Opinión

Sánchez, Vox y el último cartucho

Los de Abascal no deberían perder de vista el final de Ciudadanos en esta etapa clave de pactos de gobierno

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, reúne en el Congreso a diputados y senadores socialistas para abordar el reto de remontar en las elecciones generales los malos datos del PSOE en las autonómicas y municipalesMARISCALAgencia EFE

Con la convocatoria de elecciones anticipadas el 23 de julio como consecuencia de la debacle del Partido Socialista en las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo, Pedro Sánchez quema literalmente el último cartucho. En un gesto desesperado, el presidente socialista adelanta los comicios porque considera que en estos momentos todavía existe un resquicio para configurar una mayoría alternativa a los populares. Una esperanza coyuntural que podría fácilmente desvanecerse durante los seis meses que quedan para completar la legislatura. Vox se mantiene fuerte en el panorama político español aunque en su principal feudo, Madrid, ya da señales de agotamiento. Moncloa, sin embargo, juega con la baza de un Vox fuerte con el que el Partido Popular no alcanzaría el 40% de los votos. Sin embargo, la tendencia a la baja de los de Abascal en Madrid podría afianzarse el próximo 23-J. Sánchez también ve una oportunidad en la desaparición de Podemos en la capital para aglutinar el voto de las izquierdas. Aspira a conseguir con los morados lo que han logrado Ayuso y Almeida con los naranjas: borrarles del mapa electoral.

Para una catalana alérgica a la independencia como yo, la aparición de Ciudadanos en 2006 supuso un golpe de aire fresco y una esperanza para reajustar la sobrerrepresentación de los partidos nacionalistas en el Congreso de los Diputados. Ciudadanos era un partido llamado a traer moderación a una política española condicionada por los CiUs y los PNV de turno. Sin embargo, el «no es no» de Albert Rivera a formar un gobierno de coalición con Pedro Sánchez en 2019 sentenció al partido naranja a la irrelevancia. Me contaron que esos días los teléfonos de la sede de Ciudadanos quemaban por las llamadas de sus afiliados encolerizados por la decisión tomada. Los naranjas perdieron su razón de ser y emprendieron un camino hacia la disolución que ha llegado hasta estos días.

Ahora que empieza una etapa de negociaciones y pactos, sería bueno que los de Abascal no perdieran de vista el final de Ciudadanos. Me atrevo de decir que ninguno de sus electores entenderán que no facilitasen los gobiernos del Partido Popular en comunidades y ayuntamientos. Menos aún a nivel nacional.

En España hay una dinámica clara de cambio de ciclo que, salvo sorpresas, llevará a Alberto Núñez Feijóo a la presidencia del Gobierno. También hay una inclinación hacia la recentralización del mapa político después de años de fragmentación partidista. Los españoles empiezan a ser conscientes de que con el bipartidismo se vivía mejor. En nuestro país no existe una cultura de pactos como sí ocurre en otros países de nuestro entorno. Por mucho que se haya apelado a la Gran Coalición, es una fórmula que funciona en Alemania donde el voto de los ciudadanos es sagrado y los partidos hacen todo lo posible por configurar mayorías estables con las cartas que les han otorgado. No aprietan tan fácilmente el botón electoral.

Sánchez es consciente de esta tendencia y convoca elecciones a ver si suena la flauta. Puede además sacar a pasear el espantajo de Vox y la extrema derecha a ver si moviliza en masa a su electorado. Si la jugada no le sale, se dejará querer en Bruselas, quien sabe si en la OTAN. Esta carta también está en su apuesta.