Colombia

Claudia García Jaramillo: «Si no se firma la paz en Colombia, habrá una gran frustración colectiva»

Entrevista a Claudia García Jaramillo / Directora de la Fundación Semana

La Razón
La RazónLa Razón

La masacre de El Salado, un pueblecito cerca del Caribe colombiano, trajo la muerte de 66 campesinos asesinados a manos de los paramilitares. Las crónicas de lo que sucedió durante tres días en febrero del año 2000 en este remoto pueblo describen una maldad extrema y odiosa de la que nació, varios años después, el sueño de un proyecto de reconciliación en pleno conflicto colombiano entre las FARC y el Estado. La Fundación Semana eligió en 2008 la aldea de El Salado como escenario para ensayar fórmulas de desarrollo en el atrasado mundo rural del país. En esta entrevista, Claudia García Jaramillo, la directora de la Fundación, explica los objetivos de este proyecto y recuerda los testimonios de las personas que lograron salvarse de aquella masacre, una de las muchas que ha padecido el pueblo colombiano en los últimos cincuenta años.

-¿Cómo surgió el proyecto de El Salado?

-La Fundación que creó la revista Semana en 2008 quería entrar en un tema muy importante como es el postconflicto. Así que recorrimos muchos lugares del país y la Fundación decidió tomar El Salado como un símbolo de lo que ha sido la violencia en Colombia para atraer a entidades públicas y privadas con el fin de articular un plan de desarrollo en el mundo rural. El Salado está en una región que se llama los Montes de María, y allí hubo 55 masacres como la de El Salado en los años noventa. Históricamente ha sido una zona con mucha presencia guerrillera, y luego, en los noventa, con una estrategia paramilitar contra la población civil.

-¿Cómo fue la masacre?

-El 18 y 19 de febrero del año 2000, 400 paramilitares rodearon el pueblo y sacaron a la gente de sus casas y las llevaron a la cancha de fútbol. Mataron a 66 personas de la manera más cruel y despiadada. Cortaron cabezas y jugaron al fútbol con ellas. Sacaron fetos de mujeres embarazadas y las violaron. Obligaron a la gente a ver todo sin dejarles ver a sus muertos. Sacaron los instrumentos de la Casa de la Cultura y mientras mataban a la gente iban tocando. Asesinaron a profesores, a la promotora de salud... La estrategia era romper el tejido social usando temas ancestrales como la música y la cultura en una región muy musical. La masacre duró tres días. Sacaron toda la bebida de las tiendas, se emborracharon, obligaron a las mujeres a cocinar. Enterraron a la gente muy cerca de la cancha, y quedaron tan mal que los cerdos y los perros se comieron los cadáveres.

-¿Qué pasó tras la masacre?

-Todo el mundo se fue del pueblo. A los dos años, muy pocas familias comenzaron un proceso de retorno, a pesar de no tener ningún tipo de apoyo. Fue una lucha por salir adelante. Nosotros llegamos en el 2009 y lo que encontramos fue un pueblo fantasma. Vivían pocas personas, no había médico, solo colegio hasta primaria, la carretera estaba imposible.

-¿Qué trabajo hicieron?

-Se formó una alianza público y privada donde lo importante no ha sido el dinero sino lo que cada uno puede aportar con lo que sabe. Por ejemplo, en El Salado no había comunicaciones. La masacre duró en parte tres días porque la gente no podía comunicar lo que estaba pasando. Así que trabajamos con empresas como Telefónica para poner antenas, o con empresas de infraestructuras para mejorar las vías y llevar de nuevo un médico o implantar el bachillerato. Ese ha sido el trabajo durante los primeros cinco años.

-¿Qué lecciones sacaron?

