Costa de Marfil

El método Ouattara: combatir al yihadismo sin disparar una bala

Tras los ataques yihadistas de 2021, Alassane Ouattara, presidente de Costa de Marfil, decidió combatir al terrorismo con medidas sociales que han resultado con éxito

Una mujer llena un balde con agua de río para las necesidades diarias de agua, un día antes del día designado como Día Mundial del Agua, en Abiyán, Costa de Marfil. En Abiyán, la capital económica de Costa de Marfil, algunos de los habitantes están experimentando importantes dificultades para acceder al agua potable, ya que algunos barrios no están conectados a la red de la empresa nacional de distribución de agua. Los habitantes recurren entonces a pozos de particulares oa empresas privadas de distribución de agua potable. El primer ministro de Costa de Marfil, Patrick Achi, anunció una inversión de 2.500 mil millones de FCFA (aproximadamente 5 mil millones de dólares), para lograr el acceso universal al agua potable para 2030. Esta inversión es parte de la implementación del plan 'Agua para Todos', que tiene como objetivo cumplir con la necesidades de agua potable de las poblaciones urbanas y rurales
Una mujer llena un balde con agua de río.KoalaAgencia EFE

Cuando el jefe Tienoko escuchó un crepitar de disparos que acribillaban la noche del 10 al 11 de junio de 2020, dio la vuelta a la cabeza en su almohada y volvió a dormirse. No recuerda lo que soñó entonces. Pero nunca olvidará cómo le despertaron pocas horas después, explicándole con frases atropelladas que un comando yihadista había atacado el cuartelillo militar aquella noche y que 14 personas habían muerto, entre militares y atacantes. Tienoko, jefe tradicional de la localidad de Kafolo (Costa de Marfil), pensaba hasta entonces que los disparos que escuchó se debían precisamente a un ejercicio de los soldados, y por eso se había dormido en cuanto volvió a cerrar los ojos.

Los yihadistas venían de Burkina Faso. Y casi un año después, en marzo de 2021, los atacantes volvieron; también ocurrió de noche, también atacaron el cuartel, sólo que en esta ocasión al jefe Tienoko le dio tiempo de contar los cuarenta y cinco minutos que duró el ataque, erguido y tieso como se quedó en su cama. “En esta ocasión”, afirma dos años después de la última incursión, sentado bajo el árbol de las conversaciones de Kafolo y rodeado de los suyos y protegido por la luz apaciguadora del sol, “sólo hubo muertos del otro lado”.

Los yihadistas venían de Burkina Faso. Esta es la mayor preocupación tanto del jefe Tienoko como del prefecto policial de la ciudad de Kong y sus alrededores (que incluyen Kafolo), y de todos los que viven por aquí. Desde que un 40% del país vecino está actualmente en manos de diversos grupos terroristas, sucediéndose múltiples ataques del lado burkinés de la frontera, una frontera porosa, rasgada por arbustos con las raíces rebozadas de tierra roja que cruzan cientos de senderos pisoteados durante siglos. Teniendo en cuenta la falta de medios para controlar cientos o miles de esos caminos de cabras, se entiende lo que preocupa al jefe y al prefecto. No quieren seguir la misma suerte que sus vecinos.

Una mayor presencia estatal

“Estoy satisfecho al cien por ciento; no, al cincuenta por ciento”, rectifica el jefe Tienoko al ser entrevistado sobre su opinión ante las medidas del Gobierno. Aunque se alegra de que la protección del poblado haya aumentado desde ese primer ataque, echa de menos una administración más consolidada en el pueblo para que se refuerce la presencia del Estado en un plano social. Resulta poco común encontrar a un jefe tradicional africano que pide una mayor intervención del Estado en su gobierno, pero aquí está el jefe Tienoko para pedirlo: las ayudas que deberían llegar a principios de mes siempre se retrasan, no alcanzan a suficiente gente y son escasas de por sí. Por el momento, enumera 39 personas que se benefician de una ayuda mensual de 55.000 francos CFA (83 euros), pero “debería ser más dinero, para más personas”.

Igualmente, espera que el IGE reciba una subvención adecuada. La Inspección General del Estado (IGE) es el órgano supremo de control, inspección y promoción del buen gobierno en Costa de Marfil; esto es, un método del que se sirve el Estado para intervenir en las jefaturas tradicionales del país. Es con estas demandas del jefe Tienoko, con el ansia de Estado que expresa, donde se descubre la estrategia escogida por Costa de Marfil para derrotar al yihadismo sin malgastar disparos.

