Genocidio

Tutsis en Ruanda: “Nos obligan a olvidar a través del perdón”

El nuevo sistema de castas ruandés ha sustituido las identidades étnicas por cinco clases sociales, nombradas en función de las cinco primeras letras del abecedario

Casi un millón de tutsis fueron masacrados durante el genocidio de 1994.
Casi un millón de tutsis fueron masacrados durante el genocidio de 1994.larazon

Una vez conocí a un hombre que sabía cortar las cañas de bambú a las afueras de su poblado de un solo golpe, ¡zas!, donde una persona menos experimentada necesitaría cuatro o cinco golpes hasta desmembrar el palo. Lo que le hacía tan bueno cortando bambú no era su fuerza considerable, tras años con la espalda agachada y completando la trabajosa tarea, sino su habilidad, su precisión a la hora de empuñar el machete y calcular el ángulo exacto para cortar el bambú de un solo tajo. Entonces, asesinar a casi un millón de personas a machetazos supondría un esfuerzo físico considerable. En la mayoría de las ocasiones, el primer golpe no consigue más que arrancar los chillidos histéricos de la víctima, ahora pidiendo piedad, ahora aullando de dolor, ahora rogando por los hijos que observan la masacre acurrucados desde su esquina.

Hace falta una precisión que concede la sangre fría para que el primer golpe sea fatal. Y, cuando a tu alrededor se escuchan llantos, el bambú patalea y se resiste con todas sus fuerzas y tu cabeza hierve con la sangre del odio de los antepasados, azuzada por la radio que grita “¡cucarachas, cucarachas, cucarachas!”, acertar al primer golpe no siempre es sencillo. A veces desearías incluso fallar los dos o tres primeros. Cucarachas, cucarachas, cucarachas.

“Hicieron falta siete golpes para acabar con él”

Dave es un hombre de treinta y cuatro años que pide dinero en las pulcras aceras del centro de Kigali (capital de Ruanda) y es él quien explica la dificultad de matar de un solo golpe. Lo sabe porque a su madre, una maestra de escuela de etnia tutsi, la mataron a machetazos; dos semanas después mataron a su padre delante de él y de su hermana, también a machetazos. Machetazos. “Hicieron falta siete golpes para acabar con él”, cuenta Dave con un deje de orgullo que desearía no haber tenido. Y muestra su propio cuerpo como ejemplo de la dificultad de matar, si no lo haces con cuidado: una profunda hendidura en su cabeza rapada y el pedazo de barbilla que le falta desde que tiene seis años son una muestra que le recuerda todas las mañanas la torpeza del asesino de su padre. Él sobrevivió pero “toda mi familia murió en mayo de 1994, entonces estoy yo solo, no tengo a nadie más que una prima que no quiere saber nada de mí”.

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Dave es una de las cientos de miles de víctimas que salieron a piezas del genocidio y que hoy luchan por avanzar en un mundo que insiste, según sus palabras “en olvidarles a través del perdón”. Porque Ruanda es un ejemplo mundial de reconciliación. Documentales y reportajes de todo pelaje han mostrado imágenes del vecino que asesinó al esposo de una mujer y que hoy le lleva todos los días un pan recién horneado, el vecino que masacró a los padres de unos niños y que finalmente les pagó la universidad, el vecino que... siempre es un vecino. Es lo terrible de todo esto.

Pero Dave no logra comprender por qué perdonar al vecino le obliga a olvidar su propia identidad. Él está orgulloso de ser tutsi. Lo dice susurrándolo y mirando que nadie le escuche, porque identificarte por etnias es ilegal a día de hoy en Ruanda, aunque inmediatamente admite que “no tiene sentido que nuestra reconciliación castigue a los tutsis, obligándonos a olvidar nuestra identidad. Es como si los europeos hubieseis arreglado el genocidio nazi obligando a los judíos a dejar de ser judíos”. Niega con la cabeza abollada. Para él y otros como él, perdonar no supone ningún problema, mientras considera que borrar las identidades hutu y tutsi no deja de dar la razón a los asesinos de sus padres, de alguna manera. A Dave le desahuciaron hace varias semanas, al día siguiente de conocerme. No tiene familia ni amigos. Ya ha quemado todas las ayudas del Estado para las víctimas del genocidio y solo le queda mendigar. Está solo. El trauma de su infancia salta a la vista desde las cuencas de sus ojos. Pasea todos los días alrededor de la zona financiera de Kigali buscando a europeos que le ofrezcan empleo, enseñando un currículum arrugado que dice que trabajó para una tecnológica india hasta la crisis del coronavirus.

Los tutsis fueron masacrados en 1994 porque ostentaban la mayoría de los puestos de poder en la sociedad ruandesa y los tutsis ya no existen, otros fueron asesinados (dejar de existir y morir son en ocasiones conceptos opuestos, porque los únicos tutsis que quedan en Ruanda son los que murieron siendo tutsis y que hoy son recordados como tal), pero el presidente del país desde hace 22 años, Paul Kagame, nació tutsi. Son cosas que pasan en Ruanda.

El abecedario ruandés

A cambio de suprimir las etnias, el Gobierno de Ruanda implementó una nueva ecuación social que permitiese a los ruandeses mantener las diferencias sociales y económicas que motivaron el genocidio en un primer lugar. Este sistema consiste en dividir a los ciudadanos en cinco categorías (A, B, C, D, E), perteneciendo a la A aquellos que tienen mayores ingresos económicos y a la E, aquellos que representan a los sectores más desfavorecidos de la población. Dave pertenece a la categoría E. Un europeo pertenece automáticamente a la categoría A. Cuando un ruandés se jubila, este desciende sin remedio un escalafón en las categorías. De esta manera se ha mantenido, 28 años después del asesinato de los padres de Dave, un sistema de castas que aplaque la ira de los hutus pero que mantenga el poder de los tutsis adinerados, de manera que todo ha cambiado pero, en cierta medida, todo sigue igual.

Benjamin nació hutu en el año 1993, a las afueras de Gisenyi, y ahora pertenece a la clase C. Dice que su madre le dijo que “los tutsis se mezclaban entonces con los hutus tanto como se mezclan ahora los de la categoría B con los de la categoría E, o puede que se mezclaran incluso más”. Actualmente, hay individuos nacidos como tutsis o como hutus en la categoría A, puede ser, individuos que hoy no se mezclarían con hutus y tutsis que malviven en la categoría E. Esto implica que Dave tiene más fácil relacionarse con desconocidos nacidos hutus e insertados en la categoría E, que con primas hermanas nacidas tutsis y que lograron escalar hasta la categoría B. ¿Se entiende la ecuación? ¿Se entiende que en Ruanda sigue existiendo un sistema de clases (justificado por las ayudas del Estado a los miembros de las categorías más desfavorecidas) que sencillamente ha cambiado las etnias por las cinco primeras letras del abecedario?

“Ahora podemos estar contentos porque la miseria y la riqueza se reparten entre hutus y tutsis por igual”, comenta Benjamin con un deje de ironía rabiosa. Pero él, y otros como él, consideran que la reconciliación es un “fantasma” que ha tratado de debilitar las identidades étnicas ruandesas para evitar otro desastre, mediante el simple gesto de mezclar a hutus y tutsis en la pobreza y en la abundancia, de manera que nunca pueda ocurrir un nuevo genocidio. “Hasta que los pobres asesinemos a los ricos”, concluye Benjamin, “entonces todos seremos pobres porque no nos quedará a quién matar”.