Yihadismo

¿Por qué la antigua república soviética de Tayikistán se ha convertido en la "cantera" del Estado Islámico?

El país de Asia Central, antigua república soviética y uno de los países más pobres de la región, se convierte en una de los principales graneros de la filial del Dáesh con base en Afganistán

La filial afgana del Estado Islámico, ISIS-K, se ha convertido en un enemigo tanto de Occidente como de los talibanes
La filial afgana del Estado Islámico, ISIS-K, se ha convertido en un enemigo tanto de Occidente como de los talibanesWali SabawoonAgencia AP

A pesar de la insistencia del Kremlin en dirigir su dedo acusador hacia Ucrania, el Estado Islámico de la Provincia del Gran Jorasán (ISIS-K, por sus siglas en inglés), la filial del Dáesh con base en Afganistán, no tardó en asumir la autoría de la matanza del Crocus City Hall moscovita, que ha costado la vida a al menos 143 personas. Las Inteligencia estadounidense había avisado a las autoridades rusas de la inminencia de un atentado terrorista en su suelo, una advertencia que Putin, nuevamente victorioso y obsesionado con la victoria en Ucrania, subestimó. Este jueves las autoridades rusas aseguraban que los perpetradores del tiroteo “recibieron grandes cantidades de dinero desde Ucrania”.

Pese a la aparente paradoja de un Dáesh que golpea en menos de tres meses a dos de las potencias desafiantes del orden occidental, el doble ataque suicida de enero pasado en una ceremonia en memoria del que fuera jefe de la Fuerza Qods Qasem Soleimani en el cementerio de Kermán (Irán) y el del centro de ocio moscovita el pasado 22 de marzo no debe observarse como un hecho inexplicable. Son varias y poderosas las razones para que la organización terrorista haya decidido atentar en Rusia.

En primer lugar, el Estado Islámico no perdona que las fuerzas rusas fueron fundamentales en la derrota militar del Califato (2014-2019) en Siria en auxilio de uno de los socios más fieles de la Rusia de Putin: el régimen presidido por Bachar el Assad, el gran superviviente de la región (gracias a Moscú y Teherán).

Además, con el atentado del pasado día 22, la filial con base en las montañas afganas, que se ha ganado en unos años una vitola de brutalidad y radicalismo, venga el apoyo ruso -a través de los mercenarios del Grupo Wagner— a varios gobiernos de África Occidental que pidieron ayuda al Kremlin -e invitaron a marcharse a las fuerzas europeas de la región— para tratar de poner freno a la expansión de los grupos armados regionales, con las filiales locales de Al Qaeda y el Estado Islámico a la cabeza. Asimismo, la organización no olvida la cruzada de Putin contra el movimiento independentista checheno, como tampoco mucho antes la invasión soviética de Afganistán.

No casualmente, aunque la organización cuenta con militantes afganos, pakistaníes, turcos o iraníes, una parte sustancial de la militancia de la rama más mortífera del Estado Islámico la forman nacionales de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central con Tayikistán -con entre 1.500 y 2.000 combatientes sobre un total de entre 4.000 y 6.000 miembros— a la cabeza. En el apogeo del Dáesh, en 2015, se estimaba que 4.000 trabajadores procedentes de Asia Central, la mayoría tayikos, habían partido de la Federación Rusia rumbo a Siria gracias a redes chechenas. Tayikos eran los dos suicidas que golpearon en Irán en enero, y también dos suicidas tayikos provocaron en Irak una matanza con un centenar de muertos. Según las autoridades rusas, los cuatro perpetradores del atentado del Crocus City Hall tenían pasaporte tayiko.

No todos los tayikos del ISIS-K proceden de la moderna República, pues hay tayikos étnicos en Afganistán –más que en el propio Estado tayiko, entre ellos el propio emir de la organización, Sanaullah Ghafari— y Uzbekistán. En Rusia hay más de tres millones de tayikos a menudo condenados, como es el caso de otras minorías procedentes de Asia Central, a desempeñar los trabajos más duros y precarios, lo que, junto a una discriminación en otros órdenes de la vida colectiva, ha generado un sentimiento de marginación y resentimiento con el paso de los años.

Después de las largas décadas de persecución religiosa y laicismo obligatorio soviéticos, la creación de las nuevas repúblicas de Asia Central impulsó un renovado sentimiento religioso que llegó de la mano de recuperación de un legado étnico obliterado. Con el paso de los años, el fracaso de la democratización y el progreso material en países como Tayikistán o Kirguistán acabó dando lugar a movimientos radicales. El caldo de cultivo ha sido favorable: Tayikistán es uno de los países más pobres de la región. Con apenas diez millones de habitantes, se sitúa en la posición 162ª en el ranking mundial en PIB por habitante.

Es el único país de la región que ha vivido una guerra civil tras la independencia de la URSS (1992-1997), que dejó un saldo mortal de 100.000 personas. La realidad tayika es la de la corrupción, la desigualdad y la falta de un Estado de Derecho. El propio presidente tayiko, Emomali Rahmon, lleva en el poder desde 1994. El mandatario aseveraba recientemente que sus ciudadanos han cometido o planificado ataques en diez países. La caída del régimen de Rahmon -aliado de Putin— es otro de los objetivos de la entidad terrorista, que ha dado varios zarpazos terroristas en el propio Tayikistán.

Tras haber intentado convencerles de que no se involucraran en ninguno de los bandos de la guerra de Ucrania, el Dáesh ha pedido a los suyos en sus sofisticados medios de propaganda -y lo hace también en lengua tayika— “ser pacientes”, y estar atentos a las oportunidades de golpear a los “infieles”. Tan infieles es para la organización yihadista sunita la Rusia de Putin como el gran satán estadounidense, el Irán chiita de los mulás y el régimen talibán, de vuelta en Kabul desde agosto de 2021 -y con el que Putin se esfuerza en tener cada vez mejores relaciones.

A pesar de la obstinación de Putin, el atentado de Moscú ha sido una llamada de atención para las autoridades rusas sobre la existencia de un islam radical en su territorio – No en vano, hay constancia desde 2017 de ciudadanos rusos en la rama del Dáesh con centro operativo en Afganistán— y de un problema de seguridad. “A pesar del alto número de víctimas, es improbable que el atentado en el Crocus City Hall cambie la manera en que Moscú o Dusambé afronten la amenaza de grupos como el Estado Islámico”, afirma el especialista del think tank Carnegie Endowment for International Peace Temur Umarove.

Por el contrario, los especialistas están convencidos de que, tras su nueva y aplastante victoria en las últimas presidenciales, lejos de abordar el problema de raíz, las políticas discriminatorias de Putin y de la propia sociedad hacia los ciudadanos rusos de religión musulmana e inmigrantes de países de mayoría musulmana como los citados Tayikistán, Kirguistán, Kazajistán o Uzbekistán –más de 20 millones de almas— se agravarán en los próximos tiempos.