Testimonio

Así logró Verónica escapar del cerco de Mariupol: “Los rusos me han quitado todo”

Verónica, de 19 años, relata el drama que vivió dentro de la ciudad y cómo logró escapar del cerco de los rusos

Verónica, antes de la guerra, es una gran aficionada al hockey
Verónica, antes de la guerra, es una gran aficionada al hockeyLa RazónLa Razón

«Cada día imagino que ella como siempre se levanta por la mañana con el sol, toma su café, agua con limón y luego se va a su cocina a dar la comida a su gato… Mi última imagen de ella. Es lo que impide que me vuelca loca», dice Oksana, una economista de 58 años. Lleva buscando a su madre unos 14 días. Las peores dos semanas de su vida. Junto con su hija Alexandra, 30 años, han mandado miles de mensajes a los grupos en las redes sociales, a las organizaciones humanitarias, hasta el presidente Zelenski. Sin ningún resultado.

Sus amigos que acaban salir de la ciudad y se la ha dejado a su madre porque tenían miedo y ahora no sabe cómo podrá mirarlos a los ojos. No están solos en su tragedia. Las redes están llenas de mensajes de desesperación y las fotos de los seres queridos atrapados en Mariupol.

Alrededor de 300.000 personas que quedaron dentro de la localidad están pasando por un verdadero infierno en la tierra. Sin luz, sin medicina, sin gas, sin comida, bebiendo el agua de los charcos, bajo los bombardeos constantes, sin posibilidad de salir fuera de sus casas. Según describen los supervivientes, «las personas desmembradas están sangrando en la calle, y a los muertos se les entierra en el mismo lugar donde murieron por lo que sus familiares luego no los pueden encontrar».

Unos 80-90% de la ciudad ya está destruida, afirmó el teniente de alcalde de Mariupol. Anteayer los rusos bombardearon el teatro con unas 500 personas dentro, aunque en el exterior se leía «niños» en ruso para tratar de evitar un ataque.

«No es una ciudad heroica, es una ciudad de miedo, muerte y terror», escribe Kristina, una especialista en relaciones públicas, que consiguió salir de Mariupol ayer. «Mi familia estaba en el refugio del gimnasio número dos. Hace tres días allí impactó un misil, se rompieron los cristales y una mujer quedó herida en la pierna. Pasó toda la noche en vela suplicando que la envenenaran para que no le doliera, ya que no había nadie que la llevara al hospital», añade Kristina.

No tenían el apoyo humanitario, nadie le ayudó a escapar, estaban corriendo bajo de los tiroteos. Tuvo que meter a su en el coche mientras escuchaba las explosiones al lado.

Verónica está entre los pocos afortunados que han conseguido escapar de la ciudad. Lo hizo sin ropa de repuesto. Entre sus posesiones solo logró rescatar su teléfono y pasaporte. El día antes de la guerra había sido uno de los más felices de Verónica, una joven de 19 años. Le prometieron firmar un contrato para un equipo profesional de hockey. «Estuve trabajando en tres empleos para comprar mi primera equipación de jugadora profesional», cuenta orgullosamente y «por fin mi sueño se hizo realidad».

Verónica, amante del hockey, antes de la guerra
Verónica, amante del hockey, antes de la guerraLa RazónLa Razón

Sin embargo, la guerra se interpuso en estos planes, acompañada por las explosiones y tiroteos. «Los tiroteos de los primeros días parecían a los que escuché cuando era pequeña (en el año 2014). No me acuerdo de esta época muy bien, solo que estuvimos escondidos en el trastero», dice Verónica.

En el 2014 Mariupol fue uno de las ciudades que a pesar de los intentos de las fuerzas prorrusas resistió y no se unió a la república de Donetsk. «Desde entonces Putin nos tiene una manía especial porque somos un símbolo del Donbas (región de Donetsk) ucraniano», comentó Volodymyr, el padre de uno de los soldados que ahora está en regimiento de Azov, en Mariupol y que trabaja en la defensa de la ciudad.

Según afirma Biletskiy, el fundador del regimiento Azov, en un video sobre la defensa de Mariupol, estamos asistiendo a «la historia de los 300 espartanos, cuando 3.000 (el regimiento de Azov, los marinos y la guardia nacional) personas del ejército ucraniano están luchando contra 13.000 soldados rusos».

Los primeros días Verónica los pasó en un trastero del edificio de la casa de sus abuelos. De vez en cuando salía a coger enseres personales de su piso bajo el sonido constante de las bombas. Un día descubrió que en su casa ya no había ventanas, y los pisos de abajo estaban quemados. En este momento se dio cuenta de que esta situación no tenía nada que ver con la del 2014.

En una semana se les acabó la comida a todos los que estaban en el refugio. «Me siento muy avergonzada pero no tuvimos otro remedio», explica Verónica que junto con sus vecinos abrieron el almacén de la tienda pequeña dentro de su edificio, lo que les permitió aguantar otro par de días.

Se dio cuenta de que tenía que salir lo más pronto posible, y el sacerdote de su edificio le ayudó a escapar del edificio. Al igual que le sucede a la mayoría de la población de Mariupol, Verónica no tenía cargada la batería de su teléfono y no sabía lo que pasaba afuera, «ni siquiera había escuchado las sirenas».

«Pensé que a lo mejor solo una parte de la ciudad había sido bombardeada. Pero desde la ventana del coche vi mi escuela, y luego el sitio donde trabajó mi madre. Ya no quedaba nada, solo ruinas. Los 19 años de mi vida han desaparecido», dijo Verónica.

En el centro de la ciudad vivieron en una fábrica, comiendo lo que podían, incluso las frutas que se quedaron en las cajas del mercado. A principios del marzo, en la mayoría de los edificios ya no quedaban las ventanas, y la temperatura dentro se igualaba a la del fuera. «Mucha gente se enfermó porque hacía mucho frío. Y no tenían mucha ropa. No podíamos dormir por la noche con este frío del infierno, teníamos miedo de que se nos congelaran los pies», dice Verónica.

Pero el mismo frío les ayudó con la escasez del agua. «Me sentí tan feliz cuando empezó a nevar. Mariupol es una ciudad en el sur de Ucrania, normalmente no está nevando en primavera. Pensamos que a lo mejor fue el Dios que nos había mandado el agua desde el cielo para que pudiéramos beber», explica Verónica. La joven tuvo suerte. Llegó un momento en que ya «le daba igual como morir», así que se marchó a la calle. Paró un coche que pasaba cerca y le suplicó al conductor que la llevara fuera de la ciudad. Sin convoy humanitario. Encontró a su madre en otra ciudad. Su madre tenía miedo y pensó que su hija ya estaba muerta, pero Verónica sigue sin saber lo que pasó con sus abuelos. «Los me han quitado todo. Mi casa, mi ciudad, mi sueño y probablemente mi familia», afirma Verónica.

Mariupol, una ciudad de unos 500.000 habitantes, y a orillas del mar de Azov, sufre la crisis humanitaria más grave desde que estalló la invasión del país por el Ejército ruso el pasado 24 de febrero. La asistencia humanitaria que el Gobierno de Ucrania trata de hacer llegar a esta localidad permanece bloqueada, según dijo en un video el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski. Muchos comparan el cerco que está sufriendo con la batalla de Leningrado en la Segunda Guerra Mundial.