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Ensayo nuclear Corea del Norte
Kaesong se ha llegado a comparar con el canario que usan los mineros: si el animal muere, es que algo va decididamente mal en las relaciones entre Corea del Norte y Corea del Sur. Pyongyang decidió ayer cerrar completamente este complejo industrial situado en la frontera, el único proyecto de cooperación con Seúl que todavía permanecía abierto. Para hacer más dramática su decisión, el régimen trasladó fuera del polígono a los 50.000 trabajadores norcoreanos que trabajaban en las fábricas surcoreanas. El gesto ha sido interpretado como una nueva provocación de Kim Jong Un para mantener alta la tensión, algo que cada vez le va a resultar más difícil si no lanza un ataque militar real. Después de más de un mes de desafío constante y, aunque ha conseguido captar la atención de los medios de comunicación internacionales, empieza a ser complicado tomarse en serio su retórica. En todo caso, el régimen parece dispuesto a sacrificar, al menos de manera temporal, una de sus únicas fuentes de divisas. En Kaesong, las empresas surcoreanas pagan unos 80 millones de dólares anuales a los trabajadores norcoreanos, un dinero que va a parar directamente a las arcas de Kim Jong Un. En Kaesong, las empresas de Corea del Sur fabrican productos con barata mano de obra de la vecina del norte y el rendimiento por trabajo representa una importante fuente de divisas para el régimen de Pyongyang, cuya economía se halla sumida en la crisis desde los años noventa.
Los asesores económicos del dictador son conscientes de que, si el cierre se alarga, multinacionales como Hyundai tendrán que mover sus plantas a otro país. Será complicado, además, volver a atraer inversión a una «zona económica especial» con la que se esperaba crear un millón de puestos de trabajo en diez años cuando se aprobó el proyecto conjunto hace una década. En 2003 se le dijo a la población que se trataba de un primer paso hacia la reunificación y pacificación de la península y un gesto histórico de buenas intenciones. Las cosas, sin embargo, han ido por un camino distinto y Pyongyang parece dispuesto a seguir presionando a sus vecinos y a Estados Unidos hasta que consiga sentarse a negociar de tú a tú. La posibilidad de que esta actitud provoque una guerra sigue siendo muy remota aunque los expertos tampoco descartan que un error humano o de cálculo conduzca a una acción violenta que desencadene una respuesta desde Estados Unidos o Corea del Sur.
En los próximos días, y aunque los informes de la inteligencia surcoreana que lo afirman resultan algo contradictorios y confusos, el régimen podría realizar una nueva provocación, ya sea una prueba nuclear o el lanzamiento de un misil de largo alcance. La retórica y el ardor guerrero, en cualquier caso, han sido sustituidos en la propaganda oficial por imágenes sobre el inicio de la estación agrícola. Según un sector de la prensa surcoreana, la tensión está disminuyendo y la prioridad interna del régimen parece dirigida ahora hacia el trabajo en el campo, quedando los arranques guerreros relegados a una segunda posición.
Para un régimen que retrata a sus líderes con poderes sobrenaturales tampoco es necesario dar demasiadas explicaciones. Además, en Corea del Norte la crisis se ha explicado como una respuesta valiente ante el intento de Estados Unidos de atacar el país. De modo que si la tensión se disuelve sin más, la propaganda siempre puede explicarlo como una victoria de su joven líder. Una vez más.
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