Política

Brasil

La ley de plomo de Bolsonaro impera en favela Rocinha

La seguridad fue clave en la victoria del «ultra». Ahora las fuerzas del orden exigen más recursos. LA RAZÓN se empotra en la BOPE

Una mujer cruza entre soldados mientras patrullan en un callejón durante una operación en la favela de Rocinha, en Río de Janeiro
Una mujer cruza entre soldados mientras patrullan en un callejón durante una operación en la favela de Rocinha, en Río de Janeirolarazon

La seguridad fue clave en la victoria del «ultra». Ahora las fuerzas del orden exigen más recursos. LA RAZÓN se empotra en la BOPE.

Huele a sudor en el Caveirão –blindado-, uno de “los Calaveras” miembro de la Tropa de Élite carioca, la temida BOPE, reza mientras posa la frente en su KSK –fusil de origen alemán-. Al lado, el compañero coloca su arma, que asoma por una pequeña ranura, los únicos orificios por los que se cuela la luz. Encima, en una especie de torreta, la artillería pesada, una ametralladora que repentinamente escupe fuego. “Voy a por ti desgraciado”, grita sin cesar de disparar.

Viajamos empotrados con un grupo de siete hombres. El sargento Zezhino no oculta sus intenciones. “En nuestro cuerpo es así, es victoria sobre la muerte, no hay misión perdida”. Los narcos devuelven la jugada, sus disparos rebotan en esta furgoneta transformada. Parece sacada de “la película Mad Max”. Algo rústico, una bestia de hierro que aguanta el embate de las balas, que avanza derribando las barricadas que se cruzan a nuestro camino. Continuamos hacia lo más alto de la favela Rocinha, uno de los barrios que supuestamente, fue pacificado hace años. Otro sueño truncado de la era Lula da Silva.

La BOPE es sin duda el grupo más sanguinario de los que componen las Fuerzas de Seguridad brasileñas, superando incluso a la ROTA, la que sería su símil en Sao Paulo. Son conocidos por disparar primero y preguntar después, tienen licencia para matar, asesinar en ocasiones. También como muestra la película brasilera Tropa de Élite, utilizan la tortura e intimidan a los pobladores de los cerros. Este batallón es solo uno de “los brazos inquisidores” con los que cuenta el Estado en su guerra contra la inseguridad. La Policía también suele patrullar las calles, pero su nivel de corrupción se ha vuelto cancerígeno, tanto que el Gobierno ya no confía en ellos.

A este puzle se suman los “escuadrones de la muerte”, como se denominan a varios grupos de exterminio que actúan en la periferia de las grandes ciudades brasileñas, dedicados a eliminar a supuestos delincuentes o a meros sospechosos. Prostitutas y gente sin techo e incluso niños, casi siempre de color, son sus víctimas. Detrás de estos paramilitares con pasamontañas, estarían agentes y “renegados” que buscan venganza y tienen sed de sangre. A todo esto hay que sumar los 10.000 militares desplegados desde febrero después de que el presidente Michel Temer firmara el decreto que "autoriza el empleo de las Fuerzas Armadas en el Estado". Por último, aparecen las UPP, la famosa policía pacificadora, lo que sería en España la Policía local. Su misión es acercarse a los moradores, mostrar la cara más amable. Pero finalmente sucumbieron, se han vuelto igual de sanguinarios y corruptos que el resto.

Del otro lado, tenemos a los delincuentes, secuestradores y narcos, un verdadero ejército de “olvidados” que portan armas de alto calibre, sin escrúpulos, capaces de cercenar miembros con machetes y motosierras. Han convertido a la Ciudad Maravilla en un territorio donde impera la ley del plomo, el lejano oeste. El Comando Vermelho sigue siendo, pese a las escisiones, la principal facción criminal.

El espejo de Duterte

Resultado: Brasil superó su propio récord macabro de homicidios en 2017: 63.880 personas fueron asesinadas en todo el país, un 3% más que el año anterior, según un nuevo estudio. Son 175 muertes diarias.