-El desarrollo sólo lo pueden hacer desde dentro de las comunidades. No vale una actitud mesiánica diseñada desde una ciudad. No es poner dinero en una cuenta y ver cuánto cuesta reconstruir un pueblo, si no ver cómo puede aportar cada actor según su área de conocimiento. No importan los proyectos sino los procesos. Hemos trabajado en otros lugares cercanos en toda la región de los Montes de María, que son 137 pueblos. El 90% no tienen agua corriente ni electricidad. Para acceder al agua tienen que caminar tres horas en un burro y llenar tanques de plástico. La cuestión ahora es cómo hacer viable la economía campesina. Y para ello resulta clave trabajar en la paz territorial. Ningún acuerdo de paz sería viable si no se ve representado en un proceso de construcción real de paz, sobre todo para las zonas rurales, donde vive más del 60% de la población.

-¿Colombia está dispuesta a mirar al pasado?

-Sí, ha habido un reconocimiento y una visibilidad de la crueldad de lo que ha pasado en Colombia con el objetivo de que eso no debería volver a pasar, no debería existir una indiferencia colectiva hacia ese tema. Hay que mirar atrás pero con la capacidad de superación y de reconstrucción.

-¿Ha funcionado la Ley de Justicia y Paz, con la que se pretendía desmovilizar a los paramilitares?

-En Colombia hay una polarización muy grande. Por un lado, hubo un proceso de desmovilización masiva que permitió que más de 55.000 personas dejaran la guerra, aunque otros han regresado. Fue un logro en ese proceso de justicia y paz. Hoy están saliendo los paramilitares que estaban cumpliendo penas de cárcel, porque las máximas eran de ocho años. Eso también causa mucha indignación social. El que roba un mercado le condenan a 25 años en la cárcel y el que asesina sale a los ocho años.

-¿Hay ganas de mirar adelante?

-Hay mucha más disposición de mirar para delante, sobre todo en la medida en que las víctimas sean reconocidas y en que se disminuya la indiferencia social. Esa es una característica muy colombiana, la resilencia, esa capacidad de sobreponerse y de construir, pero también de destruir, que es también algo muy colombiano. No hay una fórmula mágica.

-¿Qué pasará si finalmente no se firma la paz?

-Creará una gran frustración colectiva, a pesar de que el país sigue polarizado. Hay gente que cree que la paz no es el camino y que cree que hay que darle bala a los actores armados, pero sí hay ilusión en la sociedad civil. Después de 50 años de guerra es la primera vez que Colombia ha estado tan cerca de la posibilidad de un acuerdo de paz.

-¿La ley de Victimas y Restitución de Tierras de 2011 ha sido buena? ¿Han sido resarcidas las víctimas?

-Resarcir a las víctimas ha sido un gran paso, pero si tú le das a una familia 10.000 euros, que es más o menos el monto de la reparación, eso representa un acto simbólico de reconocimiento a lo que pasó, pero eso no hace que una familia salga adelante ni hace necesariamente la paz. Y lo mismo con las tierras. Muchas de las tierras que se devuelven están en medio del conflicto armado. Muchos líderes rurales han sido amenazados y se ha matado a mucha gente. Ha habido mucho miedo. Te entregan la tierra, pero quién va a trabajarla. La tierra por sí misma no le resuelve la vida al campesino, porque no tiene con qué ponerla a producir. Ha sido un paso gigantesco, pero la implementación tiene muchas complicaciones.

-¿Ha conocido a víctimas de El Salado?

-Claro, he convivido con ellas muchísimo. Y la lección más grande para mí como persona es ese sentimiento de igualdad que supone tener la capacidad de construcción colectiva.

-De todas las víctimas de El Salado, ¿cuál es la historia que más le ha impactado?

-El drama de una mujer con dos hijas. A la mayor le acusaron de ser novia de un guerrillero. La violaron y la arrastraron del pelo por todo el pueblo. Luego la empalaron en un árbol en la cancha de fútbol. Una vecina cogió a su otra hija de siete años y se la llevó al monte para que no hicieron lo mismo con ella. Al cabo de tres días, a punto de morir, la señora le dio pipí a la niña. La niña le dijo que no podía tomar eso porque su mamá nunca le había dado eso. La niña se murió. Yo tuve la oportunidad de hablar con esa señora y me decía que nunca ha tenido la capacidad de volver a El Salado porque no ha podido superar el tenerle que decir a la mamá, a su vecina, que no pudo salvar a su hija.