
Conflicto asiático
Preah Vihear: el ancestral santuario que enfrenta a Tailandia y Camboya en una sangrienta pugna eterna
Se trata de un vestigio del siglo XI cuya soberanía fue otorgada a Camboya en 1962

Arraigada en siglos de desencuentros, la violenta pugna entre Tailandia y Camboya ha resurgido avivando cicatrices del pasado. Al menos 30 personas, entre civiles y soldados de ambos bandos, han perdido la vida y más de un centenar han resultado heridas, muchas de gravedad, en un feroz enfrentamiento desatado el pasado jueves y con tintes de agravarse. Con artillería pesada, tanques, lanzamisiles y cazas F-16 tronando en el horizonte, militares patrullan una zona fronteriza sembrada de minas que no distingue entre combatientes y residentes, mientras más de 140.000 personas han sido desplazadas. Las reservas de alimentos escasean y la incertidumbre crece, asustados por el destino de sus caseríos, ganado y granjas, vitales para la supervivencia en zonas marginales. Las fuerzas armadas tailandesas han declarado la ley marcial en ocho distritos fronterizos. En el foco de la disputa, el templo de Preah Vihear, un vestigio del siglo XI cuya soberanía fue otorgada a Camboya en 1962 por la Corte Internacional de Justicia de La Haya, ratificada en 2013 tras un sangriento altercado.
El pasado mes de mayo, en el Triángulo Esmeralda - donde convergen las fronteras de Tailandia, Camboya y Laos -, un cruento choque entre tropas de ambos países dejó un soldado camboyano muerto. Las versiones son contradictorias: Phnom Penh acusó a Tailandia de atacar una posición militar, mientras este último alegó que sus fuerzas respondieron a una agresión inicial. Una conversación telefónica entre la entonces primera ministra tailandesa, Paetongtarn Shinawatra, y Hun Sen, el patriarca camboyano que, pese a su retiro oficial, sigue siendo el poder en la sombra, pareció calmar las aguas. Pero la tregua duró poco.
Las hostilidades se reanudaron con furia este jueves al amanecer. Militares de ambos bandos se acusaron mutuamente de provocaciones, desencadenando un intercambio de disparos que escaló rápidamente. Según el Ministerio de Salud tailandés, doce civiles murieron en ataques que incluyeron bombardeos contra una base militar y zonas civiles, incluido un hospital, lo que calificó como posibles crímenes de guerra. El embajador de Tailandia ante las Naciones Unidas ,Cherdchai Chaivaivid, declaró el viernes en una reunión a puerta cerrada del Consejo de Seguridad que Phnom Penh ha rechazado los esfuerzos por entablar un diálogo. Añadió que Tailandia ha «colaborado activamente» con Camboya durante los últimos dos meses a través de múltiples mecanismos bilaterales, incluida la denominada Comisión Conjunta de Fronteras, tras la escaramuza de mayo.
El poder en la sombra de los generales
El trasfondo político del conflicto es tan intrincado como los relieves del templo en disputa. Paetongtarn Shinawatra, hija de Thaksin Shinawatra —el magnate conocido por su carisma y controversias—, fue destituida como primera ministra el 1 de julio tras un incidente que desató la ira de los generales tailandeses, verdaderos árbitros del poder en el país. Durante una llamada con Hun Sen, Paetongtarn lo llamó “tío”, un término que en Asia Oriental denota respeto, pero que los militares interpretaron como una humillante muestra de sumisión. La consecuencia fue inmediata: una investigación que culminó en su destitución, reabriendo las heridas con Camboya.
La relación entre Hun Sen y Thaksin, forjada hace décadas, añade leña al fuego. En 2006, tras el golpe que derrocó a Thaksin, Hun le ofreció refugio en Camboya y lo nombró asesor económico, un gesto que aún resuena en los círculos nacionalistas tailandeses. Esta conexión alimentó las sospechas de que Paetongtarn era demasiado blanda con Phnom Penh, una acusación que ella intentó desmentir: “No sacrificaremos los intereses de Tailandia, sin importar los lazos personales”. Pero su caída ha dejado el liderazgo tailandés vulnerable, con el ejército -que ya ha anunciado su preparación para una “operación de alto nivel”-en posición de explotar el fervor nacionalista, como lo hizo en los golpes que derrocaron a Thaksin y a su hermana Yingluck.
La sombra de las fuerzas armadas tailandesas, actor omnipresente en la política del país, añade un elemento de peligro. Tailandia ha experimentado más de una docena de golpes de Estado desde 1932, y los militares han utilizado con frecuencia las tensiones nacionalistas, incluidas las disputas fronterizas, como pretexto para intervenir.
