Finlandia

Los rusos no tienen miedo a ser vecinos de la OTAN... “a no ser que se les ocurra alguna tontería”

Visita a los habitantes de la ciudad rusa de Viborg, vecina de Finlandia, donde la convivencia siempre ha sido buena

VÍBORG, 25/06/2022.- La Torre Circular de Víborg, construida por los suecos en el siglo XVI. Originalmente, era parte de la muralla que rodeaba la ciudad. No hay miedo entre los rusos que viven cerca de la frontera con Finlandia a una posible militarización de la región por los planes de ese país de ingresar en la OTAN. Más bien, sorpresa, ya que desde tiempos soviéticos los finlandeses siempre fueron el mejor de los vecinos. EFE/Ignacio Ortega
VÍBORG, 25/06/2022.- La Torre Circular de Víborg, construida por los suecos en el siglo XVI. Originalmente, era parte de la muralla que rodeaba la ciudad. No hay miedo entre los rusos que viven cerca de la frontera con Finlandia a una posible militarización de la región por los planes de ese país de ingresar en la OTAN. Más bien, sorpresa, ya que desde tiempos soviéticos los finlandeses siempre fueron el mejor de los vecinos. EFE/Ignacio OrtegaIgnacio OrtegaAgencia EFE

No hay miedo entre los rusos que viven cerca de la frontera con Finlandia a una posible militarización de la región por los aviones de ese país de ingresar en la OTAN. Más bien, sorpresa, ya que desde tiempos soviéticos los finlandeses siempre fueron los mejores de los vecinos. “Nunca hemos tenido problemas con los finlandeses y estoy seguro de que no los tendremos si entrar en la OTAN, a no ser que se les ocurra alguna tontería”, comentó a Efe Dasha, vendedora en el mercadillo de la histórica ciudad de Víborg, a unos 30 kilómetros de la frontera con Finlandia.

La frontera finlandesa fue durante decenios la puerta a Occidente para muchos soviéticos y rusos, pero las cosas cambiaron radicalmente con el inicio en febrero de la campaña militar rusa en Ucrania. Ahora, Helsinki quiere garantías de seguridad y la OTAN es la única que puede dárselas. No se ve ni un solo finlandés por las calles de la turística Víborg, cuyos habitantes están más que acostumbrados a los extranjeros.

“Ya no vienen. Se lo ha prohibido su Gobierno. Antes venían autobuses llenos de finlandeses. Pasaban la noche e incluso iban a la peluquería”, señala Svetlana, que trabaja en el museo de la ciudad. Los finlandeses aprovechaban el fin de semana para comprar vodka y gasolina, productos mucho más baratos que al otro lado de la frontera. “Todo el mundo tiene relación con el país vecino, para bien o para mal. Aún estamos en shock con la decisión de Finlandia de entrar en la OTAN”, dijo Antón, dueño de un restaurante.

Con todo, insiste en que en Víborg “nadie no tiene nada contra los finlandeses”. “Ni a un lado ni a otro de la frontera quieren saber de política. Quieren seguir siendo buenos vecinos. No sabemos lo que va a pasar con la OTAN. La incertidumbre es total”, confiesa.

Territorio finlandés

En el museo local situado en su famoso castillo medieval uno descubre que esta ciudad de la región de Leningrado perteneció durante 400 años a los sueños hasta que Pedro el Grande se hizo con el control del Báltico (1710), aunque siempre fue una tierra poblada por finlandeses.

Después de la Revolución Bolchevique (1917), Víborg pasó bajo control de Finlandia, que la convirtió en su principal guarnición militar y, de hecho, llegó a ser la segunda ciudad del país hasta que la URSS la recuperó en 1940 durante la Guerra de Invierno . “Algunos dicen que los finlandeses van a intentar recuperar Víborg, pero yo no lo creo. Es propaganda. La culpa la tienen los políticos que intentan demostrar quién es el más duro de todos. Nosotros sólo queremos vivir en paz”, comentó Vladímir, de poco mas de 20 años.

Una de las salas del museo está dedicada a los más de 20 años que Víborg fue finlandesa. Una bandera del país escandinavo cuelga de la pared, al igual que tablillas metálicas con los nombres de las calles en finlandés. Por eso, Alisa, que trabaja en el mercado de abastos en el mismo corazón de la ciudad, no puede contener las lágrimas.

“Es una vergüenza lo que está pasando. Siempre nos hemos llevado bien. Como siempre, el pueblo será el que sufra. No habrá medicamentos y los precios se dispararán”, mantiene. No tiene miedo de culpar al Kremlin de la actual enemistad con todos los vecinos occidentales de Rusia, pero también admite la responsabilidad de los rusos. “Todos somos culpables. No nos quejamos y no protestamos. Tenemos la culpa de todo”, asevera entre sollozos.

Putin lo tiene todo atado

A raíz de la campaña militar rusa en Ucrania, Finlandia suspendió el tráfico de mercancías, introdujo nuevas restricciones por la covid-19 y canceló la comunicación por tren.

“He tenido que dejar de conducir mi camión con el que viajaba todas las semanas a Finlandia y Suecia. El funcionario de aduanas me dijo: (el presidente, Vladímir) Putin tiene la culpa de todo. E hizo el gesto de ametrallar como si fuésemos nosotros los malos de la película. Le respondí que los ucranianos son unos fascistas”, denuncia un malhumorado Vasili.

Ahora, tiene que conducir unos vetustos autobuses de línea regular. Con todo, no está preocupado por la entrada de Finlandia en la Alianza Atlántica. “Putin lo tiene todo controlado. Ya ha desplegado sistemas de misiles a las afueras de la ciudad, cerca de la frontera. Los he visto. No sé si llevan carga nuclear. Estamos preparados para todo”, excluye.

Vasili es una excepción. Víborg no rezuma odio. Todo lo contrario. Masha, una universitaria, espera que los finlandeses vuelvan en cuanto termine la campaña bélica en Ucrania. “Yo no tengo miedo. Seguiré viniendo a Víborg”, añade Misha, un pensionista que viene a pescar todas las semanas desde San Petersburgo.

Mientras devuelve al agua una pequeña perca que acaba de capturar, una lancha guardacostas rusa surca las aguas frente al imponente castillo medieval.