Aniversario
Alemania, la memoria viva de la Segunda Guerra Mundial ocho décadas después
La memoria colectiva por los crímenes perpetrados por el régimen nazi se ha diversificado, pero continúa siendo un eje fundamental de la identidad contemporánea de los alemanes 80 años después
El 8 de mayo de 2025 se cumplen 80 años del final de la Segunda Guerra Mundial. Ocho décadas después de la rendición incondicional del Tercer Reich, Alemania sigue enfrentando con reserva y profundidad las huellas del conflicto más devastador de su historia. La fecha, conocida en el país como el «Tag der Befreiung» (Día de la Liberación, en español), ha pasado de ser una jornada incómoda y silenciada a convertirse en un momento de reflexión nacional y de reafirmación democrática. En todo el país se celebran actos conmemorativos, exposiciones, discursos institucionales y encuentros. Sin embargo, más allá de los eventos oficiales, lo que llama la atención es cómo ha evolucionado la percepción de los alemanes sobre la guerra, la dictadura nazi y su responsabilidad histórica. La memoria colectiva ha cambiado, se ha diversificado y sigue siendo un eje fundamental de la identidad contemporánea de Alemania.
En las décadas inmediatamente posteriores al conflicto, la sociedad alemana vivió un proceso de reconstrucción en el que hablar del pasado era incómodo y, a menudo, se evitaba. No fue hasta los años 60, con el auge de los movimientos estudiantiles y la generación de los hijos de los soldados, cuando comenzó un verdadero cuestionamiento sobre el papel de los padres y abuelos en el régimen nazi. «Hubo un cambio generacional fundamental», explica la historiadora alemana Sabine Schlüter a la prensa alemana. «Los jóvenes empezaron a preguntar: ¿dónde estabas tú entre 1933 y 1945? Esa pregunta marcó un antes y un después en el tratamiento del pasado en Alemania». Desde entonces, el país ha hecho de la memoria un pilar cívico. El recuerdo del Holocausto y la denuncia del totalitarismo forman parte del currículo escolar y las visitas a campos de concentración como Dachau o Sachsenhausen son habituales para los estudiantes. Asimismo, monumentos y memoriales se integran en la vida cotidiana de las ciudades.
A diferencia de otros países, donde el final de la guerra se celebra como una victoria, en Alemania el 8 de mayo se vive con un tono de recogimiento. En 1985, el entonces presidente federal, Richard von Weizsäcker, dio un discurso que marcó un punto de inflexión: definió el 8 de mayo como un «día de liberación» del régimen nazi, y no como una derrota. Hoy, esa idea está ampliamente aceptada por la mayoría de los alemanes. Según una encuesta reciente del instituto Forsa, el 78% de los ciudadanos considera que es importante mantener viva la memoria de los crímenes del nazismo, y un 65% cree que su enseñanza en las escuelas debería incluso reforzarse. «Recordar no es una forma de autoflagelación, como a veces se dice desde fuera», comenta Matthias Krüger, profesor de historia en una escuela Secundaria de Hamburgo. «Es un acto de responsabilidad hacia las nuevas generaciones y una vacuna contra el extremismo». Sin embargo, el consenso sobre la necesidad de mantener viva la memoria histórica no está exento de tensiones. En los últimos años, el ascenso del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) ha introducido discursos que cuestionan el enfoque «autocrítico» de la historia nacional. Algunos de sus representantes han llegado incluso a calificar el período nazi como «una mota en mil años de historia alemana», provocando indignación entre amplios sectores de la sociedad.
En 2017, Alexander Gauland, una de los líderes del partido, afirmó que «los alemanes tenemos derecho a estar orgullosos de las hazañas de nuestros soldados en dos guerras mundiales», lo que generó una fuerte ola de rechazo. Muchos interpretaron sus palabras como un intento de trivializar los crímenes del nazismo.
Según un estudio del Instituto demoscópico Allensbach, el 62% de los alemanes teme que el revisionismo histórico se extienda, especialmente en redes sociales. Ante ello, museos, fundaciones y asociaciones civiles han intensificado su trabajo para preservar una memoria crítica y abierta al diálogo. El reto actual es generacional. Los testigos vivos del Tercer Reich están desapareciendo, y con ellos, la conexión directa con los hechos. Para Sven-Felix Kellerhoff, historiador y editor del periódico «Die Welt», esto plantea el desafío de mantener viva la memoria en una era sin supervivientes. «Es imprescindible renovar la pedagogía de la memoria sin perder el rigor», asegura. Alemania ha desarrollado lo que muchos historiadores internacionales definen como una «Erinnerungskultur» única en el mundo: una cultura de la memoria que no busca glorificar su historia, sino enfrentarse con lucidez y responsabilidad a su legado más oscuro. Monumentos como el Memorial a los judíos asesinados de Europa, situado en pleno centro de Berlín, o las más de 100.000 «Stolpersteine» (piedras doradas conmemorativas en las aceras) repartidas por todo el país, simbolizan cómo el recuerdo se ha integrado en la vida cotidiana.
Más que homenajes, son advertencias silenciosas. Pero hay más. Los intentos de relativizar o banalizar el pasado han generado una reacción fuerte desde el ámbito educativo, cultural y político. Museos, universidades y asociaciones civiles trabajan activamente para reforzar el pensamiento crítico y combatir la desinformación histórica. «Hay un riesgo de fatiga de la memoria», advierte Schlüter. «Las nuevas generaciones no tienen un vínculo personal con los supervivientes del Holocausto o con testigos directos de la guerra. Por eso es tan importante encontrar nuevas formas de transmitir esa historia». En paralelo, una encuesta reciente de YouGov revela que, 80 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad alemana muestra una mezcla de preocupación, conmoción y fatiga respecto a su memoria histórica. Aunque una mayoría significativa considera el final de la guerra como una «liberación», estos términos pueden ocultar la responsabilidad colectiva, sugiriendo que los alemanes fueron principalmente víctimas del régimen nazi. Además, muchos encuestados tienden a minimizar la conciencia de la población sobre los crímenes del nazismo, estimando que solo alrededor del 40% sabía de las atrocidades cometidas.
Este aniversario es especialmente simbólico por su dimensión
generacional. Con los últimos testigos directos del conflicto falleciendo, el relato del pasado depende cada vez más de archivos, museos y obras culturales. Al mismo tiempo, crece la conciencia de que el recuerdo no puede fosilizarse en rituales repetitivos, sino que debe dialogar con los desafíos del presente. El presidente federal, Frank-Walter Steinmeier, ha insistido en varios discursos recientes en la necesidad de «una memoria activa, que no se limite al pasado, sino que nos guíe en el presente». Por eso que el 8 de mayo no solo es una fecha conmemorativa, sino también una llamada de atención ante el auge del populismo, la polarización social y los discursos de odio en Europa.
A 80 años del final de la guerra, Alemania no olvida, pero tampoco se estanca en el pasado. Su enfoque de la memoria histórica ha sido observado y valorado en muchos países como un modelo a seguir y, en tiempos de incertidumbre y revisionismo, la sociedad alemana reafirma que el recuerdo de los horrores del pasado no es un lastre, sino una brújula.