Opinión

La desglobalización

Esta guerra de Ucrania es el último intento de un tirano, Vladimir Putin, por cambiar las reglas, o, como poco, de reorganizar el tablero de juego

Dmitry Rogozin, junto al presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el líder de Bielorrusia, Alexander Lukashenko
Dmitry Rogozin, junto al presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el líder de Bielorrusia, Alexander LukashenkoEVGENY BIYATOV / KREMLIN POOL /Agencia EFE

Se pueden hacer diferentes lecturas sobre las causas de la invasión de Ucrania. Desde motivaciones históricas como intenta vender Putin en cada aparición pública, pasando por cuestiones geográficas o geopolíticas basadas en la aparente debilidad o vulnerabilidad de Rusia. Teniendo en cuenta todas estas debemos además intentar tener una visión algo más macro para ver, no ya las razones, sino también las posibles consecuencias de esta última crisis.

Lo que estamos viendo es todo un envite por parte de Putin contra el orden global liberal en el que no acababa de encontrarse cómodo, no ya solo en términos políticos, también en términos económicos e incluso financieros. Esta guerra es el último intento de un tirano por cambiar las reglas, o, como poco, de reorganizar el tablero de juego. Básicamente, lo que podemos observar es el intento por parte de un poder revisionista de cambiar su posición geopolítica mediante el uso de la fuerza.

Y en verdad nos encontramos ante un escenario internacional en plena reorganización. Llevo un tiempo advirtiendo de que nos encontramos ante un cambio de paradigma, y es que el mundo que establecimos al final de la Segunda Guerra Mundial y que consolidamos en 1991 está en plena mutación. Pero a diferencia de un mundo dividido en dos bloques al estilo de una Guerra Fría 2.0 como algunos analistas están prediciendo, veremos la desagregación del poder político y económico en varios bloques, en lo que podríamos entender como un escenario internacional multipolar que se regirá en base al concepto realista del «equilibrio de poder».

No será un mundo fundamentado en pugnas ideológicas. No veremos un alineamiento de las potencias autoritarias como China y Rusia contra un Occidente liberal. Si bien es cierto que la guerra en Ucrania parece haber hecho salir de su letargo a Europa y parece haber dado una nueva vida a la aAlianza Atlántica, no parece que se acabe de establecer un bloque entre Moscú y Pekín. Y es que de darse tal división del sistema internacional en dos veríamos también una disociación de los bloques en términos económicos. De hacerse realidad, la potencia que es más dependiente del actual orden económico tendría mucho que perder. Esta no es otra que China.

A Pekín no le interesa mover sus fichas antes de tiempo. Tiene planes a largo plazo para convertirse no solamente en la primera potencia económica global, pero también militar de aquí al año 2050. Por otro lado, no debemos olvidar que ambas potencias son rivales geopolíticos en distintos ámbitos desde el ártico a Siberia, pasando por Asia Central y el Pacífico.

Desde la caída de la Unión Soviética vimos una rápida expansión de la globalización que permitió a China experimentar un crecimiento sin parangón en la historia del planeta. Este crecimiento no se vio acompañado, como muchos pronosticaban, de un proceso democratizante. La globalización económica no fue replicada en términos políticos lo que resultó en que el denominado como orden liberal resultara incompleto. Y es en estas circunstancias que se producirá el cambio de paradigma anunciado.

Este cambio viene en base a las acciones de las potencias autoritarias que no quieren someterse a jugar bajo las reglas liberales, único punto de encuentro entre Pekín y Moscú. De este modo, en materia geopolítica veremos el establecimiento, pues, de un orden multipolar, basado en equilibrios de poder sin alianzas inamovibles, con la notable excepción de la Alianza Atlántica.

En términos económicos experimentaremos un retroceso hacia una economía más regionalizada. Y es que a las consecuencias de esta guerra debemos añadir los efectos de las diferentes crisis que hemos padecido en las dos últimas décadas. No hablamos del establecimiento de economías autárquicas, pero sí de un claro retroceso de un sistema altamente complejo hacia uno basado en cadenas de suministros más localizadas. Desde 2008 a la pandemia, pasando por las notables crisis en las cadenas de suministros o la de producción de semiconductores, todo parece indicar a que el mundo en el que un único dispositivo se fabrique en 15 países diferentes dejará de existir. Si bien nos dirigimos hacia un mundo más regionalizado, es cierto que ciertos aspectos de nuestros sistemas económicos y financieros están demasiado integrados como para que se pueda producir una disociación económica total en dos bloques.

Estos desarrollos ocurrirán en paralelo y veremos el surgimiento de un mundo basado en los más básicos preceptos del realismo político. Bloques en torno a potencias que se reorganizarán y realinearán en base a sus intereses puntuales. ¿Será este un mundo más estable? Es difícil de pronosticar. Sin embargo, algunos estudiosos de estos modelos como el Dr. Henry Kissinger afirmarían que sí. El problema radica en que todo proceso de cambio implica un proceso de ajuste, y los periodos de ajuste tienden a ser bastante dolorosos.