Crisis migratoria en Europa
El drama de los menores inmigrantes: Prostitución infantil en las fronteras de la UE
Cientos de niños se someten a todo tipo de vejaciones en Ventimiglia, entre Italia y Francia, por comida o por un trayecto en un coche o camión que les permita seguir hacia el corazón de Europa. Cruzar al país vecino cuesta entre 50 y 150 euros
Cientos de niños se someten a todo tipo de vejaciones en Ventimiglia, entre Italia y Francia, por comida o un trayecto en coche que les permita seguir hacia el corazón de Europa
Quienes llegan a Ventimiglia han tenido que superar una travesía controlada por las mafias en África, conseguir burlar a las autoridades libias, jugar una partida a cara o cruz en el Mediterráneo, ganarla y escapar de un centro de internamiento del sur de Italia donde suelen ser acogidos en un primer momento. El pueblo, situado frente a la frontera francesa con la Costa Azul, aparece en el manual del migrante como la puerta de entrada para continuar el viaje hacia el corazón de Europa. Pero desde hace al menos tres años el folleto está desactualizado, pues las autoridades galas mantienen echado el cierre. Buena parte de las niñas que han puesto sus pies aquí se ven obligadas a prostituirse para pagar a los traficantes que les ayudan a cruzar la frontera.
Lo denuncia la ONG Save the Children en su último informe «Pequeños esclavos invisibles 2018». «Se trata de chicas jovencísimas y particularmente en riesgo que forman parte del flujo invisible de tantos menores migrantes no acompañados en tránsito por la frontera norte de Italia», asegura en un comunicado Raffaele Milano, directora del programa Italia-Europa de esta organización. Según la responsable, «en el intento de alcanzar a familiares o conocidos en otros países europeos, privados de la posibilidad de encontrar vías seguras y legales, quedan fuertemente expuestos a gravísimos riesgos de abusos y esclavitud».
El estudio revela que a las niñas no les queda más remedio que recurrir a la prostitución para pagar a las mafias que se aprovechan de la situación. El precio por intentar pasar con sus vehículos privados al otro lado de la frontera a los migrantes oscila entre 50 y 150 euros. En ocasiones, también ofertan comida o un lugar donde dormir, previo pago extra. Desde la costa italiana se ven las lujosas Mónaco o Niza, cerradas para los africanos sin permiso de residencia. Las autoridades francesas también vigilan con celo los trenes que van de un país a otro. La única alternativa, por tanto, es camuflarse en un coche junto a un europeo o emprender una peligrosa senda montañosa bautizada como «el camino de la muerte».
La Policía gala endureció los controles en la frontera en 2015, por lo que el flujo se ha ido reduciendo desde entonces. Organizaciones como Oxfam calculan que en lo que va de año unos 4.200 migrantes han intentado proseguir su ruta por Europa a través de Ventimiglia, por los 23.000 que habían probado suerte el año anterior. La dificultad para cruzar por este punto ha abierto otras rutas en Italia, como la de la localidad de Bardonecchia, también limítrofe con Francia. Por esta última población, los migrantes tratan de cruzar los Alpes ataviados con lo poco que traen de sus países. No hay datos precisos, pero varios han muerto tras perderse por las montañas completamente nevadas.
«Nuestras evidencias nos dicen que la interrupción, en septiembre de 2017, del programa europeo de recolocación [la Unión Europea aprobó en 2015 un acuerdo para reubicar en otros países a 40.000 migrantes acogidos en Grecia y Italia, que no ha logrado cumplir] ha contribuido de manera importante a que los menores en tránsito fíen su suerte a los traficantes o arriesguen su propia vida para cruzar las fronteras», prosigue el informe de Save the Children. Más de la mitad del total de quienes llegan a Ventimiglia tienen nacionalidad eritrea, según cifras de la organización, y de ellos, el 20% son niños. Los eritreos también encabezan la lista de los 4.570 menores que calcula la ONG que se encuentran perdidos en Italia. Les siguen somalíes, afganos, egipcios y tunecinos.
El fenómeno de los migrantes obligados a prostituirse no es nuevo, ni mucho menos. Cientos de egipcios que llegaban a Italia hace algunos años se veían obligados a convertirse en esclavos sexuales. En este caso, niños, codiciados por clientes homosexuales. También las nigerianas que han arribado a Italia en los últimos años pasan automáticamente a ser controladas por proxenetas. Según la Organización Mundial de las Migraciones (OIM), en el año 2016 llegaron a Italia 11.000 mujeres procedentes de este país, en lo que representó un incremento del 600% anual. Se estima que el 80% de ellas caía en redes de prostitución.
Otro dato singularmente grave es que la explotación sexual de menores se está expandiendo por regiones del centro de Italia, Cerdeña, Véneto o Roma, según Save the Children. Entre enero de 2017 y marzo de 2018, la organización entró en contacto con 1.900 víctimas, de las que unas 1.700 decían haber cumplido recientemente la mayoría de edad. El informe añade que tan sólo 200 niñas están inscritas en programas oficiales de protección por parte del Gobierno italiano, por lo que otros colectivos –a menudo en colaboración con la Iglesia– ocupan ese vacío que deja el Estado. La prostitución de menores inmigrantes no es ninguna novedad, sí que lo tengan que hacer para cruzar los confines de una Europa cerrada.
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