Opinión

De la debacle americana al desastre humanitario

Afganistán fue una «distracción estratégica» que adormeció la vigilancia de Estados Unidos contra las potencias emergentes como China, India y Rusia

El 15 de agosto de 2021, la caída de Kabul marcó el fin de una era en la que EE UU pretendía remodelar el mundo a su imagen. Un año después, en Afganistán, la caída del águila US sigue en la mente de la gente y el desastre humanitario es total. La mitad de la población afgana, unos 20 millones, pasa hambre y Estados Unidos se esfuerza por recuperar su credibilidad como pacificador ahí donde están en juego sus intereses. Occidente ha desviado su mirada de Afganistán. Ya no quiere tener nada que ver con un país en el que invirtió tanto durante veinte años. La guerra en Ucrania ha contribuido a trasladar el foco de atención a otra parte del mundo. Y, sobre todo, para los occidentales nunca es agradable considerar sus propios fracasos. La indignación por la repugnante política de los talibanes hacia las mujeres se mezcla con un sentimiento de vergüenza y culpabilidad por haberlas abandonado a su suerte. Desde que los talibanes tomaron el poder en 2021, han cerrado varias instituciones que protegen las libertades fundamentales. Además, las niñas ya no tienen acceso a la educación fuera de la escuela primaria. Las mujeres están excluidas de la mayoría de los empleos públicos, controladas en su forma de vestir, prohibidas de viajar solas fuera de su ciudad. Bajo el Emirato Islámico, los derechos de las mujeres son despreciados, en contra de las promesas de los talibanes de actuar de forma más moderada que durante su primer Gobierno entre 1996 y 2001.

Un año después de la debacle de la retirada de EE UU, Joe Biden, en horas bajas en las encuestas, se quitó de encima las críticas para anunciar la muerte del líder de Al Qaeda en una operación estadounidense en Kabul hace varios días, e intentar relanzarse en la escena política nacional. Anunciar la muerte de los líderes yihadistas se ha convertido en un ritual sombrío y altamente político para los presidentes estadounidenses desde los atentados del 11 de septiembre de 2001. Aunque se abstuvo de ser triunfalista, Biden señaló que el líder de Al Qaeda había estado en la lista de los más buscados durante años bajo los presidentes Bush, Obama y Trump. En otros términos, para Washington, EE UU está en buenas manos con Biden en un contexto en el que, a pesar del conflicto ruso-ucraniano, los estadounidenses ya no quieren jugar a ser «gendarmes del mundo», lanzando pequeñas guerras que conducen a grandes debacles y que al final cuestan mucho dinero, minan la moral del país, dañan su credibilidad y su lugar en el sistema internacional. Su reorientación política hacia el territorio nacional va acompañada de una segunda reorientación hacia los rivales sistémicos. Nunca se había hablado tanto de la rivalidad entre EE UU y China. Esto no es una casualidad. Porque mientras Estados Unidos estaba atascados en Afganistán e Irak, China despegaba económica y militarmente. En este sentido, Afganistán fue una «distracción estratégica» que adormeció la vigilancia de Estados Unidos contra las potencias emergentes. Sin embargo, la retirada de Afganistán, después de Irak y Siria, ha enviado un mensaje muy fuerte al mundo: no cuenten más con EE UU salvo para enfrentarse a Moscú y Pekín.

Finalmente, un año después de la salida de Occidente, el impacto geopolítico de los talibanes en Rusia, China, Irán, Pakistán, India y Turquía es tal que ninguno de estos países ha cerrado su embajada en Kabul. Como EE UU ya no tiene el control, cada uno de estos países se ha involucrado por razones geográficas, económicas y geopolíticas, buscando maximizar los beneficios y minimizar las consecuencias negativas. Por ejemplo, China no ha ocultado su satisfacción por la retirada estadounidense porque quería ampliar el corredor económico China-Pakistán hasta Afganistán e integrarlo en su proyecto de las Rutas de la Seda. Afganistán ya cuenta con inversiones chinas en la minería del cobre y hay indicios de que el país es rico en metales, sobre todo en litio, y en considerables tierras raras, muy necesarias para la industria china.

Las cartas se están barajando de nuevo en esta región de Asia Central y están cambiando el equilibrio de poder internacional. Una vez más, Afganistán se ha convertido en el cementerio de los imperios soviético y estadounidense. Porque si bien es cierto que Afganistán puede ser conquistado y ocupado, es muy difícil de someter. Todos los países están preocupados por el resurgimiento del terrorismo, el flujo de refugiados y el tráfico de drogas que genera Afganistán. Pero cada país está ocupado en maximizar su ventaja entrando en el juego diplomático, mientras que la tarea más urgente, la crisis humanitaria, debe ser abordada. De lo contrario, la inestabilidad afgana podría extenderse a países cercanos y lejanos.

Frédéric Mertens de Wilmars es profesor y coordinador del Grado en Relaciones Internacionales en la Universidad Europea de Valencia