Terrorismo

Los talibanes exigieron a Al Qaeda que el 11-S se dirigiera contra intereses judíos y no estadounidenses

Atta, el jefe de la célula, se negó en rotundo durante una reunión en España y Bin Laden terminó por aceptar los objetivos iniciales

Imagen de archivo del Mula Omar.
Imagen de archivo del Mula Omar.larazon

El talibán mulá Omar, cuando estaba al frente de Afganistán, pidió a Al Qaeda (AQ) que no atentara, bajo ningún concepto, contra intereses estadounidenses por las consecuencias económicas que habían acarreado para Kabul los ataques contra las embajadas USA de Kenia y Tanzania; y contra el destructor USS Cole, en Yemen. La banda yihadista llegó a decidir en cambio de objetivos por otros judíos (de ahí el viaje de Mohamed Atta, el jefe de la célula, a España), pero todo siguió igual.

Según lo explica el cabecilla de AQ Abu Muhammad al-Masri en su libro sobre el 11-S, al que ha tenido acceso LA RAZÓN, “después de los fuertes golpes a los intereses estadounidenses en Nairobi y en Dar es Salaam, y luego la destrucción del destructor estadounidense “Cole” en el puerto de Adén, el Emirato Islámico (Afganistán) fue sometido a una gran presión regional e internacional, ya que Estados Unidos ejerció su influencia sobre Pakistán, Arabia Sauditay los Emiratos Árabes Unidos que presionaran al gobierno afgano y controlara a los muyahidines árabes, especialmente al-Qaeda”.

Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita suspendieron los vuelos hacia y desde Afganistán, “en respuesta a los amos en la Casa Blanca. Eran en su mayoría viajes comerciales, privando así al emirato de un importante y efectivo afluente comercial que podría afectarlo económicamente”. También los que permitían a los peregrinos acudir a La Meca “con el fin de inflamar al pueblo afgano, innatamente religioso, contra su gobierno”. Las fronteras fueron también afectadas.

“El mulá Mohammed Omar, --agrega—nos pidió detener las operaciones extranjeras contra los estadounidenses y centrarse en la acción de primera línea hasta que se resuelva esa crisis”. “Esto significab detener todas las actividades de acción exterior contra los estadounidenses, incluidos los grupos que ya estaban a Estados Unidos, que llevaban tiempo preparando las acciones”.

“Hubo reuniones con los líderes del Emirato Islámico sobre la necesidad de permitirnos trabajar en el extranjero, pero lo único que se nos permitió fue atacar objetivos judíos”.

Hubo que tomar medidas –subraya—para conciliar ambas posiciones. “El consejo de la Shura (máximo órgano de mando de AQ) celebró sesiones intensivas para decidir sobre este asunto (Atta estaba ya en USA a la espera de fijar la fecha de los ataques) y se debatió en torno a la posibilidad de transformar el ataque de objetivos estadounidenses a objetivos judíos dentro de Estados Unidos, lo que no cambiaría nada”. “Sería un ataque contra su aliado estratégico y contra los propios USA”.

Finalmente, se acordó cambiar los objetivos estadounidenses a objetivos judíos. Mohammed Atta fue informado de esto y contestó que no era posible porque cambiar de objetivos, posponerlos o cancelarlos, conllevaba problemas de seguridad y coordinación. Atta decidió “mantenerlo en secreto entre él y el liderazgo en Kandahar, por lo que dejó en manos del consejo si el equipo continuaría trabajando o todos se retiraban”.

El propio Osama bin Laden decidió que se siguiera adelante con el plan, pero le mandó un emisario (tal y como informó ayer LA RAZÓN), Ibn al-Shaybah, que partió de Afganistán para reunirse con Atta en Malasia en junio de 2001. La cita no fue posible, por lo que el emisario viajó a Alemania (pertenecía a la célula de Hamburgo, matriz de los terroristas del 11-S) y, desde allí, estableció la reunión definitiva con Atta en España, en concreto en Cataluña. La respuesta de Atta fue categórica: no era posible el cambio, porque los preparativos estaban muy avanzados y los terroristas designados para cada objetivo. Lo ocurrido llegó hasta Laden a través de Khalid Sheikh Muhammad (KSM, preso en Guantánamo) y optó por no cambiar los planes iniciales.

La conocida “valentía” de los yihadistas (sólo saben atacar a traición) hizo, según cuenta Masri, que, ante la segura reacción de los Estados Unidos tras los atentados, “todos nos preparamos. No excluimos la opción nuclear que Estados Unidos está agitando en todas sus diferencias internacionales, por lo que comenzamos a hacer los arreglos necesarios para la post-operación, incluyendo, refugios” para los cabecillas de AQ y sus familias. Laden terminó, tras barajar varios destinos, entre ellos Somalia, a donde debía llegar por vía marítima, Waziristán.

La fecha del 11-S fue comunicada por Atta a Ibn al-Shaybah mediante una llamada telefónica en la que le informó en clave, con una especie de “rompecabezas”. Este individuo salió desde Alemania hacia Pakistán en el primer vuelo y se reunió con Khalid Sheikh Muhammad: le informó de la fecha del ataque y, después de consultar, “Khalid e Ibn al-Shaybah prefirieron quedarse en Karachi para dar seguimiento a cualquier orden de emergencia que llegara de Afganistán”.

Masri, en el colmo del cinismo, cuenta que los atentados fueron perpetrados a primera hora de la mañana porque las Torres Gemelas no estaban ocupadas totalmente por las 4.000 personas que trabajaban allí habitualmente, por lo que “sólo” causaron casi 3.000 (2.753) muertos. Y que los edificios no se derrumbaron inmediatamente por lo que hubo tiempo para desalojarlos. Desmiente que el Mossad estuviera informado y que hubiera advertido a los judíos neoyorkinos para que no fueran ese día a trabajar. Le parece absurdo porque una información de tanta relevancia hubiera llegado rápidamente a las autoridades.

Asimismo, comenta que entre los planes que estudiaron estaban los asesinatos del presidente Clinton durante un viaje a Manila y del Papa Juan Pablo II.