Un legado de mapas y ambiciones
Para comprender la magnitud de este conflicto, es imprescindible retroceder en el tiempo. La frontera entre Tailandia y Camboya, delineada en gran parte por los franceses durante su dominio colonial sobre Camboya (1863-1953), es un mosaico de imprecisiones cartográficas y ambiciones territoriales. En 1907, un acuerdo franco-siamés estableció que la línea divisoria seguiría la cuenca hidrográfica natural de las montañas Dângrêk, colocando el majestuoso templo de Preah Vihear, construido en el siglo XI por el imperio jemer, en territorio camboyano. Tailandia, entonces conocida como Siam, aceptó el mapa, pero con el tiempo cuestionó su validez, alegando discrepancias en las áreas circundantes.
En 1959, Camboya llevó el caso del templo a la Corte Internacional de Justicia, que en 1962 falló a su favor, confirmando que Preah Vihear pertenece a Phnom Penh. Tailandia acató la decisión, pero mantuvo que las tierras aledañas seguían en disputa, un argumento que ha alimentado tensiones intermitentes. El conflicto resurgió con fuerza en 2008, cuando Camboya logró que la UNESCO declarara el templo Patrimonio de la Humanidad, desatando protestas nacionalistas en Tailandia y enfrentamientos armados que se prolongaron hasta 2011, desplazando a 36.000 personas. En 2013, la CIJ reafirmó su fallo de 1962, pero las áreas fronterizas siguen siendo un rompecabezas sin resolver.
La creación de la Comisión Conjunta de Fronteras en 2000 buscaba clarificar estas demarcaciones, pero sus reuniones han sido más un ejercicio de diplomacia estéril que un paso hacia la resolución. La negativa tailandesa a aceptar la jurisdicción de la Corte, combinada con la insistencia camboyana en recurrir al derecho internacional, ha creado un callejón sin salida.
El torbellino de un proteccionismo transpacífico
La beligerancia de ambos pilares de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), socava la cohesión regional y agrava una coyuntura crítica para el bloque. En vísperas de la fecha límite del 1 de agosto, cuando las tarifas comerciales impuestas por la administración Trump podrían alcanzar hasta un 36%, la ASEAN enfrenta este desafío. Sin embargo, en lugar de forjar una alianza estratégica para contrarrestar las presiones proteccionistas de Washington, estas naciones se han sumido en una confrontación fratricida, marcada por bloqueos comerciales y amenazas que debilitan su posición.
La disputa ha tomado un cariz económico punitivo: Camboya ha clausurado sus fronteras a las exportaciones agrícolas tailandesas, un sector vital para la economía de Bangkok, mientras que su vecino ha esgrimido la amenaza de interrumpir el suministro eléctrico y los servicios de internet en las ciudades fronterizas camboyanas, una medida que podría paralizar la actividad económica en ciertas zonas. Estas retaliaciones, lejos de ser meras escaramuzas bilaterales, reflejan una miopía estratégica en un momento en que la unidad de la ASEAN es imperativa para enfrentar los vientos adversos del proteccionismo estadounidense.
El analista Piyasak Manasant, en un incisivo diagnóstico al instituto ISPI, señaló que “Trump ha desplegado una táctica clásica de divide et impera, fracturando la cohesión de los estados más pequeños del sudeste asiático para neutralizar su capacidad de negociación colectiva”. Esta estrategia no es fortuita: el magnate estadounidense percibe a la ASEAN como un nodo crítico en la cadena de suministro China, una “vía de contrabando” para bienes manufacturados que Pekín ha reubicado en la región para eludir los aranceles impuestos por Washington. La producción deslocalizada de la segunda economía mundial, que aprovecha las ventajas comparativas de estos países, representa una amenaza para los intereses comerciales de la Casa Blanca, que buscan reconfigurar las cadenas globales de valor en su favor.
Paralelamente, Washington ha intensificado su escrutinio sobre las exportaciones de alta tecnología hacia la región, particularmente los semiconductores destinados a Malasia, ante el temor de que sirvan como conducto para abastecer a China, en violación de las restricciones comerciales impuestas. Este entorno de vigilancia geopolítica y económica coloca a la ASEAN en una posición precaria, donde la falta de cohesión interna amplifica su vulnerabilidad. Camboya, cuya economía depende en un 40% de sus exportaciones a EEUU —equivalentes a más de 10 billones de dólares en 2024—, enfrenta un riesgo particularmente severo. Las controvertidas tarifas propuestas por Trump podrían desencadenar una contracción económica, erosionando el crecimiento sostenido que Phnom Penh ha logrado en los últimos años
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