Costa de Marfil

Kong: la cordillera más larga del mundo sólo existió durante 100 años

Desde una cordillera invisible hasta su actual presidente, el imperio de Kong planea sin descanso sobre la política nacional de Costa de Marfil

Cordillera de Kong en un mapa de 1805
Cordillera de Kong en un mapa de 1805John CaryDP

Nuestros antepasados eran gente contradictoria. Leían a Voltaire y quemaban a mujeres en la hoguera. Predicaban el amor al prójimo en los púlpitos y enrolaban a miles de jóvenes en los navíos para combatir al enemigo de los papas. Hacían burla de las supersticiones africanas, pero si un inglés con título nobiliario daba una conferencia en la Royal Geographic Society de Londres en donde aseguraba la existencia de una inmensa cordillera que cruzaba el continente africano de oeste a este, pues se le creía, y la cordillera se dibujaba en los mapas.

Ocurrió en 1798, cuando el cartógrafo británico James Rennell incluyó en su Mapa que muestra los avances en el descubrimiento y mejoras en la geografía del norte de Áfricauna cordillera de 6.000 kilómetros que atravesaba África a lo largo del paralelo 10°, desde el reino de Kong (actual Costa de Marfil) hasta fundirse con el Macizo Etíope. Exploradores como Mungo Park contribuyeron a la continuación de esta invención en su diario de campo:

“Alcancé la cima de una colina desde la que tenía una amplia vista del país. Hacia el sudeste, se divisaban algunas montañas muy lejanas, que ya había visto antes desde una eminencia cerca de Marabú, donde la gente me informó que dichas montañas se encontraban en un gran reino, muy poderoso, llamado Kong, cuyo soberano podía levantar un ejército mucho mayor que el rey de Bambarra”.

Tanto Park como Rennell creía erróneamente que el río Níger nacía en la cordillera de Kong (cuando realmente nace en Guinea Conakry, a varios cientos de kilómetros) y durante casi un siglo, los mapas de África aparecían dibujados con este inmenso macizo montañoso que habría sido el más largo del planeta… de existir realmente. No fue hasta 1889 que el militar francés Louis Gustave Binger se presentó en la Société Géographie de París para demoler el mito, después de meses rastreando el río Níger desde Mali hasta Kong. En palabras del galo: “¡No había en el horizonte rastro de ninguna cadena de montañas!”. Y en palabras de este periodista, que atraído por el misticismo de Kong y los errores de los antepasados tuvo la ocasión de visitar la zona en el mes de mayo: “¡No había ni una montaña, a secas!”.

Un imperio perdido

La estrafalaria historia de la cordillera de Kong da pie a escribir sobre este antiguo reino y su evolución hasta lo que es ahora, vinculando el pasado con el presente para comprender el enorme grado de complejidad que puede alcanzar la política africana. Cabe además a decir que el origen del gorila gigante King Kong no tiene relación con el antiguo reino marfileño. Porque Kong era, antes de la grosera interrupción de los europeos, un reino de enorme proyección que alcanzó entre los siglos XVIII y XIX la categoría de imperio. Con una extensión de cientos de kilómetros entre las actuales Costa de Marfil y Burkina Faso, se consideraba el núcleo de la cultura yulá y un centro regional dedicado al estudio del islam, después de que el guerrero Sékou Ouattara invadiera Kong en 1710 e impusiera la religión musulmana a sus súbditos.

Tejidos, arroz, algodón y mijo engrosaban su economía, pero también el comercio de esclavos y de caballos de guerra para los reinos vecinos aliados. Era un imperio basado en las riquezas y la doctrina; en 1741 se construyó la Mezquita de los Viernes de Kong, un hermoso edificio de adobe similar a las mezquitas de Tombuctú y que hoy se encuentra inscrito como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Para nuestros antepasados europeos, la visión de Kong retorcía su contradictorio ideario: por un lado, se consideraba lejano y exótico, un paraje de leyenda escenificado en aquel sistema montañoso de proporciones invisibles. Por el otro, se tomaba como un territorio que debía sucumbir a los intereses coloniales. Fue así como el soberano Karamokho-Oulé Ouattara firmó en 1889 un tratado de protectorado con Louis Gustave Binger (el mismo que refutó la existencia de la cordillera). Menos de diez años después, el que fuera un imperio centenario se zambulló sin remedio en los dominios coloniales de Francia y quedó dividido en dos partes, una en Costa de Marfil y la otra en el Alto Volta (actual Burkina Faso).

