fuerza hacia ellos, iluminado por un rayo y dejando a su paso chispas de los cables eléctricos caídos.
“Era como un tren rugiente”, contó Sanders, todavía con sangre seca en el pelo por los golpes del tornado del viernes, cuando el hogar de ancianos aplicó el “código negro” y el personal tuvo que empujar las camas de los residentes y ayudarles a proteger sus cabezas bajo las almohadas. O, en el caso de Sanders, con su propio cuerpo. “Pensé que nunca terminaría”, añadió.
Confirme pasan las horas y la labor de búsqueda y rescate se sigue centrando en las personas que podrían seguir con vida, sepultadas bajo los destrozos, el gobernador reconocía que “será un milagro encontrar a más gente” entre los escombros.
Aunque, como suele suceder en situaciones de emergencia como ésta, “todavía hay esperanza”, confirmaba Deanne Criswell, responsable de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés). “La prioridad absoluta es salvar vidas, pero también la ayuda inmediata a mucha gente que se ha quedado sin nada”. Aunque siendo afortunadas por haber sobrevivido, muchas personas en esa situación han tenido que ser acogidas por familiares y amigos. Muchas otras, sin embargo, ya no tienen a dónde ir.
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