Los datos del Foro Brasileño de Seguridad Pública, una organización de investigación, muestran que el índice de homicidios en el país fue de 30,8 por cada 100.000 habitantes, mayor que los 29,9 que se registraron en 2016.

A efectos comparativos, Estados Unidos tuvo cinco homicidios por cada 100.000 habitantes en 2015 -el último año del que se tienen datos disponibles-, menos de los ocho por cada 100.000 habitantes en 1996. Incluso en México, que también padece un alto índice de homicidios, hubo menos asesinatos per cápita, con 25 por cada 100.000 habitantes el año pasado. Encabeza junto a Venezuela, Salvador y Guatemala, la lista de países más peligrosos de América Latina. Un continente que continúa con las venas abiertas.

Pero como dicen los cariocas: “La situación siempre puede ir a peor”. De acuerdo con los datos que se recogen en un informe divulgado por el Observatorio de la Intervención del Centro de Estudios de Seguridad y Ciudadanía de la Universidad brasileña Cándido Mendes, entre febrero y agosto de 2018, 736 personas murieron en enfrentamientos ocurridos en operaciones de las Fuerzas de Seguridad y otras 2.617 fallecieron en homicidios dolosos.

"A este paso vamos a cerrar 2018 con una cifra que puede llegar a 1.800 personas muertas en enfrentamientos con las Fuerzas de Seguridad. En más de 30 años la Policía nunca había producido tantas muertes por su acción", asegura Silvia Ramos, coordinadora general del Observatorio. Por ejemplo, solo en Rio de Janeiro se registran 13 tiroteos al día, incluso existen aplicaciones que registran los incidentes, y avisan a los usuarios para que eviten los atascos.

Y un día, con este panorama desolador, llegó un militar de reserva que empuñaba metralletas en los mítines. El presidente electo Jair Bolsonaro aboga por hacer frente a la inseguridad adoptando leyes menos estrictas para el control de armas. Además defiende la tortura y la aplicación de la pena de muerte. Sus posturas ha podido dejarlas claras a lo largo de más de 30 años de años de carrera parlamentaria. Una receta de mano dura embadurnada con pólvora que ya tiene precedentes. Si bien en la mayoría de facetas pareciera una copia del presidente estadounidense Donald Trump, pero más escorado a la derecha, en seguridad su modelo sería Rodrigo Duterte, su homólogo en Filipinas.

“Es difícil que Bolsonaro pueda implementar ese exterminio tan masivo contra las clases bajas, es verdad que ya hay ejecuciones contra los negros o activistas como es el caso de Marielle Franco, la concejala de Río. Sin embargo, su brutal asesinato hizo que multitudes salieran a protestar en Brasil. Existe una clase media, los famosos indignados. La población está hastiada, y en realidad, muchos quieren ejecuciones pero insisto, no un exterminio masivo”, aclara Joao Siñeiro de la Universidad Nacional de Rio.

“Eso no significa que la situación no se recrudezca. Pero ni siquiera la intervención militar de Temer causó efecto, crecieron los homicidios. En el país con la peor distribución de la riqueza si no implementas otras recetas sociales no va a funcionar”, agrega.

Volvemos al blindado que se arrastra entre callejones angostos, serpentea hasta llegar a la cima. Suena otra ráfaga, los “calaveras” bajan, intentamos seguirlos pero Zezinho nos agarra el hombro. Nos los prohíbe. Vemos un relámpago de furia afuera, fogonazos de pólvora antes de que todo se calme, de que el portón se cierre. Silencio. Nos permiten bajar, muestran su botín, la presa. Tres delincuentes con caras asustadas a los que amarran con fiereza. A su laso algunas armas y bolsas de coca. “Esperamos que Bolsonaro nos dé más medios, más dinero para limpiar las 1.000 favelas que rodean mi ciudad”, afirma el sargento. Me quito el chaleco, la pesada armadura, y pienso: Esta historia ya la escuché en el pasado, en otra parte...