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La Razón
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Cada país en el norte de África tiene unas circunstancias y una idiosincrasia diferentes y ha sido un grave error pensar en que la mal llamada Primavera Árabe servía de receta para resolver los males de todos los países. La grave crisis que sufre Egipto es la consecuencia de una cadena de errores impulsados por un clima de confusión y cierto caos propio de una situación revolucionaria como la que provocó la caída del dictador Hosni Mubarak. En Egipto se ha demostrado claramente que es imprescindible que cada país se pueda dotar de una Constitución consensuada por la gran mayoría de los partidos políticos y de los sectores sociales para que los dirigentes políticos que alcancen el poder no caigan en tentaciones partidistas y sectarias. Al analizar las posibles consecuencias de un nuevo enfrentamiento violento entre el Ejército y los islamistas Hermanos Musulmanes en el resto de países del norte de África nos encontramos con cierta preocupación por la radicalización de las posturas de los grupos extremistas y por la influencia negativa en las economías de estos países al verse reducido el número de turistas que les visitan y que suponen un recorte de ingresos notable, aunque a unos les afecta más que a otros.

La situación más trascendente es la de Túnez, origen de los movimientos de protesta contra las dictaduras en diciembre de 2010 tras quemarse a lo bonzo Mohamed Bouzizi. El proceso que se abrió tras la caída del dictador Bel Ali, dio paso a la victoria electoral de los islamistas de Al Nahda que, una vez en el poder, no han sido capaces de alcanzar una Constitución apoyada por todos. Resulta muy relevante cómo se desarrolle el proceso político tunecino porque la voluntad de miles de personas que confiaron en los islamistas moderados como reacción lógica a años de represión, censura y corrupción, ahora se han visto frustrados por las decisiones del Gobierno que sólo benefician al sector más islamista de la población. Muchos de estos ciudadanos que se sienten traicionados apoyan ahora el movimiento Tamarod, un movimiento muy parecido al que surgió en Egipto con miles de seguidores contra la política del presidente Morsi y que pidió a los militares que le derrocaran. En Túnez, se caracteriza por la defensa del laicismo de su sociedad, con un notable nivel intelectual y de alfabetización y que denuncia desde hace meses el sesgo islamista del Gobierno que ha agravado la crisis económica que sufre el país y que ha propiciado un extraordinario repunte de jóvenes muyahidines en una de las regiones fronterizas con Libia, enrolados en Al Qaeda para luchar en Siria. La tensión en Túnez ha sido constante en los últimos meses y lo ocurrido en Egipto puede servir de vacuna a unos y a otros para flexibilizar sus posturas y apostar por un acuerdo nacional en paz y en convivencia.

En Marruecos, con un primer ministro islamista, Halilal Benkiran, la situación está controlada por el rey Mohamed VI, que emprendió reformas democráticas antes de que se produjera el levantamiento en Túnez y ha conseguido calmar las protestas con una reforma constitucional que recorta alguno de sus poderes. Una reforma que está pendiente de su desarrollo legislativo. También en Rabat ha surgido el movimiento Tamarod contra los islamistas con la exigencia de acabar con el Gobierno de Benkirán, algo que sólo es posible por la crisis creada tras la salida del Ejecutivo del partido nacionalista Itiqlal o por decisión del rey.

Más complicada es la situación en Libia, donde ya se vivió la tragedia del enfrentamiento civil y donde los grupos radicales armados pretenden rentabilizar con poder y dinero su apoyo para el derrocamiento de Muamar el Gadafi creando una inestabilidad que agrava las diferencias regionales entre las regiones cirenaica y tripolitana. Libia necesita construir el Estado, sus instituciones, sus partidos políticos, sus organizaciones sociales en un clima complicado ya de por sí.

En Argelia, la guerra civil que dejó más de 300.000 muertos en los 90 tras anular el Ejército la victoria electoral de los islamistas del FIS ha servido de durísima lección para todos y los últimos resultados electorales sitúan a los islamistas como grupos minoritarios.

Hay un denominador común que puede afectar a todos los países: la necesidad de un mejor reparto de la riqueza y de acabar con el analfabetismo para enfrentar la acción social de los islamistas que es su verdadero caladero de votos y que pretende utilizar la democracia para alcanzar el poder y después servirse de él para sus propios intereses.

*Director de la revista «Atalayar»