Análisis

El bochornoso espectáculo entre Trump y Zelenski tendrá profundas consecuencias

La geopolítica no es el mejor ejemplo de ética, pero sí había unas ciertas reglas que ponían freno a posibles contiendas mundiales. Todo esto ha sido barrido, quizá para siempre

February 28, 2025, Washington, Dc, USA: U.S. President Donald Trump and Ukrainian President Volodymyr Zelensky met at the White House to sign a mineral rights agreement at the White House in Washington DC on February 28, 2025. It seemed to begin cordially but erupted into an argument in the Oval Office. A joint press conference was cancelled and President Zelensky left with without signing any agreement.Europa Press/Contacto/Carol Guzy28/02/2025 ONLY FOR USE IN SPAIN
ZELENSKY TRUMP MEETINGCONTACTO vía Europa PressEuropa Press

La política en este siglo no deja de sacudirnos y causarnos estupor. Nunca pensamos que veríamos un deterioro tan abrupto de la calidad de las clases políticas, y que la ley del más fuerte sería abrazada públicamente por las naciones más poderosas del planeta. Parecía imposible que los estados más agresivos, peligrosos, expansivos, que son todos opresivas dictaduras, pudiesen entrar y salir del armario de la vergüenza y convertirse en interlocutores internacionales en función de los intereses puntuales de la economía mundial o de las grandes potencias.

Recordemos que dos atroces regímenes, Irán y Venezuela consiguieron volver a los mercados petrolíferos para rebajar la crisis inflacionaria provocada, justamente, por las sanciones a Rusia. La geopolítica no es el mejor ejemplo de ética, moral o valores, pero sí había unas ciertas reglas y principios que ponían freno a que la humanidad se volviese a enzarzar en contiendas mundiales con el consiguiente riego de holocausto nuclear. Todo esto, lo poco que quedaba, ha sido barrido, quizás, para siempre.

La escena vergonzosa en el despacho oval de la Casa Blanca, a la que asistió atónito el mundo entero, parecía sacada de la escena de una película sobre una familia muy mal avenida. Ninguna de las más elementales reglas de la cortesía, la diplomacia, las relaciones civilizadas entre estados soberanos se respetó. Por ninguna de las dos partes. Obviamente tiene mayor obligación el anfitrión, que además se presenta y erige en mediador. El presidente Trump y su vicepresidente JD Vance, que, si bien es conocido por su sinceridad muchas veces chocante (que suele ser hombre educado y de maneras corteses) culminaron en lo que algunos calificaron de guión perfectamente planificado.

En la escalada verbal el vicepresidente Vance acusó a Zelenski de haber apoyado la campaña de Kamala Harris en octubre justo antes de las elecciones. Vance parece olvidar que él hizo los mismo en Alemania con la AfD ya que después de pronunciar su polémico discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich se desplazó a Berlín para entrevistarse con la líder del partido alemán de le extrema derecha, Alice Wiedel. Esto sin olvidar el activismo desenfrenado de Elon Musk en favor de ciertas opciones políticas de extrema derecha en Europa incluida la propia AfD.

Para calificar la reacción del presidente Zelenski voy a citar a la periodista ucraniana de la BBC Myroslava Petsa, que fue la que preguntó qué pasaría si Rusia no respeta los acuerdos de alto el fuego. Ella declaró en el programa de la BBC “Weekend” que a un presidente se le tiene que exigir más y que Zelenski había perdido los nervios y la compostura cayendo en la provocación, que era exactamente lo que pretendían sus anfitriones. Las reuniones entre jefes de Estado y de gobierno pueden ser extraordinariamente tensas, pero se guardan las formas delante de los medios y en público. Me temo que, en esta nueva política de brocha gorda y zafiedad, que no sólo practica Trump, no hemos visto aún lo peor.

Las consecuencias a largo plazo de esta fractura trasatlántica serán profundas y duraderas. Incluso un hombre moderado y templado como Friedrich Merz, líder de la CDU alemana y próximo canciller federal, que es además ferviente defensor de la relación trasatlántica, ha declarado que Europa tiene que prepararse para para dar pasos firmes hacia su independencia estratégica y defensa de los EEUU. Antes incluso de este incidente Merz, ya había anunciado la puesta en marcha inminente de un acuerdo con el Reino Unido y Francia para extender su paraguas nuclear a Europa en previsión del algún brusco giro en la estrategia estadounidense de protección de Europa con armas estratégicas. La práctica totalidad de los líderes europeos han reaccionado de manera similar, incluso la presidenta del Consejo de ministros de Italia, Giorgia Meloni, dijo que había que hacer todo lo posible para reencarrilar la relación con los EEUU. Destaca el silencio atronador de Budapest claro.

Lo más grave de todo esto es que el giro aislacionista de del presidente Trump venía gestándose desde hace años, y la mutación de muchos miembros del congreso y senadores republicanos que al principio de la guerra de agresión rusa contra Ucrania eran inequívocamente pro-ucranianos y críticos con Rusia, han ido virando a las posiciones defendidas por el presidente y su entorno. En el mundo “trumpiano”, el aislacionismo, la frialdad con Europa, el rechazo a Ucrania o las simpatías pro-rusas o “putinistas” (son distintas y tienen origen y motivaciones diferentes) de algunos sectores más ultra-conservadores, obedecen o motivaciones políticas, personales o ideológicas muy distintas.