¿Cómo es Kong hoy? ¿Cómo se desvela ante el visitante lo que fueran riquezas, tradición y orgullo de sus ciudadanos? En el plano físico es decepcionante. Como ha ocurrido con las ciudades hausa del norte de Nigeria, Tombuctú, el Gran Zimbabue y tantos reinos africanos cuya historia se incineró con la brasa colonial, la arquitectura del imperio de Kong ha devenido en la arquitectura de la ciudad de Kong, de imperio a ciudad, de centro cultural africano a una localidad secundaria de una provincia norteña de Costa de Marfil, con sus tejados de chapa, sus caminos de tierra convertida en barro durante la época de lluvias y su famosa mezquita ennegrecida por la humedad y con un aspecto que ocasionaría una apoplejía a los funcionarios de la UNESCO. Es duro ver Kong así, como un anciano abandonado por sus hijos.

Entrada de la ciudad de Kong en la actualidad
Entrada de la ciudad de Kong en la actualidadAlfonso MasoliverLa Razón

Ouattara, descendiente de reyes

Pero un rayo de tradición se mantiene. Es un rayo con forma de nombre, un apellido: Ouattara. Salta a la vista cuando el edificio de la policía local viene acompañado de una placa con los nombres de quienes donaron el dinero para su construcción, y el apellido Ouattara, el de los reyes de antaño, aparece aquí y allá acompañado de nombres propios. Ouattara. Salta a la vista cuando el nombre del actual presidente de Costa de Marfil es Alassane Ouattara. Descendiente directo (según él) de un linaje de reyes cuyo poder ha sobrepasado las antiguas fronteras de sus antepasados para gobernar a lo largo y ancho de Costa de Marfil.

Lo que parecería una localidad triste a simple vista es todavía hoy la tierra de donde mana la sangre de quienes gobiernan, y no quepa duda de que Alassane Ouattara no sería hoy presidente de no haber sometido su antepasado, Sékou Ouattara, al imperio de Kong. Sólo imagine el lector que Pedro Sánchez fuera descendiente directo de Isabel la Católica, para comprender de esta manera el peso de la Historia en Costa de Marfil.

La influencia del imperio de Kong continúa con la guerra civil que afectó a Costa de Marfil entre febrero y abril de 2011. El presidente saliente, Laurent Gbagbo, se negó entonces a reconocer la victoria electoral de Ouattara y procuró mantener el poder, originándose un conflicto que enfrentó al norte de Costa de Marfil (a favor de Ouattara) contra el sur. Igual que Karamokho-Oulé Ouattara acudió en el siglo XIX a Francia para proteger sus intereses frente a los reinos enemigos, Alassane Ouattara también fue ayudado por París para hacerse con el control del país en 2011. Y la historia se repite, casi con los mismos nombres.

Es evidente que las diferencias entre el norte y el sur de Costa de Marfil superan el recuerdo del imperio de Kong, pero tampoco deja de ser relevante que una facción leal a Ouattara enarboló en Kong en 2011 la bandera de un Estado independiente que nunca ocurrió pero que habría tenido Kong como capital y que se basaba en el supuesto parentesco entre Alassane Ouattara y los antiguos reyes (pese a haber nacido el actual mandatario en el centro de Costa de Marfil). Igual que la perspectiva de Kong como un centro de estudios islámicos sirvió de precedente para afianzar la religión de Mahoma en el territorio y contribuir así en la creación de una zona norte e islamizada en Costa de Marfil, frente a una zona sur y cristianizada. Esta división religiosa originó igualmente, junto con las tensiones étnicas reinantes en aquél entonces, la primera guerra civil marfileña en 2002.

La Historia es lineal, como la cordillera, y Kong lo demuestra. Del viejo imperio nació una dinastía que todavía hoy protagoniza las escenas del poder en Costa de Marfil, pero también sirvió como base de una corriente religiosa y cultural concreta y capaz de enzarzarse en una guerra, si no en nombre de Kong (una ciudad abandonada a su suerte), en nombre de un legado inconsciente pero firme en el tiempo.

Una Historia que sigue construyéndose. Periodistas, policías y universitarios del norte de Costa de Marfil se quejan hoy de que Ouattara no les ha pagado adecuadamente la ayuda que le prestaron en 2011. El presidente, que ha procurado durante su mandato suavizar las divisiones internas del país, ha sido víctima de un error de cálculo cuando los habitantes del norte no quieren igualdad, sino poder, aunque no sea equitativo. No fueron pocos entre quienes le apoyaron que pensaban que Ouattara traería una nueva era donde el norte se sobrepondría al sur por primera vez desde la independencia de Costa de Marfil. Y quienes deseaban ese revanchismo critican hoy al líder que apoyaron por los lazos de sangre que les unían. En palabras de S., un periodista marfileño afincado en la localidad norteña de Korhogo, “las tensiones entre el norte y el sur no han terminado todavía. Vendrá un tiempo en que volveremos a tomar las armas y la tradición y nuestra Historia volverán a resurgir”.

Así es como Kong, un imperio entremezclado con las leyendas que se murmuraban en la vieja Europa, conforma hoy un pedacito del tejido marfileño. Se trata de un hilo más o menos largo, pero indispensable para que el tejido esté completo y para comprenderlo en su conjunto.