Suecia
Adiós al paraíso para los refugiados
Endurecerá su generosa política de asilo tras recibir a 400.000 solicitantes desde 2012. El país nórdico obligará a aprender sueco para recibir ayudas sociales
Endurecerá su generosa política de asilo tras recibir a 400.000 solicitantes desde 2012
“Abrid vuestros corazones a los refugiados”, apelaba a los suecos el primer ministro conservador Fredrik Reinfeld allá por 2014, cuando arrancaba la mayor ola de refugiados en Europa desde la II Guerra Mundial. Cuatro años después, mucho ha cambiado en Suecia y probablemente ningún político se atrevería a repetir esa frase ante una población que sufre el deterioro de los servicios públicos de los que se sentía tan orgullosa. Un 52% de los suecos preferiría que llegaran menos refugiados al país, mientras que un 24% se opone abiertamente a su acogida, según un estudio de la Universidad de Gotemburgo. En declaraciones a LA RAZÓN, Nicholas Aylott, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Södertörn de Estocolmo, “los votantes le dan prioridad a la inmigración, lo cual es un gran cambio en la política sueca. Y esto explica en gran parte el ascenso de los Demócratas de Suecia [DS, la extrema derecha]”.
La inmigración, hasta entonces un tema tabú por temor a ser tachado de racista o xenófobo, domina la agenda política en un país con un 17% de su población nacida en el extranjero. De sus diez millones de habitantes, 1,75 millones es de origen inmigrante, el doble que en 1990. Los musulmanes representan un 8% de la población. “Lo que marcó principalmente las elecciones de 2014 fue que los partidos establecidos querían evitar discutir la cuestión de la inmigración y la integración. 2018 es la primera elección donde las cuestiones relacionadas con la inmigración ocupan un lugar central en el debate”, constata Andreas Johansson Heinö, politólogo del “think tank” Timbro. Preguntados en un sondeo del diario “Expressen” qué temas les preocupaban más durante la campaña, un 23% contestó que la inmigración, frente a un 16% que apuntó los incendios (las altas temperaturas de este verano han provocado una infrecuente ola de incendios en Suecia) y un 13% la sanidad.
Históricamente, el gigante nórdico ha sido una tierra de acogida para todos aquellos que huían de los conflictos bélicos o sufrían la persecución política. Así ocurrió en los años sesenta con los vietnamitas, en los setenta con los chilenos o en los noventa con los que escapaban de las guerras balcánicas. Sin embargo, el paradigma empezó a cambiar en 2015, cuando Suecia se vio obligada a cerrar sus fronteras tras llegar más refugiados que los que su generoso Estado de Bienestar podía absorber. Tras recibir 163.000 solicitudes de asilo, más que ningún otro país de la UE en términos per cápita (el 1,63% de la población), de los cuales 35.000 eran menores no acompañados, los albergues, los hoteles e incluso las remotas estaciones de esquí estaban desbordados. Muchos refugiados tuvieron que ser alojados en tiendas de campaña pese a las bajas temperaturas. Ante la gravedad de la situación, el primer ministro, el socialdemócrata Stefan Löfven, tuvo que anunciar el 24 de noviembre que “me duele que Suecia no sea capaz de recibir solicitantes de asilo al alto nivel actual. Simplemente, no podemos hacer más”. A su lado, la viceprimera ministra no podía disimular sus lágrimas. Esta comparecencia vino acompañada de una vuelta de tuerca a la generosa política de asilo sueca. Estocolmo anunciaba la imposición de controles fronterizos en el puente de Öresund que le une con Dinamarca y se limitó la reunificación familiar solo a aquellos que disponían de vivienda y recursos económicos suficientes. Mientras que en 2013 se concedían permisos de residencia permanente a todos los refugiados sirios, desde 2016 solo se otorgan temporales y a unos pocos. Como resultado, los solicitantes de asilo cayeron a 28.939 en 2016 y a 25.666 en 2017.
Con todo, la condiciones para que un extranjero se integre en el país de acogida son envidiables. El Estado les garantiza cursos de sueco, alojamiento, cobertura sanitaria, seis euros al día y la escolarización a los niños. El país nórdico, que deberá gastar un 1% de su PIB en integrar a los refugiados, aspira a normalizar su sistema de asilo con el de sus socios europeos. La política de refugiados “tiene que ser como la del resto de países de la UE. No debe haber diferencias”, sostiene Löfven. En su programa electoral, los socialdemócratas prometen imponer la obligación de estudiar sueco para beneficiarse de las ayudas sociales y restringir la entrada de inmigrantes en el país. Un giro de 180% grados en la línea programática del SAP.
Desde la oposición, el líder del Partido Moderado (conservador), Ulf Kristersson, sostiene que Suecia está pagando el precio de 20 años de “políticas de integración fracasadas”. “Hace falta nueve años para que la mitad de los que llegan encuentren algún tipo de trabajo. Hay escuelas de primaria donde la mayoría de los alumnos no llega al instituto. Mientras el crimen de las bandas se está propagand”, describe con pesimismo el líder conservador mientras trata de buscar su espacio entre una ultraderecha los socialdemocracia.
Los primeros, en boca de uno de sus candidatos, Ghazal Saberian, creen que “Estamos en un punto en el que si subvencionamos a más inmigrantes no podremos hacernos cargo de los que tenemos ahora”. Los Demócratas Suecos se presentan ante el electorado como los únicos capaces de poner orden en la política migratoria sueca y proponen poner en marcha expulsiones masivas de los solicitantes de asilo a sus países de origen. “Suecia necesita espacio para respirar. Necesitamos políticas de inmigración estrictas y responsables. Solo hay un partido que garantice una inmigración estricta y responsable en Suecia”, repite su líder, Jimmie Akesson en campaña.
En su condición de inmigrante, Mohamed Nuur, candidato del Partido Socialdemócrata en las elecciones del domingo, lamenta que los populistas olviden la tradición de acogida de Suecia y de la contribución de los inmigrantes al país nórdico. Para mí la Suecia que quiere ver Jimmie Akesson no es nuestro futuro. Eso es retroceder en el tiempo. Él dice que los inmigrantes no son bienvenidos en Suecia cuando yo sé que Suecia ha acogido a muchos inmigrantes, cuando sé que Suecia es respetada en todo el mundo por ello. Realmente, los inmigrantes han construido este país”.
“Durante mucho tiempo [los políticos] han dicho: 'La inmigración no es un problema, ustedes son racistas, no deberíamos hablar de ello, es una situación en la que todos ganan'”, opina Patrik Öhberg, politólogo de la Universidad de Gotemburgo. “De repente tienen que decir: 'Oh, nos equivocamos'. La inmigración es súper importante y cada vez hablamos más de ella. La gente está cada vez más preocupada”, constata. Como en el resto de Europa, en Suecia el populismo ha impuesto su agenda política y la inmigración ya no estará al margen de las campañas electorales.
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