Unión Europea
Baile de sillas en la UE
La parálisis del club y el Brexit obligan a sus líderes a hacer una llamada a la unidad. Sin embargo, la división entre los socios es total acerca de si el sucesor de Juncker debe ser el candidato más votado en las europeas.
La parálisis del club y el Brexit obligan a sus líderes a hacer una llamada a la unidad. Sin embargo, la división entre los socios es total acerca de si el sucesor de Juncker debe ser el candidato más votado en las europeas.
«El mundo no duerme». Quizás la que mejor explicó el convulso tablero internacional con esta sencilla frase fue ayer la canciller alemana, Angela Merkel, poco dada a los discursos grandilocuentes, pero certera en sus escuetos análisis. Por ende, si el mundo no para de girar, el club comunitario no puede quedarse ensimismado en sus problemas domésticos. Por mucho que se llamen Brexit. El propósito inicial de esta cumbre celebrada en Sibiu (Rumanía) era alumbrar la nueva era a Veintisiete tras el divorcio británico previsto para el pasado día 29 de marzo y resolver un doble interrogante: el papel de la UE en un mundo en el que pierde influencia progresivamente y los retos que el club comunitario debe afrontar para hacer frente a sus numerosas crisis internas. Aunque el divorcio británico no se ha consumado, Theresa May no fue invitada y el espíritu del encuentro no cambió un ápice: coger impulso ante la encrucijada de las próximas elecciones europeas del 26 de mayo e ir perfilando las prioridades de la nueva legislatura.
El simbolismo no podía ser mayor. El encuentro de ayer tuvo lugar el 9 de mayo, día de Europa, en la pequeña ciudad de Sibiu, en la región de Transilvania, testigo del imperio Austrohúngaro, el otomano y el régimen comunista instaurado por Nicolae Ceausecu basado en el culto a la personalidad. «El verdadero fin de la II Guerra Mundial no llegó hasta que los países del Este no entraron en la UE», resumía estos días un alto diplomático. Por eso, en tiempos de crisis, los Veintisiete intentan volver al pasado para encontrar una brújula que los guíe en el futuro.
La crisis existencial del club comunitario no es nueva, se expresó con nitidez en la cumbre celebrada en Bratislava en septiembre de 2016, tras el «no» británico. Desde entonces, los líderes europeos han aparecido sumidos en la reflexión mientras tímidamente iban dando diferentes pasos en medio del auge de los populismos de diferente signo, con un club cada vez más fragmentado e indomable.
A pesar de esto, ayer la cumbre se convirtió en un canto a la unidad proclamada en la Declaración de Sibiu. Ahora, a los líderes europeos les toca creérsela. «Defenderemos una Europa desde el Este al Oeste, desde el Norte hasta el Sur. Treinta años atrás millones de personas lucharon por su libertad y unidad e hicieron caer el Telón de acero que había dividido Europa durante décadas. No hay lugar para las divisiones que van en contras de nuestros intereses comunes», defiende el texto. La declaración también apuesta por las «soluciones conjuntas», «salvaguardar el futuro para la próxima generación de europeos», «ser un líder global responsable», «proteger a nuestros ciudadanos» a través del «soft y hard power»... como un guiño a los pasos en los política de Defensa.
Tras la tormenta de ideas de ayer, el presidente permanente del Consejo, Donald Tusk, redactará una estrategia para los próximos cinco años que deberá ser refrendada en la cumbre del mes de junio. Antes de la cita casi todos los países habían realizado alguna aportación al debate. El canciller austriaco, Sebastian Kurz, apostó por una reforma de los tratados que causa urticaria a gran parte de sus colegas, ya que su aprobación requiere la unanimidad y un Emmanuel Macron más entusiasta que nunca apostó por la lucha contra el cambio climático, la reforma del espacio sin fronteras Schengen y medidas de calado social como el salario mínimo para todos los ciudadanos europeos. Sobre el primer apartado, ocho socios –Bélgica, Dinamarca, Luxemburgo, Holanda, Portugal, España y Suecia– firmaron una declaración en la que piden recortar las emisiones de dióxido de carbono a cero con el objetivo puesto en 2050 como muy tarde. Como grandes retos pendientes de estos años, la reforma de la zona euro, una nueva legislación sobre el derecho de asilo y una fiscalidad adaptada a los retos del siglo XXI. Dosieres que han estado atascados durante esta legislatura y que no se sabe si encontrarán una respuesta durante la siguiente. Como modo de actuar con mayor rapidez, la canciller alemana Angela Merkel propuso mantener reuniones entre los líderes europeos con mayor frecuencia, cada dos meses.
Pero la cumbre de ayer no sólo habló de ideas sino también de nombres. Dio el pistoletazo de salida a la renovación de la cúpula europea que culminará en otoño, y Tusk quiso abrir el debate y fijar una nueva cumbre sobre este tema para el día 28, dos días después de las elecciones europeas. El propósito es proponer al sucesor de Jean-Claude Juncker al frente del ejecutivo comunitario en esa cumbre de junio y que la candidatura sea refrendada por la Eurocámara por mayoría. La tradición comunitaria aboga por la proclamación del candidato por consenso, sin forzar una votación, pero Tusk apostó ayer por el «realismo» ante la posible división de opiniones, ya que los tratados tan sólo exigen mayoría cualificada y no unanimidad.
El Tratado de Lisboa abrió la puerta a que el sucesor de Juncker sea el candidato de la lista más votada en las elecciones europeas, el denominado «spitzenkandidat», pero las capitales europeas advierten de que los tratados tan solo les obligan a «tener en cuenta el resultado». Macron y Xavier Bettel, primer ministro de Luxemburgo, mostraron con contundencia su oposición a nominar al cabeza de lista. «No creo que sea la manera adecuada, salvo que hubiera verdaderas listas trasnacionales», sentenció Macron. Visto lo visto, la impresión es que la batalla sólo acaba de empezar y que los candidatos oficiales –Manfred Weber y Frans Timmermans– no tienen demasiadas opciones.
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