El jefe habla de una carretera que están construyendo pero que no sabe bien cuando van a terminar. El prefecto de Kong nos habló de la carretera varias horas antes, cuando explicaba los diferentes proyectos de infraestructura que lleva promoviendo el Estado en la zona. Hospitales, seguridad, colegios, carreteras, subsidios, ayudas sociales: esta sería la estrategia de Costa de Marfil para combatir al yihadismo. Ofrecer a los jóvenes norteños una alternativa a esas armas de los yihadistas que aparecen acompañadas de un salario fijo, e invertir en infraestructura y proyectos sociales donde naciones como Mali y Burkina Faso invierten en drones de fabricación turca y armamento chino. El prefecto aseguró igualmente que cambiaron varios aspectos en materia de seguridad desde los ataques, reforzándose tanto la vigilancia en la línea de frontera como la colaboración ciudadana, entre otras medidas.

El jefe Tienoko confirma después la colaboración ciudadana. Cada vez que uno de los suyos observa a un desconocido que merodea entre los arbustos (que es como llama él al oleaje verde que acorrala sus dominios), de inmediato lo denuncia a las autoridades. “Y si el desconocido resulta ser conocido o inocente, entonces se le deja ir y se acaba el problema”, recalca. Con esto, explica Tienoko, la porosidad de las fronteras ha obligado a encontrar miles puntitos con que taparlas. Se utilizan al jefe y los suyos, a otros jefes, a miles de ciudadanos honrados de Costa de Marfil que fortalecen el sentimiento nacional al enfrentarse a un enemigo común, un puntito cada vez para cubrir cada agujerito en la frontera.

La carretera de las bombas

Lo único que preocupaba al prefecto de Kong del plan del Gobierno es la carretera que corre desde Kong hacia Kafolo. “Me parece bien que se construya una carretera, lo digo en serio, pero sólo que no la haría tan pronto”. A continuación, explicó que la carretera se encuentra en tan mal estado que, paradójicamente, les ayuda a combatir al yihadismo. Resulta que los terroristas buscan crear estrechos corredores entre Burkina y Costa de Marfil, que es la estrategia que utilizan para introducirse en otras naciones del continente, y tanto el prefecto como el jefe confirman que ya han sido tres las ocasiones en que un yihadista que llevaba una bomba en la motocicleta estalló en esa carretera. Catapúm. Los baches no perdonan. Tres veces donde tres aparatos explosivos se dirigían al interior de su país y los detuvo esa carretera sin parchear.

Asfaltar la carretera es bueno, el jefe se lamenta en un momento dado sobre lo que tardan en traérsela, pero habría que preguntarse hasta qué punto es una medida urgente. Podrían esperar a que se desarrollen los acontecimientos en Burkina Faso, así piensan algunos, y construir mientras tanto otro tipo de edificios que cubran otras necesidades.

Con todo, podría decirse que las medidas del Gobierno han obtenido por el momento el efecto deseado. Tres ataques yihadistas han ocurrido en la frontera norte de Costa de Marfil desde el inicio de la crisis en el Sahel, el último de ellos en 2021. La amenaza parece, por el momento, contenida. Aunque sólo se sabrá si la estrategia funcionó cuando la amenaza se haya ido del todo.

El único hotel en este pueblo de frontera está cerca del árbol donde se cobijan el jefe Tienoko y los suyos. Al acercarnos, un hombre que estaba sentado junto al portón del edificio se dirige dubitativo hacia nuestro coche y se detiene a varios metros de la ventanilla. Pregunta qué queremos. Queda claro que el guardián del hotel es ciego tras los primeros segundos de conversación, los ojos miran sin ver al capó, y dice que el hotel está cerrado, está abierto pero está cerrado, estaría abierto pero no hay nadie, y eso significa que está cerrado. El jefe señala desde el asiento del copiloto que esta es otra cosa que le tiene disgustado, lo del hotel.

Piensa que “el hotel lleno significaría que vienen turistas a Kafolo, habría movimiento, más vigilancia, dinero”, y anima a que animemos a otros a venir. El jefe sabe que necesita ese dinero, ese trajín de idas y venidas que despierte la riqueza del pueblo. Recuerda que hace años que nadie ataca y que en Kafolo pueden hacerse multitud de actividades, desde exhaustivas marchas campo a través hasta disfrutar de tardes de pesca en el río Volta, la línea de frontera que corre a escasos metros del hotel y del árbol.

Pero lucha en vano. Kafolo y sus alrededores, especialmente el Parque Nacional de Comoé, aparecen coloreados de color rojo en los mapas de las embajadas de los países europeos, se recomienda encarecidamente no ir, se desaconseja con insistencia sin importar que hayan ocurrido dos años desde el tercer y último ataque y que nunca murieran civiles. Qué remedio. Es la nube negra que persiste en los cielos africanos, aunque haga sol. Las carreteras recién asfaltadas pueden traer muerte.