Sería prolijo entrar en todas, pero baste decir que van desde un “americano-centrismo” primario pero sincero, al disparate de sectores evangélicos muy conservadores que consideran a Putin y a Trump los nuevos guardianes de cristiandad. La más peligrosa todavía es la eficaz penetración de la propaganda, la manipulación, la desinformación y también de la corrupción pro-rusa. Los terminales rusos en Europa y en EEUU no descansan, algunos ya han perdido la vergüenza y afirman sin rubor que una vez logre Rusia un alto el fuego que consolide y reconozca sus conquistas ilegales y anexiones, no se lanzará a ninguna otra aventura porque “no necesita ni territorio ni recursos pues les sobran ambos” (sic). Será por eso que Finlandia y Suecia después de décadas de neutralidad han decido unirse a la OTAN. Suecia ha renunciado a lo que podríamos calificar de “neutralismo”, una suerte de neutralidad identitaria que formó parte esencial de su ADN nacional hasta ahora.

Los europeos, como siempre, nos despertamos tarde, y llevamos décadas viviendo en nuestra burbuja de prosperidad en la que la arcadia feliz nunca existió en realidad. Nuestros problemas económicos y sociales no han hecho más que agravarse y nuestra clase política se ha mostrado incapaz de enfrentar nuestros graves males de manera sólida y eficaz. Los desafíos estratégicos y de seguridad decidimos ignorarlos y así nos va. En un reciente debate en la TV de Azerbaiyán tuve ocasión de cruzar argumentos con un diplomático ruso que seguía insistiendo machaconamente (como todos los terminales mediáticos rusos) en las inefables tres condiciones que imponía Putin para no invadir Ucrania hace tres años: primero, lo que ellos llaman la normalización, es decir que vuelvan al poder los pro-rusos del jaez de Yanukovich y compañía. Segundo, la “desnazificación” del país, un dislate tal que no merece comentario. Y tercero, la desmilitarización de Ucrania, y su “finlandización” en referencia al término acuñado por los alemanes del oeste en los años sesenta para designar la maniobra soviética de imponer la neutralidad a Finlandia.

La vuelta a los argumentos maximalistas rusos ha sido animada, sin lugar a la menor duda, por la nueva política exterior estadounidense y los últimos acontecimientos y discursos de la administración Trump 2.0. Las voces más sensatas de la Administración Trump dicen que nada ha cambiado, que Europa sigue siendo el gran aliado de los EEUU. Lamentablemente, los hechos son trágicamente tozudos y desmienten sus buenas intenciones.

Las consecuencias no pueden ser más inquietantes: mencionaré unas cuantas que merecerían ser desarrolladas en otro artículo: 1) Grave debilitamiento de la OTAN. El trumpismo no alcanza a entender que la capacidad de disuasión de la OTAN se fundamenta en la sinergia de la defensa colectiva y que la potencia de la suma de las partes, por pequeñas que sean, es muy superior a su resultado aritmético. El artículo 5 de defensa automática (el ataque contra un miembro es el ataque contra todos) puede estar herido grave, esperemos que no de muerte. 2) La erosión de la relación trasatlántica hasta extremos insospechados, instalando desconfianza mutua y una animosidad, así como la confirmación de una creciente divergencia de intereses que podría tardar por lo menos una generación en sanar.

3) Una paz injusta que favorezca al agresor y dañe grave e irreversiblemente al agredido sería el fin del principio de legalidad internacional y de legitimidad, de la inviolabilidad de fronteras. Esto envía un mensaje desastroso que envalentonará a los regímenes más agresivos y expansivos del mundo, ya que el matonismo internacional, lejos de no tener sanción, tiene recompensa. ¿Qué hará los EEUU si China decide invadir Taiwán? ¿Sentarse a hablar con Xi Jin Ping en un “fructífera conversación”? Ya sabemos que Trump 2.0 considera a China su máximo rival, pero el mensaje ucraniano está siendo medido milimétricamente por Pekín.

4) Regímenes abominables como Venezuela, Nicaragua, Cuba y, sobre todo, Irán, podrían verse tentados de reemprender su actividad desestabilizadora y de reiniciar las guerras por "proxy" (Hamas, Hezbolá, los huthíes, las milicias terroristas chiíes de Irak, Siria y Asia Central) que podrían incendiar otra regional o global de catastróficas consecuencias. 5) Cuando Occidente se distancia o, peor, se divide, todo lo peor del planeta se crece y el terrorismo yihadista o de cualquier otra execrable ideología, aprovechará la brecha para dar zarpazos cada vez más letales. Las miras cortas, el ombliguismo y la ley del embudo argumental tienen consecuencias que van mucho más allá de los salones del poder, aunque sea el despacho oval.